Las fiestas de Iemanjá en Mar del Plata
y en la ribera de Quilmes muestran las múltiples caras de la creciente y
multitudinaria presencia de las religiones de origen afro en nuestro país -que quizás
no aparezca en las encuestas sobre religión, pero es fácilmente apreciable en la vida
cotidiana de cualquier barrio bonaerense y, cada vez más, en capitales del
interior.
Multiforme, mezclada y diversa la de la ribera bonaerense,
centralizada, prolija y organizada hasta el último detalle la de la ciudad
costera. Bellas ambas, unidas en el amor de sus devotos por el mismo orixá y su determinación de expresarlo sin el apoyo material de los poderes de turno.
La de Mar del Plata está llegando a su 30avo aniversario. No siempre tuvo esta
magnificencia, claro. Su organizador, el babá Hugo de Iemanjá Bomi, recuerda que en su origen, a principios de la década de 1980, consistió
apenas de una pequeña procesión/ofrenda de veinte personas bajo la mirada
atenta de cinco patrulleros de policía en una playa pequeña de la ciudad. Se
fue haciendo más grande a medida que creció la familia religiosa del
organizador, y que la progresiva liberalización del espacio público -a medida que la democracia se consolidaba- permitió una presencia cada vez más visible
de religiones no católicas.
Foto: Alejandro Frigerio
Hacia fines de esa década, la fiesta se
comenzó a hacer en su ubicación actual: playa Popular, una de las más céntricas
de la ciudad. Los devotos realizaban, al atardecer, una procesión por el borde
del mar y luego de entonar distintos cánticos de batuque en honor a los orixás,
el sacerdote recibía a su Iemanjá. Ésta era la señal para que los hijos
entraran al agua, cargando las barcas, para dejar sus ofrendas.
A fines de los noventa los organizadores
consiguieron un permiso municipal permanente para realizar su fiesta. De esta
manera, ya no tuvieron que solicitar autorización cada año y contaron con el
apoyo de la policía que ya no los vigilaba sino que ordenaba la creciente
cantidad de curiosos que seguían el ritual. Más tarde también consiguieron la ayuda de la Prefectura para llevar a las barcas con ofrendas mar adentro.
Cuando comenzó este siglo se les otorgó la certificación de interés turístico
y cultural por parte del municipio local. Un
poco más tarde hizo lo propio la Secretaría de Cultura de General
Pueyrredón y, recientemente, la Secretaría de Turismo de la Provincia de Buenos
Aires.
Con estos
apoyos, la fiesta se hizo más compleja, y aún más visible. La imagen umbandista
de yeso de Iemanjá fue reemplazada por una gran y bella estatua de madera traída
de Nigeria, una talla realizada en el estilo tradicional yoruba de una mujer
con grandes senos –que son tapados, pudorosamente, por un paño blanco y
ataviada con collares hechos de caracoles, semillas y cuentas azules -el color
de Iemanjá- .
Actualmente la procesión con la que comienza la fiesta
sale al atardecer desde el costado del casino de la ciudad, en pleno centro
marplatense. Todos los años, reconocidos líderes religiosos afroumbandistas acompañan al babá Hugo de Iemanjá y al babá José Luis de Iemanjá, en una bienvenida muestra de solidaridad y apoyo fraterno.
Los hijos/hijas de santo, todos ataviados de blanco y varios con
jarrones con flores en la cabeza, al estilo de la procesión de Bonfim en Bahía
van desfilando por la rambla costanera, al ritmo de la música de un incansable grupo de alabés y ante la mirada de cientos de curiosos o
devotos, para luego internarse en la arena de la playa Popular. Una vez allí, y
ya de noche, se arma alrededor de la estatua de Iemanjá una gigantesca roda de
batuque, con cientos de hijos e hijas de santo cantando y bailando para todos los orixás
al ritmo de los tambores característicos de esta variante religiosa del sur
brasilero.
Foto: Alejandro Frigerio
La ceremonia pública en la playa reproduce (y revela) la que se realiza desde hace años al interior de los templos, sólo que la magnifica y la pone a la vista de todos -las rodas de batuque de las tres fiestas a las que asistí en esta ciudad contaban con quizás trescientos hijos de santo que cantaban y bailaban. Promediada la ceremonia varios de ellos van entrando en trance con sus orixás que se desplazan por la arena, ante la mirada atenta de los devotos y la atónita de los curiosos y los numerosos periodistas.
Con varios orixás danzando en la playa, se entregan las barcas con
las ofrendas, que son llevadas al agua por el líder y sus hijos y luego mar
adentro por motos acuáticas de Prefectura. El contacto con el agua y los cánticos
hacen que tanto el babá Hugo como sus hijos pertenecientes al orixá Iemanjá la manifiesten,
parados en el mar hasta las rodillas. Mientras, como en Salvador, Bahía, una multitud
contempla cómo las ofrendas son llevadas al mar. Luego muchos devotos pasan a abrazar
a -y tomar axé de- los distintos orixás. Los más afortunados recibirán las cuentas de
color celeste que ellos entregan a varios de los asistentes.
Para los numerosos hijos de santo que forman la familia religiosa propia y extensa del babá Hugo de Iemanjá y del babá José Luis de Iemanjá resta, antes de emprender la vuelta a Buenos Aires, una gran cena comunitaria en un club local donde reponer tanta energía invertida en los últimos días. No es que el amor, la fe y la devoción necesiten de combustible, pero siempre ayuda ....
Foto: Alejandro Frigerio
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