domingo, 3 de febrero de 2013

Iemanjá -en la ribera de Quilmes...


La fiesta de Iemanjá en Quilmes no deja de sorprenderme -y maravillarme. Es lo más cercano a una celebración auténticamente popular -con los riesgos y exageraciones que ambas palabras implican y con perdón de mis colegas que analizan las diversas construcciones y dimensiones de "lo popular"-. Reúne a una cantidad notable de individuos, muchos de ellos difícilmente pertenecientes al amplio espectro de la "clase media" -con perdón de otros colegas- en la devoción a una deidad afroamericana -"diosa" tampoco es una palabra correcta- que no pertenece al panteón de los seres espirituales socialmente legitimados. (¿A alguien le parece a esta altura que se volvió difícil hablar o escribir sobre determinados temas? -así es.....). 
La zona en que se realiza es un área del Gran Buenos Aires particularmente afectada por la pobreza -mucho menos que "residencial", probablemente ni siquiera un "barrio obrero", con sectores descampados y de "villa". Ciertamente carece de la belleza paisajística o del glamour exótico que caracteriza a otras fiestas "folklóricas" de renombre. Todavía no ha sido "descubierta" por los medios (que sólo en contadas ocasiones se han referido a ella) ni ha sido cooptada por políticos, funcionarios, etc. Hasta el momento, al menos, los concurrentes sólo van para quedar bien con Iemanjá -y con ningún poder terrenal...


Argumenté en otro lado, sin embargo, que la devoción a Iemanjá no sólo crece cuantitativamente y geográficamente, sino que también se muestra propensa a quebrar barreras sociales y que sin duda es la mejor carta de presentación que las religiones afroamericanas (en nuestro país, mayormente el batuque y la umbanda) tienen ante la sociedad mayor. Su carácter de "gran madre" espiritual (y material) resuena con otros arquetipos religiosos y la belleza de los rituales y ceremonias que se realizan en su honor son fácilmente apreciables aún por legos en la materia. La masiva y creciente asistencia a sus fiestas también son un poderoso argumento legitimador. Pero ya traté estas cuestiones, y espero que de manera mejor....


Volviendo a Quilmes y su ribera: la situación actual de lo que fue uno de los (el?) primeros balnearios del país dista de ser la ideal. Si, saliendo de la autopista a La Plata,  uno toma la avenida Rivera Indarte hacia el río, desembocará en el gran muelle y el club Pejerrey que cortan al balneario en dos mitades notablemente desiguales. Hacia la izquierda (mirando al río), una parte remozada, en mucho mejor estado, con un destacamento policial en su inicio. A la derecha, una zona mayor, mucho más deteriorada. Esta disparidad ambiental y material se verá reflejada en la fiesta.



La zona de la izquierda es donde ahora ASRAU (Agrupación Social, Cultural y Religiosa Africanista y Umbandista) realiza una celebración que reúne a decenas de templos -que incluye una procesión, una roda de batuque y entrega de las barcas-. En ese espacio probablemente también haya otros templos que no pertenecen a la entidad, que hacen sus propias -generalmente pequeñas- sesiones de umbanda. De este lado todo es más limpio, más organizado, las barcas son mayores y la ropa religiosa de los asistentes es más evidente, incluyendo las túnicas de batuque con los colores propios de los orixás  y sus versiones más africanas o africanizadas. La presencia sostenida y anunciada de esta organización en las celebraciones de la  ribera sin duda ha brindado un poderoso impulso a la masividad y dinámica que la fiesta ha adquirido -que tiene su contraparte casi gemela los días 8 de diciembre cuando se celebra, de manera casi idéntica pero con predominio del amarillo en vez del celeste, a Oxum.




En el sector hacia la derecha del muelle, otras decenas o quizás cientos de templos también hacen sus ofrendas de manera independiente. El panorama aquí es más caótico, con numerosas barcas  y altares/ofrendas para Iemanjá más pequeños entreverados con cientos de carpas de tela que se multiplican como hongos gigantes. No todos los presentes usan ropas blancas -mucho menos las de batuque o africanas- y resulta díficil a veces distinguir a los fieles umbandistas de los paseantes ocasionales del lugar. La ortodoxia y la etiqueta religiosa aparecen sin duda más relajadas. Sin embargo, la enorme diversidad de propuestas religiosas -y sus innumerables combinaciones con actividades y escenas profanas- le brindan un especial atractivo al sector. Un templo de Avellaneda siempre junta dos o tres micros como barrera y a su abrigo realiza, en la calle, una gran sesión de Umbanda. Como mini-satélites, varios más juntan a una decena de personas que cantan y giran en distintos rincones al ritmo de los tambores.




Las entidades espirituales favoritas parecen ser los africanos, quienes con sus sombreros de paja, grandes collares e infaltable botella de vino en la mano se pasean de a dos o de a tres, por toda la extensión de la ribera -uniendo las clases, las hetero y ortodoxias, y los espacios sociales. Vigilados por algún miembro de su templo, bromean con los paseantes, convidan vino, o cantan y bailan. Algunos van y vienen durante horas.



Las condiciones climáticas influyen mucho en el desarrollo y la magnitud de la celebración. Días apacibles se corresponden con más concurrencia (o al menos, durante más tiempo), una demorada permanencia  de las ofrendas en exhibición hasta su momento de ser llevadas al río, y un mayor uso de telas y velas en las barcas que aumenta su esplendor. Este año hubo un fuerte viento durante buena parte del día -que pareció amainar hacia la tardecita- que hizo que el río estuviera alto y con olas. Aún así, la profundidad no es mucha, descendidos los grandes escalones de cemento que bordean el río.



Lo que no varía, haga frío o calor, mayor o menor oleaje o fuerza del viento, es la entereza y la devoción con que los cientos de umbandistas (hombres y mujeres) se ponen las barcas al hombro y encaran hacia el río, llevando sus regalos y plegarias al orixá del mar. No deja de conmover, pese a haber presenciado la escena decenas de veces....