martes, 30 de marzo de 2010

La percusión femenina

(Fotos: Cecilia Galera y Eva Lamborghini, Los Tambores no Callan en la marcha del 24/3/10)

Clarín, Suplemento Mujer, 27 de marzo de 2010
UNA NUEVA MOVIDA
Ellas y el boom del tambor
La percusión se puso de moda entre las mujeres. Para algunas es pura diversión, para otras una suerte de terapia y hasta una experiencia espiritual. ¿Por qué causa furor?
Por Sissi Ciosescu.

Las memoriosas podrán escuchar -todavía- aquel sonido de tambores repiqueteando alguna madrugada de carnaval, en el puerto de Montevideo. Quizás otras aún recuerden ese viaje a Bahía, Brasil, y sigan reviviendo la imagen policromada del Pelouriño, acompasada por el ritmo de un candomblé. Los dedos -sin que la mente les dé la orden- tamborilean sobre la mesa, evocando aquel grupo callejero, trenzado en un jolgorio de sonidos: golpes en los tachos de basura, en las cortinas metálicas, en los postes de la luz. Todo puede transformarse en un instrumento de percusión, cuando hay alguien con duende, capaz de vibrar desde el alma y hasta la piel.
Mientras tanto, aquí, en Buenos Aires, "tocar tambores" se ha instalado como una tendencia femenina que hoy está en su apogeo. Un referente indiscutido, que contagió a sus pares, es la música y cantante Mariana Baraj. En sus presentaciones -y cuando participó en los desfiles de su amigo, Martín Churba- se la vio como la "tamborera", quien recreaba nuestras raíces folclóricas con estilo contemporáneo. Ella, su voz y una caja. No era la caja chayera de la legendaria Margarita Palacios. Ni tampoco la caja vidalera de Leda Valladares. Baraj era y es la musa del nuevo siglo que cautiva a una nueva generación, urgida en la búsqueda de nuevos caminos.
Tambores y mujeres
Ximena (25) sale volando del banco donde trabaja: es delgada y carga con hidalguía su atabaque bahiano: un tambor de madera de jacarandá brasileño, cubierto con una red de hilos trenzados que forman rombos. "No me pesa casi nada. o será que el entusiasmo me anestesia el hombro". Cuenta que al principio sus compañeros le hacían bromas y algunos hasta la miraban de reojo: "Pero mi pasión fue tan expansiva que desde hace dos meses, ya somos cuatro las que salimos pitando para ser puntuales. A cada una nos pegó distinto: para mí es terapéutico; en cambio sé que a Lilia (45) le encanta lo musical. Muchas del grupo se engancharon con la onda espiritual y se copan con los ritos afrobrasileños, estudian, investigan.
"Indudablemente, hay una trama que sostiene esta "adicción femenina al tambor". Bajo la lupa, separando los prejuicios de los juicios, se ven apasionados testimonios de las que sienten que descubrieron eso: el cable a tierra, el shock de endorfinas o la conexión espiritual. Viéndolas tocar, en el regocijo del encuentro se advierte que interactúan integrándose en un todo. Sí; las chicas gozan de un "placer sistémico" superador.
Gabriela Apestegui (33) es profesora de Filosofía, periodista y capoeirista. Descubrió el mundo del tambor con Lisandro Aristimuño y su grupo. "Ahí vi lo que hacía la percusionista y me impresionó. Esa noche, la percu me hizo bailar, sentir. Cuando salimos del recital fuimos a casa con algunas amigas y empezamos a tocar con lo que había... Siempre me gustó la música pero con esto definí lo que quería", dice. Y agrega: "Para estudiar, se ofrecen muchas opciones; pero yo elegí un taller porque no me interesaba la cosa técnica . mi deseo era tocar en la primera clase. Tenés que estar atenta a la conexión con las otras personas, a estar en el aquí y ahora para saber cuándo viene tu parte y cuándo te toca ser parte. Aprender a escuchar al otro, a colaborar, a ser una comunidad. Ése es el camino del tambor". Acerca de este último punto, Mónica Glusman (41) -dedicada a la docencia de tambores desde hace más de 15 años- dice que en sus talleres siempre observó "que se generaban vínculos fuertes que trascendían las tres horas semanales del curso. Comprobé que el tambor puede funcionar como una herramienta de re-conexión humana. Eso que surge trasciende el ego de cada uno y permite que se manifieste el espíritu del tambor, que es más que la suma de cada tamborero. Siempre recuerdo lo que me dijo mi primer profesor, Ricky Olarte -que en ese tiempo tocaba con Fontova: "No te olvides nunca que los tambores fueron hechos para compartir y no para competir".


Ese algo que tanto apasiona
Atávico, neolítico, el tambor es "un instrumento de percusión membranófono, que consta de una caja de resonancia -generalmente cilíndrica- y una o dos membranas llamadas parches que, con forma de circunferencia, cubren la o las aberturas de la caja", según el diccionario. Puede batirse el parche con las manos o percutirlo con uno o dos palitos (baquetas). De sus usos y costumbres mejor no enumerarlos: son demasiados. Basta decir que como instrumento musical está ligado a lo religioso; y que las variedades son muchas: atabaque, tamboril, timbal, bongó, conga, darbuka, redoblante, batas -un trío de tambores-, taiko. Todos tienen historias que los hacen más atractivos: tienen ese algo que tanto apasiona. Mónica Glusman comparte su teoría: "A diferencia de los tambores usados para la guerra, los tambores en manos femeninas han sido instrumental chamánico de conexión con el plano del espíritu y con propósitos curativos. Creo que en algún lugar del inconsciente de las mujeres de hoy, hay un llamado para recuperar lo sagrado femenino y los antiguos objetos de poder. El tambor puede ser medicinal. Yo enseño a muchas alumnas y soy testigo del maravilloso proceso que transitan, cuando comienzan a tocar. Lo primero que observo es que se revitalizan y se empoderan. Sostener un ritmo ordena, propicia un estado muy relajado, y al mismo tiempo genera una sensación de firmeza". Y añade: "En muchas culturas el tambor fue considerado un instrumento masculino, 'fálico', que sólo podía ser tocado por varones. Sin embargo, el tambor también puede verse como un espacio femenino, uterino, como la matriz creadora de sonidos delicados, energizantes y pacificadores".
La editora de la revista "Quilombo", Dinah cuenta que a fines de los 80 llega a Buenos Aires una nueva inmigración afrocaribeña, brasileña, peruana y dominicana, que es bien recibida en la comunidad porteña. "Hoy nadie se extraña al ver una clase de tambores con más de 300 participantes", dice. Su revista -con 5 años en la web- surgió porque no había un medio vinculante entre los interesados.
Dónde y quiénes
En San Telmo y La Boca-, en los parques como el del Centenario o el de Chacabuco, los sábados o domingos por la tarde suelen verse grupos de candombe, de cuerda de tambores. Marta Glusman recuerda que su primer contacto fue con el candombe de Rubén Rada. "Pero el sentido espiritual que tomó mi sendero de tamborera, tuvo que ver con mis dos maestros: Carlos Oliveira "Oli" y Eliézer Freitas, ambos bahianos. A fines de los 80, surgió una movida afro en el Centro Cultural Ricardo Rojas con clases de capoeira, de danza afro. Isa Soares fue la maestra que trajo a través de la danza de orixas una apertura hacia la espiritualidad en el cuerpo, a través de la tradición sagrada del candomblé".
¿Qué conclusiones pueden inferirse de este movimiento? Mónica responde: "Todos los que tocamos tambor, estamos atravesando por una experiencia sagrada". Profano o sagrado -límites difusos si los hay, al decir del pensador y filósofo rumano Mircea Eliade- lo cierto es que pegarle al tambor tiene sus fanáticas. En una de sus canciones, Rubén Rada podría explicar el furor cuando dice: "Pégale al tambor con fe/ para que me sienta bien/ porque al escuchar sus sones,/ curo mi mal."

Fuente: http://www.clarin.com/suplementos/mujer/2010/03/27/m-02167962.htm
Esta se me escapó.. pese a que compro Clarín..
Agradezco a http://www.raízafro.com.ar/

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