jueves, 16 de septiembre de 2010

Distopías raciales urbanas

Mientras tanto, en la realidad cotidiana, la revista Contraeditorial trae una interesante nota sobre cómo es ser "morocho" en la ciudad.


Sociedad- revista Contraeditorial, septiembre de 2010
Historias del país mestizo
Nosotros, los morochos
Se los invisibiliza y se los patea afuera por agresión directa o mediante el arte de la corrección política. No sólo que “no tienen voz”: no suele suceder que hablen en público de sí mismos como morochos. Aquí cuentan, en primera persona, cómo es eso de ser negros, de ser acusados por portación de rostro, de recibir cada día de la vida la mirada blanca, que también los constituye.
Por Nahuel Gallotta

La vez que Graciela –51 años, morocha clase baja que vive de una cooperativa de trabajo– se sintió más morocha fue en un bingo. Le ocurrió después de gritar “¡Línea!”, cuando en la mesa que compartía con mujeres clase media-alta le dijeron que había ganado sólo porque ese sería su único día de suerte en la vida.
–Fue buenísimo ganarles. Ellas se piensan que las morochas no tenemos derecho a ganar. Es ley que cuando ganás tenés que pagarle el cartón a la mesa. Y ellas te vienen con que “no necesito tu plata”.Eso dice Graciela, sentada en una casa humilde del barrio Gobernador Monteverde, Florencio Varela. Graciela dice también que el diario local las discrimina por cobrar un plan. Y que en el último tiempo surgieron algunos inconvenientes entre vecinos que cobran 800 pesos “por no hacer nada” contra los 1.400 de su sueldo por “cortar pastos”.
–Es loco que la misma gente que cobra menos que vos te discrimina. Ellas te dicen que quieren cobrar lo mismo. Es como que molesta el progreso de un morocho, por más que el que reclame sea de la misma clase social. Mientras ellas se liman las uñitas, yo estoy sacando el barro de las cuadras.


En la Argentina se dice que el gato que trae mala suerte es el negro, al que trabaja mucho se comenta que lo hace como un negro y los medios titulan notas con expresiones recurrentes como “el pasado negro u oscuro” de alguien. Se sabe: ciertos modos de la delincuencia aparecen vinculados con el nivel de pigmentos en piel. Pero cuando se trata del robo a un banco hecho de una manera elegante, o cuando es mucho el dinero afanado mediante ardides ingeniosos, se habla de “ladrones de guante blanco”. Lo que casi nunca aparece en las pantallas televisivas del país son rostros de actores, políticos, conductores de televisión o modelos que pinten morochos. Sin embargo, la vez que Cristian se sintió más morocho fue actuando. Su padre ofrece a las productoras de cine y televisión gente con portación de cara para hacer papeles de marginales, piqueteros, cartoneros, delincuentes. Estaba contratado en una película para hacer del ladrón que robaría una estación de servicio. Durante la escena llegó un patrullero. Antes que pudiera comenzar el rodaje los vecinos habían llamado al 911 para denunciar que había dos morochos en evidente actitud sospechosa.
No trotarás por San Telmo
La vez que Julio se sintió nítidamente morocho fue de noche, en una plaza de San Telmo. Corría y notó que una señora, por sólo verlo, se cruzó de vereda. Julio tiene 30 años y es de la villa 21, el asentamiento de Barracas en el que se crió y vivió hasta que hace algunos años se mudó a San Telmo. Dice que además de ser morocho, la cicatriz que tiene en la cara, altura cachete derecho, se la hace más difícil por más que esté orgulloso de ser morocho. Aunque aclara: está el negro-negro, y está el que es marrón. Él vendría a ser, siguiendo sus clasificaciones, negro-negro.

–Tenemos como un swing que el blanco no tiene. Bailamos mejor, somos como más dados, y la mujer es como que busca otra cosa con nosotros, como que piensa que somos más machos. Vendría a ser que el blanco es el arquitecto y el morocho el obrero. Yo lo noto mucho: tienen fantasías con un morocho.
José hoy vive por el centro, cruzando Rivadavia, barrio de Monserrat. Pero siempre habitó en Florencio Varela, en el segundo cordón del conurbano bonaerense, zona sur-sur.
–Yo tengo un problema y es que me siento discriminado por el color de mi piel, me ando cuidando mucho de cómo hablo, estoy muy a la expectativa de cómo manejarme con otras personas.
–Te discriminás solo...
–Sí, sería algo así, es algo mío. Yo debería ser más natural, como todas las personas. Es como que trato de no equivocarme nunca y me reprocho ser así.
–¿Pero qué? ¿Te hacen sentir cómo por ser morocho?
–Yo soy joyero, trabajo en la calle Libertad. Por cuestiones de trabajo a veces bajo a las corridas, con mi ropa de trabajo, y voy caminando para un lado y siempre noto que las señoras, y las minas jóvenes también, se agarran la cartera cuando les paso al lado. Si sos morocho conviene estar afeitado, bien peinado y con el pelo corto.
La vez que José se sintió más morocho fue hace seis o siete años, cuando se mudó a Monserrat, y empezó a notar que apenas lo veían los policías, debía sacar su documento y dar explicaciones sobre lo que estaba haciendo. Entonces creyó –o notó– que cambiar de look era lo más conveniente para caminar tranquilo. Fue una lección veloz: Monserrat no es Varela. Alquila la pieza con un compañero al que llama Polaco.
–La otra vez me cargó. Me dijo que yo tenía que dormir en la pieza de arriba porque yo soy el negro. Pero el negro de los dos es él, por más que sea rubio. Anda tomando cerveza todo el día.

(La nota completa, en la edición impresa)

*Nahuel Gallotta nació en 1985 y es periodista desde 2007. Cursó la Licenciatura en Periodismo en la Universidad del Salvador, además de talleres de crónica con Cristian Alarcón y Leila Guerriero. Publicó crónicas en distintos medios gráficos. Tiene en preparación su primer libro: Pueden esposarme las manos pero nunca las ideas, sobre la vida de Camilo Blajaquis, poeta de la villa Carlos Gardel que comenzó a leer y a escribir estando preso. Quizá por ser levemente morocho, reparte pizzas cinco noches a la semana.

Fuente: http://www.elargentino.com/nota-105800-medios-142-Nosotros-los-morochos.html

Agradezco a María Cecilia Galera