martes, 2 de diciembre de 2008

Sobre el jazz afro-cubano

Paquito D'Rivera


La Nación – ADN Cultura - Música Sábado 29 de noviembre de 2008
La otra revolución cubana
Una serie de discos grabados en La Habana en los años 50 y 60 muestra el rico encuentro entre los ritmos de la isla y el jazz

En 1947, Chano Pozo llevó la revolución a la revolución: en plena furia del bebop, traficó los ritmos cubanos al jazz estadounidense desde la big band de Dizzy Gillespie y provocó una combustión que dio origen al jazz afrocubano y, como se lo conoció después, al latin jazz. Al año, el percusionista, nacido en La Habana en 1915, moría asesinado en el Rio Cafe del East Harlem en circunstancias que siguen despertando hipótesis encontradas. Algunos sostienen que lo mataron por envidia de su éxito y otros afirman que se trató de un asunto de drogas. Sin embargo, un rumor decía que detrás del crimen se escondía un factor religioso: Chano habría dado a conocer ritmos rituales del culto secreto abakuá, con raíces en Nigeria, al que había pertenecido en Cuba.
África. Aquella raíz era lo que unía en algo nuevo la complejidad armónica de Gillespie y las congas de Pozo, que llevaban dentro el son, la rumba, el mambo, el chachachá y otros ritmos afrocubanos. De algún modo, Chano Pozo le devolvió al jazz una suerte de eslabón perdido, y la chispa desató una reacción en cadena. Los ritmos cubanos fascinaron a tantos músicos del bebop, afirma el crítico Joachim Berendt, porque en Cuba se había mantenido más viva que en Estados Unidos la tradición africana. A fin de cuentas, el de Dizzy y Chano fue el encuentro de primos hermanos que habían sido arrojados lejos de los ancestros y que en el camino habían asimilado culturas diferentes.
Gillespie, gran catalizador de lo que se dio en llamar "cubop", tenía un antecedente: ya había entrado en contacto con la música de la isla cuando compartió la sección de metales de la orquesta de Cab Calloway con el cubano Mario Bauzá, que sería el arreglador de los Afrocubans de Machito (Frank Raúl Grillo), otro pionero. Por aquellos días, ambos, Bauzá y Machito, intentaban combinar los ritmos que habían aprendido de chicos con el jazz que sonaba en Nueva York.
Todos ellos demostraron una vez más la capacidad del jazz para enriquecerse de lo diverso y, sin proponérselo, iniciaron una tradición. ¿Qué aportó el elemento cubano al jazz moderno? Sin duda, sus complejas acentuaciones rítmicas, incorporadas y transformadas luego por músicos como Stan Kenton, Charlie Parker, Art Blakey y Cal Tjader, entre tantos otros. También, una serie de instrumentos de percusión (congas, bongos, maracas, güiros) que enriquecieron la paleta tímbrica del jazz. Y junto con cierto tratamiento de los "caños", derivado de los arreglos de las orquestas de La Habana, otro aporte fueron las composiciones originales, algunas de las cuales pasaron a ser standards del género, como "Afro Blue" (versionada por John Coltrane), de Mongo Santamaría, percusionista nacido en la capital de la isla que llegó a Nueva York a fines de los años 40 con la orquesta de Dámaso Pérez Prado, cubano de Matanzas que se coronaría "rey del mambo".
Todo esto puede encontrarse en la serie Jazzcuba (Warner Music), integrada por ocho CD que rescatan, de las arcas del legendario sello Egrem de La Habana, grabaciones de grandes músicos y combos cubanos: Bebo Valdés y su hijo Chucho, Israel "Cachao" López y su sobrino Cachaíto, Chico O’Farril, Pedro "Peruchín" Jústiz, el cantante Guapachá y las orquestas Los Amigos, Cubana de Música Moderna e Irakere. En su mayoría, son registros de fines de la década del 50 y principios de los años 60: una música donde se mezclan ecos del Tropicana con toques de las orquestas de swing, el "Son de la Loma" de Matamoros y la guajira "Guantanamera" con "Tenderly" y "All the Things You Are", todo interpretado por músicos versátiles y de extraordinaria capacidad técnica que además le aportan al jazz el espíritu juguetón y cálido propio del Caribe.
En la retaguardia de este seleccionado de músicos cubanos, cuidando las raíces pero abriéndose al jazz, están Bebo Valdés y Cachao López, dos leyendas. Aún activo con más de 90 años, Bebo sorprendió en 2003 con Lágrimas Negras, en dúo con el cantaor español "El Cigala". Cachao, que comenzó como contrabajista clásico en la Orquesta Filarmónica de La Habana y murió el año pasado tras una dilatada trayectoria, cultivó (junto con el pianista Peruchín Justiz) un estilo de improvisación en el que confluían el idioma del jazz con el fraseo típico de los ritmos de Cuba. Según el especialista cubano Leonardo Acosta, fue uno de los principales impulsores de la "descarga", término que en el argot musical de la isla designaba las largas sesiones de improvisación. Chucho Valdés, pianista como su padre, creó y dirigió el grupo Irakere, semillero de grandes instrumentistas. Esta grabación de 1976 confirma la justa fama que se ganó la sección de metales, con Paquito D’Rivera en saxo y clarinete, y Arturo Sandoval en trompeta.
Compositor y arreglador, Chico O’Farril pasó de tocar su trompeta en el mítico Tropicana de La Habana a hacer arreglos para Benny Goodman, Kenton y Gillespie en Nueva York. Allí grabó, en 1950, su Afro Cuban Jazz Suite, con Parker como solista. Más tarde trabajaría junto al argentino Leandro "Gato" Barbieri. Pero una de las más felices sorpresas de este lanzamiento es el inspirado piano de Frank Emilio Flynn en el CD del grupo Los Amigos, fundado por el baterista Guillermo Barreto, en el que revistó también el contrabajista Cachaíto López. Hijo de un estadounidense de origen irlandés y de una cubana, Frank Emilio perdió la vista en su adolescencia y se abrazó al piano. Estudió teoría y solfeo, pero pasaría de Bach y Mozart a los ritmos populares cubanos y al jazz para unirse a la bohemia habanera de los años 50. Fue uno de los creadores del filin (término que viene de la palabra inglesa feeling y alude a la mezcla del bolero cubano con el jazz). Como O’Farril, murió en 2001, y esta grabación es un acto de justicia que rescata a un pianista de exquisita sensibilidad.
De algún modo, la serie es también una suerte de documento que puede leerse –y escucharse– como una precuela de Buena Vista Social Club, de Wim Wenders, y Calle 54, de Fernando Trueba, dos películas que difundieron el legado de la música cubana y el jazz latino entre audiencias más amplias.
Fuente:
Foto: Reuters/LN