Me quedé también por si, en algún momento, pasada la confusión del agente bonaerense y su aparentemente buena predisposición inicial, tuviera que chapear (como si pudiera hacerlo) en mi condición de “profesor universitario” e “investigador del CONICET” (alguien sabrá lo que es?) para “certificar” que no estábamos en alguna fiesta de locos o por si fuera preciso dar mi “charla introductoria a la kimbanda en 5 minutos” . Nada de eso fue necesario. Los Exús llevaron al policía al salón de la fiesta, donde lo recibió y saludó el dueño de casa, le dieron un plato lleno de la comida de la fiesta que todos habíamos compartido hacia poco y luego un Exú –el más malandro de los presentes, seguro el que en vida más tiempo había compartido con(tra) la policía lo acompañó a la salida. En todo el tiempo que estuvo, el tipo no realizó ninguna admonición ni dijo una palabra acerca de “ruidos molestos” - motivo que seguramente lo había llevado alli una noche de miércoles a la una de la mañana- ni hizo otra cosa que mostrar (desconcertado y asombrado) respeto por la ceremonia y las entidades con las que hablaba.
En el improbable encuentro entre el guardián de las calles terrenales y sus hasta hace poco desconocidos pares espirituales, entre el celador del orden terrenal y los equilibradores del (des)orden espiritual, esta vez fue el policía quien más me sorprendió.
Fotos: Alejandro Frigerio. Prohibida su reproducción.