viernes, 26 de junio de 2009

Moonwalker

Enttre los muchos motivos por los cuales la persona de Michael Jackson resulta interesante está, sin duda, la casi unánime indignación que siempre produjo en los medios locales su “blanqueamiento” (ya fuera provocado o inevitable, deseado o involuntario por parte de quien lo produjo o lo sufrió). Más que sobre la psiquis de Michael, este repudio nos revela bastante sobre los fantasmas acerca de lo racial vigentes en nuestra sociedad.
Antes de ir a estudiar a Estados Unidos, a comienzos de la década de 1980, yo también tenía la impresión de que Michael Jackson era un “negro vendido”, un “oreo” (negro por afuera, blanco por dentro). Me sorprendió bastante ver que –al menos entonces- los afro(norte)americanos tenían mucho amor y admiración para con el cantante. Para ellos no había dudas: Michael era negro -sin importar qué…. Un poco por la inevitabilidad de su ascendencia africana, y por otro –quizás más importante- por la pura excelencia de su performance afro. Su moonwalk era el patrón por el cual se medía a todos los otros. Según la versión absolutamente racializada de la realidad que impera en EEUU, el tipo no podía sino ser negro, de lo contrario era imposible que se moviera cómo lo hacía. Todo lo demás era superfluo.


En Argentina, por el contrario, la excelencia de su performance afro nunca fue lo suficientemente bien valorada –después de todo era sólo moverse como un monigote, algo para tomar a la joda-.
Aquí, propongo, lo que llamó la atención principalmente fue la osadía de su intento de quebrar barreras raciales. Este hecho, quizás no voluntario ni deseado –pero así percibido- resultaba indignante.
Sin pretender que entiendo del todo la complicada lógica de nuestras categorizaciones raciales–eso intento, sin embargo- pareciera que cae muy mal, en un país de miles y miles de afrodescendientes “invisibles”, que un negro (“negro negro”, “negro mota” -o sea, obvia e indudablemente negro, “de raza negra”) tenga la osadía de querer, en base a sus millones de dólares, pasarse al otro, a nuestro bando: que quiera blanquearse. No señor, no se puede, son dos estados diferentes del ser.
Como muestra, vaya un botón -una serie de fotos que sacó hoy el diario Clarín que muestran las “mutaciones” de Jackson:
(doble click en la imagen para agrandarla y verla mejor)
En este breve relato de sus “mutaciones” –y señalo de nuevo la palabra utilizada- hay varias frases interesantes. En primer lugar, se nota -como sostengo en algunos trabajos- la importancia asignada al “pelo mota” en la categorización racial. Se lo señala en la primera foto: “todavía tenía pelo mota”, mientras que en la última se resalta: “pelo planchado”. Más sorprendente es la frase que acompaña a la foto del medio: “bastante agresiva es su imagen decolorada”. ¿La “decoloración” resulta “agresiva”? ¿Por qué y para quién?. Sin duda para quienes encuentren inadmisible la (supuesta) pretensión de pasar o cruzar de raza. Finalmente, y acompañando al “pelo planchado” está la no menos curiosa frase “irreconocible a nivel raza”.
Este tipo de afirmaciones y, sobre todo, valoraciones, sólo tienen sentido dentro de un deterrminado esquema de clasificación racial en el que ciertos rasgos se asignan a razas específicas, y cualquier intento (de nuevo, supuesto o atribuído, no sabemos si era la intención del cantante) de cruzar de raza, es considerado inadmisible y condenable.

En una canción –que todavía no pude encontrar - recuerdo que Jackson cantaba : “I don’t want to spend the rest of my life being a color”. En la algo estrecha visión de los medios locales, esa frase podría ser, efectivamente, interpretada como “quiero cambiar de color”. En una perspectiva algo más comprensiva de las relaciones raciales, podría ser entendida como “no quiero que sea mi color lo que (principalmente) me defina por el resto de mi vida”.

Fuente de las fotos de las "mutaciones": diario Clarín del 26/6/09.