domingo, 10 de enero de 2010

Llamada del 6 de enero (2) - “Cuando hierve la sangre”: La dimensión agonística de la cultura afroamericana

Lo que pude ver -que no fue todo- de la llamada del 6 de enero en San Telmo me pareció superlativo –un juicio, claro, siempre subjetivo y pasible de cuestionamiento.
No tuvieron quizás la belleza celebratoria y masiva que están adquiriendo las llamadas de comparsas de diciembre (“oficiales” o “independientes”) -ya casi espectaculares, aunque claro que para Montevideo todavía falta bastante-. Sin embargo las llamadas, llamémoslas tradicionales o de días festivos siguen siendo, para mí, el locus de “la real”.

Esa cosa comunitaria de familias, parientes, vecinos, amigos o hasta (secretamente) enemigos que se juntan sabiendo que, aunque nadie los convoque, en determinados días del año hay que estar al atardecer en Plaza Dorrego. Después de los abrazos, las conversas y alguna birra de rigor, el templado. Mientras, algún momento mágico de poesía y canto relajado al ritmo del tambor como el que refleja el video que antecede a este texto. Luego puro nervio, músculo, cuero y vamo’ arriba.
Roda de bambas, dirían en Brasil –donde sólo participan quienes tienen el conocimiento y la experiencia suficientes. Claro que en el evento hay lugares más y menos centrales, como se puede ver en la espontánea pero calculada formación de la batea inicial, pero sin duda es un ámbito en el que la excelencia musical se da en su formas más cruda, exaltada, y, llegado el caso, maravillosa.

Es probablemente y para nuestro contexto, el lugar donde mas fuerte y claramente se ve la dimensión no sólo comunitaria y lúdica sino también agonística –competitiva- de la cultura afroamericana. Donde el “ethos guerrero” del candombe uruguayo -que tan bien analiza Luis Ferreira en sus trabajos- se expresa con mayor fuerza y, quizás, fiereza. Donde se ven bien las dimensiones artísticas, musicales, lúdicas pero –insisto- agonísticas del género. Es a la vez un tocar juntos, pero casi contra los demás, demostrando todo lo que cada intérprete puede sacar de su tambor y de su persona fisica. Una performance musical que por el esfuerzo físico que conlleva se asemeja a una maratón; una demostración de sensibilidad y dominio musical, pero también de fuerza física y masculinidad.

“Cuando hierve la sangre” –como me dijo alguna vez un conocido candombero afrouruguayo- hay excelencia musical pero también hay exaltación. De ahí que cualquier desliz performativo –o diferencia de opinión respecto de la adecuación de determinados ritmos –toca muy fuerte, muy despacio, se cruza, no sube debidamente- puede dar lugar a acaloradas discusiones, desplantes, y, a veces, agresiones físicas. Actitudes y conductas que uno –desde la concepción clase media del arte civilizado- no puede entender fácilmente, pero que resuenan ciertamente con otras experiencias afroamericanas.
Desde el “tu no juegues conmigo que yo como candela” de los cubanísimos Estrellas de Areito, pasando por el sobrador y excluyente “esto es de barrio, papi, de callejón” del rapper boricua Tego Calderón (cantando con voz aguardentosa junto con Julio Voltio), la performance artística afroamericana callejera se cruza fácilmente con –por no decir se nutre de- la construcción del género masculino (y femenino), de la afirmación identitaria (personal, racial, comunitaria) y de la lucha –en sus diversas formas- por el prestigio personal.
La expresión brasilera “roda de bambas” que se aplica tanto a una roda de capoeira como a una de samba identifica el lugar donde no todos pueden entrar, donde la excelencia performativa es a la vez artística y condición de supervivencia. La intensidad de la experiencia y el gozo puede correr paralela a la del peligro –como cualquiera que haya pasado algún carnaval en Bahía “pulando por tras do trío elétrico” con o povão, sabe. De ahí también la expresión bahiana “quem não pode com mandinga não carrega patuá”. No lleves un amuleto que no sirva para protegerte de la magia. O, en una lectura más acertada, no pretendas ser lo que no sos ni saber lo que no sabés porque en ciertos contextos puede costar muy caro.


La mezcla de excelencia performativa con discusiones acaloradas puede exceder también el ámbito de la cultura secular. Recuerdo una ceremonia de santería donde el akpwon (cantante) comenzó a discutir con el dueño de casa por sus honorarios –y horarios- rituales. Aunque la cosa no llegó a mayores, llevó a una fuerte discusión pública -a la cual yo no estaba acostumbrado en contextos brasileros. Luego todo el mundo minimizó el asunto y hasta lo justificó diciendo que en un tambor para Elegua era común –y casi hasta necesario- que hubiera un poco de araye –alboroto, trastorno- porque eso mostraba que, efectivamente, la energía picaresca del orixá estaba presente. En este ejemplo, como en los anteriores, la excelencia performática –en este caso religiosa- no estaba reñida –sino que era demostrada- por actitudes exaltadas, hasta violentas. Claro que esto también se debía a la naturaleza propia del oricha, y actitudes similares no habrían sido bien consideradas si otro hubiera sido el homenajeado.

Basada en una cosmovisión en la cual no hay bien ni mal absolutos, gestada en condiciones de extrema privación social y económica, integrada absolutamente al contexto social cotidiano, la excelencia artística y performativa afroamericana lleva a una exaltación de los sentidos que puede explotar de mil e impredecibles maneras.
Saber navegar las aguas turbulentas también es una muestra de su conocimiento.