jueves, 22 de enero de 2009

Obama

El pasado domingo 18 de enero el suplemento Radar del diario Página 12 le dedicó su tapa a Barack Obama y varias páginas a analizar el fenómeno social y cultural que representa. Reproduzco tres de las seis notas, que brindan una mirada novedosa que excede la política -en el último caso, la norteamericana, al menos, ya que lo compara con sus colegas locales.

OBAMA - MARTIN LUTHER KING
Nadie conoce mi nombre
Por Sergio Kiernan

Barack Obama no es Martin Luther King. Barack Obama habló como Martin Luther King durante la campaña porque el viejo pastor asesinado es recordado como un visionario de la unidad, un actor positivo, y todo político quiere parecer visionario y positivo. Pero en cuanto se descuida, en cuanto lo chucean, lo buscan y lo encuentran, Obama muestra que si tiene un tótem es el escritor James Baldwin. El complicado, tortuoso, homosexual, perceptivo Baldwin. El escritor negro que habló y habló del cuerpo.
Ya sabemos que Obama tiene una identidad complicada: es mulato –palabra inexistente en Estados Unidos, que lo considera simplemente negro–, hijo de un negro extranjero y una blanca norteamericana. Se crió en Hawai, el estado más lejano y el que tiene su propia etnia melanesia. Fue tempranamente abandonado por su padre africano y criado por una familia blanca y básicamente de mujeres. De esta rica sopa salió un abogado y un político que absorbió como una esponja los ’60 y los ’70, y entendió que para lograr ciertas cosas hay que ser complicado.
Por ejemplo, para ser el primer presidente negro en la historia de un país incapacitado de dejar cosas atrás. Mudarse a Estados Unidos impone aprender ciertas cosas: que uno es blanco, que otros no lo son, que de acuerdo con la cara de cada uno se termina de latino, de “europeo”, de asiático. Los argentinos sabemos terminar de “latinos” con apellido eslovaco o de “europeos” con apellido español. La imaginación no alcanza para entender lo que debe ser nacer metido en estos corrales mentales.
Cuando se empezaron a tomar en serio a Obama, los norteamericanos tuvieron dos reacciones. La primera fue decir que no era “suficientemente negro”. El tipo es un profesor de Derecho constitucional que se viste bien, es próspero, educado y elegante, y –muy importante en el mundo de habla inglesa– tiene un acento blanco. Obama era un tío Tom, un “coco”: negro por fuera y blanco por dentro. Esta reacción tuvo poca tracción porque cada vez que alguien veía a Obama, en vivo, en una foto, en televisión, al final lo que veía era un negro. Y los negros entendieron al toque que eso era lo único relevante. Así se llegó a la segunda reacción: que era demasiado negro. Por la corrección política del país, no se lo dijeron en la cara y usaron una comba, la de acusar a su pastor de Chicago de ser un nacionalista negro, un revolucionario resentido. Obama, que por años fue cada domingo a esa iglesia, quedaba pegadito por asociación con un fiero predicador que le echaba en cara los pecados al país.
El 8 de marzo del año pasado, Obama contestó este ataque con un discurso que prácticamente le ganó la elección y dejó a Hillary Clinton casi en la gatera. Y lo que hizo Obama fue no correr a cubrirse, no repudiar lo que decía su pastor y piensan tantísimos negros. Lo que hizo fue complicar las cosas.
Obama habló de su cuerpo y el de los suyos, explicando que él tiene sangre de africanos y de esclavistas, que su mujer tiene sangre de esclavos y de esclavizadores, que sus amadas hijitas tienen todas estas sangres. Obama explicó que en su iglesia se junta la madre desempleada con el médico, el adicto con el comerciante, el resentido con el trabajador, y que todos son su comunidad, su gente. Obama contó que en su templo “está toda la amabilidad y la crueldad, la inteligencia brillante y la ignorancia que choca, las luchas y los triunfos, el amor y, también, la amargura que forman la experiencia negra en Estados Unidos”. Y Obama contó que su abuela adorada, que lo amó como sólo te puede amar una abuela que te ama, era una señora que les tenía miedo a los hombres negros que paraban en la esquina y a veces usaba calificativos fáciles de imaginar. Y que lo hacía cuando llevaba de la mano a su nietito negro.
James Baldwin hubiera escrito varias novelas con este Obama. También hubiera dado una fiesta para conmemorar que su país, al que amaba y odiaba, se había movido de donde lo dejó en sus ensayos de los años ’60 y ’70, ensayos con nombres terribles como “Nadie conoce mi nombre” o “La próxima vez, el fuego”. Esta furia contradictoria y creativa la comparten Baldwin y Obama. Ya resultó en algunos de los libros más perceptivos e inteligentes que se hayan visto. Esperemos que también resulte en una política menos tonta, maniquea, más sutil.
OBAMA - MARILYN
El matrimonio del cuerpo y la mente
Por Pola Oloixarac

En 2007, el senador Obama apareció en cueros en la sección “Beach Babes” (algo así como “Chongos playeros”) de la revista People, al lado de otros blancos de babeo femenino como Hugh Jackman. Se temió que las fotos dañaran su imagen pública: ya el demócrata Kerry había tenido que dar explicaciones por su remerita pegada al cuerpo mientras hacía windsurf, y se pensó que la exposición del cuerpo de Barack podía ser fatal para un político joven cuyo punto débil (o eufemismo favorito para quienes evitaban la palabra negro) sería la falta de experiencia.
Pero la historia del frenesí obámico recién empezaba, y la primera prueba hercúlea que testeó la fiereza de su encanto fue el combate contra la brava Hillary Clinton, su león de Nemea. Atlético como Muhammad Alí, elegante como Steve McQueen, Obama peleó como un caballero (y eso que Hillary no fue una dama) y descolló en la invención de un nuevo tipo de show político, que supo tener en vilo a una audiencia cautiva que rebasaba los tironeos del electorado. Obama rompía las casillas demográficas, era inexplicable y mesiánico. En su voz de ritmo yámbico resonaba el estilo directo del hip hop y la retórica de los cicerones; en su piel de chocolate se condensaban aspectos impensables, como la lucha de las minorías rezagadas y el culto de los dioses paganos de Hollywood. Era una nueva encarnación de esa fantasía yanqui que Norman Mailer catapultó cuando llamó al casamiento de Marilyn Monroe y Arthur Miller “la unión del Gran Cuerpo y la Gran Mente americanos”. El cuerpo de Obama era el símbolo que espejaba todas las esperanzas y los deseos.
Hijo de una unión mixta, como la que contrajeran el divino Zeus con la ninfa Tetis, la promesa de Obama prendió fuego en el sistema de excitaciones psicopolíticas más allá de la nación. Mimado de la prensa mundial y de la multitud de nicks que pueblan Internet, la guerra electoral local tenía un príncipe global a quien adorar con la nueva pleitesía web2.0, en videos, tributos y blogs. Obama baila hip hop en el programa de Ellen de Generes (visto cinco millones de veces); la pulposa “Obamagirl” baila y canta baladas de amor por Barack; por estos lares se organiza el Comité Obamagirls Argentina, que desparrama bombachas Obama por la causa; Obama habita remeras y stencils con el sombreado que Warhol diseñó para sus Marilyn.
Atractor de todos los ojos, Obama podía seducir y manejar la atención ya entrenada por el dispositivo democrático yanqui, Hollywood, y su sistema de realeza conforme al sueño americano. Como Marilyn, su cuerpo es el símbolo pop que cataliza las fantasías; como ella, es el glamour que se proyecta sobre una leyenda política, John F. Kennedy. Es la fantasía del cuerpo que está al lado de Kennedy, el chico de elite, la eugenesia imaginaria que le aporta glamour y calidad de estrella. Como ese matrimonio de Marilyn soñado por Normal Mailer, Obama casa en un solo giro el cuerpo de los bellos y los desplazados, y la mente de la política, que rige los destinos de los hombres. El cuerpo de Obama soberano era una mutación política de Marilyn: del pop de Marilyn a la fuerza de la política.
El Terminator que gobierna California, Schwarzenegger (segundo de la línea Reagan en capitalizar el estrellato de Hollywood en política) dijo que Barack era muy flacucho (skinny boy) para derrotar al veterano McCain. Obama, que va al gym 6 veces a la semana, sigue siendo fotografiado en malla por las playas de Hawaii y, por ahora, su cuerpo alcanza para reflejar el sueño pop del cuerpo político deseable (ya veremos cómo resuelve su mente educada en Harvard dos guerras y una megarrecesión). Un cuerpo posmoderno, donde todas las referencias conviven pacíficas bajo el máximo laurel de calidad contemporáneo: la belleza, más fuerte que las distancias raciales, sociales y políticas.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/subnotas/5053-862-2009-01-21.html


OBAMA - ¿Kirchner? ¿Macri? ¿Perón?
Nacional, moderno y popular
Por Santiago O’Donnell

Como político, Obama tiene un poco de todo y por eso en distintos momentos me hace acordar a Kirchner, a Macri y al Perón que me tocó vivir, el que volvió de España. Me hace acordar a Perón sobre todo por la mística y por la habilidad para construir poder, cooptando a grupos de interés muy diversos y hasta enfrentados. En la carpa de Obama conviven operadores de Wall Street, punteros del aparato de Chicago, con ex guerrilleros marxistas y predicadores que justifican el 9-11. Como Perón, Obama no tiene piedad con sus enemigos y no tiene problemas en cambiar de postura con tal de ganar. Como Perón, Obama concibe la política como un acto de equilibrismo entre sectores en pugna y no le molesta negociar por debajo de la mesa con los que critica en público. El norteamericano no tiene descamisados, pero tiene una red inmensa de voluntarios e interesados que desde que empezó la campaña hasta hoy reciben mails, al menos una vez por semana, que siempre empiezan con el mismo encabezado. “Usted, que ha ayudado a crear un movimiento grassroot sin precedentes...” Movimiento grassroot quiere decir “movimiento de base”, o más literalmente, “surgido del pasto y las raíces”. O sea, desde la profundidad y desde la superficie. Y es cierto: en esta campaña, Obama llenó estadios y juntó colaboraciones de millones de donantes anónimos como nunca jamás nadie lo había hecho en Estados Unidos. El tema de la mística no es habitual para la política estadounidense, dominada por una aceitada maquinaria que deja poco espacio para movimientos personalistas. Por eso, por momentos me hace acordar al Perón del ’73, ese que llegó para hacer historia, para terminar con la gran crisis que entonces aquejaba al país.
Pero, claro, Obama no tiene ni la historia ni el protagonismo ni la acumulación de aciertos y errores que forjó Perón en medio siglo de actuación pública. Es una cara nueva. Joven, ganador, simpático. Es moderno. Juega al golf. Usa Internet. Veranea en Hawai. Tiene asesores que le diseñan frases pegadizas como “Sí se puede”, o “No hay estados rojos y estados azules sino los Estados Unidos de Norteamérica”. Dice que no importan las ideologías sino aportar soluciones para los problemas de la gente. Dice que viene a cambiar la vieja cultura política. Tiene arrastre entre los jóvenes, especialmente los que asisten a universidades privadas, pero también llegada a los sectores populares en gran parte porque no reniega de su condición de negro.
En eso me recuerda a Macri: la computación, la nueva política, el recambio generacional, el discurso despolitizado, “va a estar bueno Buenos Aires”, tiene llegada a los sectores humildes por su condición de “bostero” y sus coqueteos con el peronismo. Después de hacerse elegir jefe de Gobierno se fue a jugar al golf a Sudáfrica con sus amigos/asesores de campaña.
Pero, al lado de Obama, Macri parece una tabla de planchar. Mientras el norteamericano es capaz de hacer llorar desde la tarima con su crudo recitado en clave de gospel, Macri no puede sacarse la papa de la boca. Además, Obama dedicó su juventud a defender los derechos civiles y a registrar votantes en barrios pobres, mientras Macri la usó para mantener la fortuna familiar exprimiendo al Estado desde su puesto de liderazgo en el holding familiar. Por eso, Obama es un poco más creíble cuando dice que va a cambiar la cultura política de su país y poner en marcha reformas progresistas.
Lo cual me lleva a la comparación con Kirchner. Los dos son emergentes de un cambio de época por la autodestrucción del paradigma neoliberal. Los dos son animales políticos que dependen del aparato partidario y ambos intentan construir poder por fuera de esas estructuras sin demasiado éxito. Y los dos apelan a cuestiones culturales con fuerte arraigo en la sociedad. Mientras Kirchner se embanderó en el movimiento de derechos humanos, Obama reivindica la lucha por la igualdad de los negros. Pero en ambos casos el éxito de sus gestiones está irremediablemente atado a los vaivenes de la economía, ya que a los dos les tocó asumir en medio de crisis terminales. Pero a diferencia de Kirchner, que gobierna con un grupo cerrado de incondicionales, Obama llenó su gabinete con las mejores mentes de su partido. Es más previsible y más organizado, y hasta ahora no ha confrontado con los factores de poder sino más bien se ha mostrado conciliador en cada oportunidad que tuvo para hacerlo, ya sea con Wall Street, ya sea con las automotrices, ya sea con la maquinaria del clan Daley en Chicago.
Por eso digo que Obama tiene un poco de todo y para todos los gustos. Con el tiempo irá definiendo su perfil. Y será más Perón, más Macri, más Kirchner o más de otra cosa que todavía no conocemos bien.
Fuente:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/subnotas/5053-860-2009-01-21.html
Fuente de las fotos: Suplemento Radar de Página 12 del 18 de enero de 2009.