sábado, 31 de julio de 2010

Afroargentinos en Diario Z


Diario Z de la Ciudad de Buenos Aires. Jueves 29 de julio de 2010
Porque esto ¡es África!
Contra el mito que dice que los negros se extinguieron en las guerras de la Independencia y por las epidemias, dejando sólo su legado cultural, se estima que hay unos dos millones de afrodescendientes en el país. Muchos viven en la Ciudad.
Por Fernanda Sández

Para la historia argen­tina, nosotros sólo hi­cimos pastelitos. Y nos morimos todos en 1810", dice con voz rasposa Mag­dalena "Pocha" Lamadrid. Sabe de lo que habla. La patria del Bi­centenario se armó sobre un par de mentiras claramente racistas. Y la primera es esa que a Mag­dalena la enardece tanto: que en este país no hay negros, y que -si los hubo, como cuentan los textos y las pinturas- se murie­ron todos hace mucho y sin he­rederos. En las guerras de la In­dependencia, algunos; en la del Paraguay, el resto; durante la epi­demia de fibre amarilla de 1871, todos los demás.
Ya lo dijo -y con convicción- el por entonces presidente Carlos Saúl Menem: "En la Argentina no hay negros. Ese problema lo tie­ne Brasil". Sin embargo, para La­madrid y tantos más la historia es otra, y parte de ella saldrá a luz el 27 de octubre de este año, cuan­do se realice el décimo Censo Na­cional de Población, Hogares y Vivienda. Ese día, y por primera vez desde los tiempos de Fausti­no Sarmiento, el cuestionario in­cluirá una pregunta referida a la existencia de antepasados africa­nos en la familia.
Pero, ¿bastará con esto para comenzar a revertir un proceso deliberado de "blanqueamiento" social con más de un siglo sobre sus espaldas? Posiblemente, no. especial si, como sostiene Ale­jandro Frigerio, doctor en Antro­pología e investigador del Conicet, "la invisibilización de los negros se produce no sólo en la narrativa dominante de la historia argenti­na -aspecto más tratado y sobre el cual existe bastante consenso- sino también en las interacciones sociales de nuestra vida cotidia­na. La ‘blanquedad' porteña, que habitualmente es considerada un dato objetivo, resulta de un proce­so socialmente construido".
¿Cómo se dio entonces esa in­vención de una ciudad europea y clara sobre una realidad muy dis­tinta, donde negros, pardos y mu­latos representaron alguna vez un tercio de la población total? Se­gún Frigerio, las estrategias fue­ron varias. Entre ellas, la idea de considerar como afrodescen­dientes solamente a los "negros mota" (los de características fe­notípicas más inconfundibles), "el ocultamiento de antepasados ne­gros en las familias y el despla­zamiento, en el discurso sobre la estratificación y las diferencias so­ciales, de factores de raza o color hacia los de clase". Dicho de otro modo: las familias porteñas tradi­cionales "exorcizaron" su proba­ble negritud escamoteando toda referencia al respecto. Se ocul­taron historias, retratos, docu­mentos y hasta parientes que pu­dieran llegar a poner en duda la alegada "blanquedad". Ál­varez, afrodescendiente y secre­tario de la ONG África y su Diás­pora, dice sin embargo que "así y todo, en los relatos familiares sue­le filtrarse la alusión a esos ante­pasados. El problema es que el ser negro está asociado a un es­tereotipo de pobreza, ignorancia y exclusión. ¿Y quién puede sen­tirse orgulloso de eso? Entonces, esa referencia se borra. Pero esto ocurre además porque la invisibili­zación, en la Argentina es una po­lítica de Estado. Este discurso de que en nuestro país no hay afro­descendientes y que todos fueron muertos en las luchas indepen­dentistas es el discurso de un Es­tado que no incorpora la diferen­cia", se lamenta.
La piel de Judas
Pocha Lamadrid es, nueva­mente, la que pone las cosas en su sitio. Cuenta que -en eso que los sociólogos llaman "proceso de suburbanización"- su familia pasó alguna vez de un conventi­llo en San Telmo a una villa en el Gran Buenos Aires. "Nuestra gente siempre ha sido muy mar­ginada de todo. De los estudios, del trabajo, de la posibilidad de progresar", explica. "Y de la po­sibilidad de ser argentinos tam­bién, porque durante años acá se dijo que argentinos negros no había." Y el mito aquel de la na­ción blanca, de "la París de Suda­mérica" y de los europeos veni­dos en barco hasta el Río de la Plata caló tan hondo que hace ocho años un oficial de Migracio­nes puso en duda el pasaporte de Magdalena. "Vos sos negra, así que no podés ser argentina. ¿Sos peruana? ¿Entendés el es­pañol?", le espetó el 22 de agos­to de 2002. En ese momento, como presidenta de la organiza­ción África Vive, estaba a punto de embarcar con destino a Pana­má para asistir a un congreso en honor a Martin Luther King. No pudo ser; perdió el vuelo y per­maneció tres horas detenida "por portación de cara", como ella misma recuerda hoy. Ni el pasa­porte ni el documento de iden­tidad bastaron para persuadir al funcionario de que estaba tra­tando de engañarlo. "Es trucho", sentenció apenas vio los pape­les. Ocho años, una denuncia y un veredicto adverso más tarde ("no fue discriminación", dijo la Justicia) Lamadrid todavía se in­digna. Es que, como argentina de quinta generación, sabe de sobra que los hechos de este tipo no son precisamente una rareza sino la norma en un país que siempre optó por imaginarse sin minorías ni conflictos raciales.
Sin embar­go, desde el Colectivo Para la Di­versidad (Copadi), la abogada Lu­ciana Sánchez agita un concepto cuco: "racismo de Estado". Y ha­bla -sin pausa, sin dudas, sin ma­quillaje- de historias que conoce desde adentro. "El racismo sigue tan potente como antes. Y esto te lo digo no sólo como afrodes­cendiente, sino como abogada. La gente del Movimiento Afro­cultural, en Barracas, fue despla­zada sin importar nada porque hoy, y desde hace un tiempo, en los barrios que tradicionalmente ocuparon los negros (como San Telmo, Monserrat y Barracas) se están dando movidas inmobilia­rias importantes. Compra la cla­se media blanca y con dinero, y desaloja a los afrodescendientes que tienen historia en el lugar, pero son pobres y sin papeles. Y así están todos: de desalojo en desalojo. ¿Y qué vida podés or­ganizar así? ¿A qué escuela po­dés ir, cómo te podés atender en un hospital? Nuestras cárceles están llenas de afrodescendien­tes. ¿Querés algo más elocuente que eso?"
Las palabras y las cosas
En septiembre de 2001, se re­unió la I Conferencia Mundial con­tra el Racismo, también conocida como la Cumbre de Durban por la ciudad sudafricana en la que tu­vieron lugar las reuniones.
La Argentina suscribió al do­cumento final de aquel encuen­tro, en cuyo punto 33 se lee: "Consideramos esencial que to­dos los países de la región de las Américas y todas las demás zonas de la diáspora africana reconoz­can la existencia de su población de origen africano y las contri­buciones culturales, económicas, políticas y científicas que ha he­cho esa población, y que admitan la persistencia del racismo, la dis­criminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia que la afectan de manera especí­fica, y reconocemos que, en mu­chos países, la desigualdad históri­ca en lo que respecta, entre otras cosas, al acceso a la educación, la atención de salud y la vivienda, ha sido una causa profunda de las disparidades socioeconómicas que la afectan".
Desde entonces, la corrección política marca que a los hijos de los hijos de los africanos traídos al Río de la Plata se los llame "afro­descendientes" y que el antiguo "negro" sea una palabra maldi­ta. Un insulto, casi, tal vez porque en el discurso de los triunfadores los negros también fueron "cons­truidos" únicamente con rasgos negativos. Haraganes, violen­tos o bien bailarines como los de las pinturas de Fígari y divertidos como Eusebio de la Santa Federa­ción, uno de los bufones de Juan Manuel de Rosas en su quinta de Palermo.
Lo que fuera, menos iguales. "Toda la historia oficial, que es la que se enseña en las escuelas, hace de lo afro una rareza de otro tiempo. Por eso los negros apare­cen sólo para el 25 de Mayo o el 9 de Julio y para representarlos siempre hay uno que se pinta la cara con carbón. ¿Qué nos dice todo eso? Que los negros son un fósil. Algo del pasado, y que son tan distintos de nosotros que lo más parecido que podemos con­seguir acá es un blanco pintado", ironiza Federico Pita, politólogo y presidente de la Diáspora Afri­cana Argentina. "Por eso, sin­ceramente, no sé qué es lo que podemos esperar del nuevo cen­so. Primero, porque no sé cuán­ta gente conoce la palabra ‘afro­descendiente'; segundo, porque no sé cuántos realmente se ha­rán cargo de sus raíces -cuestio­na, y agrega-: Aun así, y aunque vayamos de cabeza a un subre­gistro, creo que la idea del censo es muy válida."
La razón es que tal vez -sólo tal vez- a la luz de un censo, de una pregunta repetida casa por casa y en todo el país, la Argenti­na casi caucásica de los textos es­colares comience a lucir algo más morenita. Menos pálida. Más real.
Fuente de la nota: http://www.diarioz.com.ar/nota-porque-esto-es-frica.html