lunes, 30 de noviembre de 2009

Olodum pra balançar

Apenas Olodum empezó a tocar este sábado a la noche en la Ciudad Konex, debió haber quedado claro para los integrantes de algunos grupos percusivos argentinos –no todos, claro- la importancia de la palabra CA-DEN-CIA. De todas las definiciones de la palabra que brinda el diccionario online de la Real Academia Española (1), me quedo con ésta: “Proporcionada y grata distribución o combinación de los acentos y de los cortes o pausas, en la prosa o en el verso”. Obvio, no es una de las entradas que habla de música, pero bien podría serlo. Nótese el énfasis en “proporcionada”, “grata” y “combinación de cortes y pausas”.
Por qué señalo esto? Porque en ocasiones algunos grupos locales suenan como si sólo tuvieran dos teclas de funcionamiento: una que dice “más alto/más bajo” y otra de “más rápido/más despacio”, sin mucho margen para ritmos sutiles, cadenciosos y bailables –aún cuando los géneros que ejecuten los demanden. Mas bien parece haber una necesidad de hacer todo mas rapido, al palo, lo que lleva a que la única manera de seguirlos es el frenético pogo. Está bien, quizás los jóvenes locales no son grandes bailarines, y el habitus futbolero o rockero los predestina al saltito, pero ya es una historia del huevo y la gallina. ¿La gente salta porque no sabe bailar y la musica refleja esto, o dada la música frenética –aún tocando samba o samba-reggae- no queda otra que el salto?.
Claro que cada uno interpreta las cosas como quiere, pero una cosa es “como quiere” y otra es “como puede”. Lo deseable sería que la manera de ejecutar cualquier ritmo –propio o ajeno- proviniera de una elección estética y no de las propias limitaciones. Conceptos clásicos de la música afroamericana como “in the groove” –que abarca a varios géneros musicales- o “swing” –su versión más jazzera- parecen ajenos a una parte de la performance percusiva local. La incógnita es: se debe a que mucha gente que toca públicamente recién está aprendiendo o a que pese a tener un cierto nivel de desempeño adecuado estas concepciones teóricas les son ajenas o a que hay una reapropiación argentina que –de nuevo, influenciada por habitus rockeros o futboleros- hace que ritmos sostenidos, repetidos, cadenciosos no sean suficientemente gratos para el gusto local, que rápidamente se aburre de ellos para pasar a estados exaltados/alterados más satisfactorios?.
Digo esto porque no reconozco en varias de las versiones locales del samba y el samba reggae la cadencia que creo, les son propias. No soy músico, admito, pero si pensamos que una de las características que hacen a la música de origen afro tan disfrutable es su alto grado de groove, conceptualizado en diversas definiciones online como “un ritmo pronunciado y disfrutable”, o “el acto de crear, o danzar con, o disfrutar música rítmica”, o como “el momento en una canción o una performance en que aún las personas que no saben danzar quieren hacerlo, debido al efecto de la música” tengo que decir que varias veces las versiones locales de ritmos afro no dan demasiadas ganas de bailarlos. Lo que acentúa la división performers/audiencia, perdiendo así una de las características a mi entender más interesantes de la música y la danza de origen africano: su necesaria interacción.

Uno ya sabe que Olodum, para bien o para mal, es el bloco afro más conocido fuera de Bahía –en los últimos años me asombró, por ejemplo, estar en ciudades del sur de Brasil y encontrar remeras de Olodum en venta en la calle, con lo cual uno puede tener su camiseta del grupo sin haber ido más al norte de Sao Paulo (o aún Florianópolis), algo impensable hace unos años e imposible para otros blocos afro bahianos. Yo personalmente hace mucho que prefiero a Ile Aiyé ya que me parece que es el bloco que más continúa desarrollando la rítmica y sobre todo el baile propio de este género carnavalesco y cuyas letras mejor reflejan, también, su intención original (2). Olodum, desde que trascendió al gran público –o quizás para hacerlo- tuvo que morigerar por no decir banalizar sus letras y acelerar su batida. Esto se pudo ver claramente en el final del recital, cuando cantaron varios de los temas clásicos de la década de 1980, comienzos de los noventa y no entraban bien en el ritmo que ahora estaban tocando.
Pese a esta opinión personal, sin embargo, hay que resaltar que el recital fue buenísimo. Los integrantes de la banda tocaron casi tres horas, pusieron pilas, profesionalismo y talento. Atrás de los cuatro tamboreros que hacen el “show” mas circense hay otros cuatro (incluyendo una mujer) que, con tambores fijos, se tocan todo y mantienen el ritmo siempre enérgico y ajustado. Trajeron tres cantantes –uno moreno, una negra y uno blanco- con tres registros de voz diferentes que se ajustaban al tipo de canción que ejecutaban en esa parte del show. Irreprochable y absolutamente gozable y, debo reconocer, a mi pesar por lo que dije antes, que el show fue mejor que el que ofreció la bastante incompleta alineación de Ilé Aiyé que tocó el año pasado en Parque Lezama, traídos por el INADI y la Embajada del Brasil. Se ve que la iniciativa privada-comercial tiene, o al menos tuvo en este caso, mejores resultados que la oficial-cultural.

Hablando de groove, no puedo dejar de reconocer -prejuiciosamente, admito- su falta también en buena parte del público asistente. Ya desde la (para mí) curiosa presentación en la previa de tres chicas bailando axé al ritmo de Pisirico se vio que la intención de los organizadores era quizás presentar un show de “música brasilera” y no tanto de “música afro”(brasilera) y crear por lo tanto más una relación con la “fiesta” carnavalera que con el trabajo cultural de los blocos afro. Siendo Olodum sin duda el grupo bisagra entre el mundo “afro” y el “brasilero” -el más cercano a lo afro según el imaginario brasilero- era previsible que convocaría tanto a fans de Ivete Sangalo o Daniela Mercury como de la percusión y la danza afro. Alternativas musicales que no son contradictorias –ni yo mismo las vivo así- pero que en el país parecen nuclear a distintas tribus urbanas. En esta ocasión pareció primar la primera. Cuando al final del concierto el cantante evocó al recientemente fallecido Neguinho do Samba –creador del samba reggae y alma mater de Olodum, antes de migrar en busca de otros rumbos quizás menos comerciales- pocos aplaudieron, probablemente porque no lo conocían o no entendían las palabras del cantante.
En sintonía con esta propuesta, el público (femenino al menos) parecía, también. más cómodo con los pasos de axé music –evidenciado por el baile entusiasta y coreografiado de varias concurrentes cuando al final del show en los altoparlantes sonaba “Poeira”- que con el repertorio de pasos (estilizados) de orixás que el bloco afro evoca.
Parte del público masculino evidenció lo que para alguien acostumbrado a ver el grupo en Bahía era sin duda un abuso del pogo -en un contexto musical que no lo requiere- pero bueno, cada cual baila como quiere/puede. Bastante más molesta sin duda era la continua búsqueda de espacios más cercanos al escenario por quienes no parecían particularmente preocupados por los medios utilizados para tal fin ni por el sencillo principio de que dos unidades distintas de materia no pueden ocupar el mismo espacio físico.
No dejaba de resultar paradójico que quienes seguramente disfrutan de “la onda brasilera” en Florianópolis, Torres o Camboriú crean que para tener esa "buena onda" es suficiente con ponerse una remera de Olodum comprada en Floripa –aunque después se comporten como barrabravas argentinos. Alguien debería avisarles –ya que no creo que lean este blog- que “la onda brasilera” resulta, aún en su país de origen, de una esfuerzo colectivo –e individual- de personas que respetan al prójimo y la relación que entablan con él. Quizás en Brasil cualquier argento despreocupado pueda gozar de esta “onda brasilera”, pero en Buenos Aires la única manera de hacerlo es re-creándola a través de un esfuerzo colectivo de consideración por quienes disfrutan de un mismo espectáculo musical.

(2) ver entradas previas en este blog: