Teun Van Dijk es uno de los principales estudiosos sobre el fenómeno del racismo. Sus trabajos abarcan varios países y es uno de los pocos autores con varios libros sobre el tema traducidos al español.
Reproduzco una entrevista que le acaban de hacer para un diario colombiano.
Coincido con la importancia que le otorga al racismo de las élites, pero el fenómeno sin duda sobrepasa un estrato social específico, y es necesario entender, asimismo, las situaciones de racismo cotidiano provocadas frecuentemente por individuos que no pertenecen a ese sector social.
Foto: Claudia Rubio - diario El Tiempo
Diario El Tiempo, Bogotá. 26 de Septiembre del 2012
'Se aprende a ser racista y a ser antirracista': Teun Van
Dijk
Por: María Paulina Ortiz
El holandés Teun Van Dijk es uno de los lingüistas más
reconocidos en el mundo por estudios y análisis sobre el discurso. Desde hace
30 años, centró sus investigaciones en determinar cómo las palabras promueven,
de forma consciente o inconsciente, la violencia, la discriminación y la
desigualdad.
"Estudio el discurso del racismo como sistema de
dominación", afirma Van Dijk, que está en Colombia como invitado al
congreso de la Asociación Latinoamericana de Análisis del Discurso, Alad (que
él cofundó hace 16 años), y a inaugurar el doctorado de Educación y Sociedad en
la Universidad de la Salle.
Van Dijk ha analizado el tema tanto en Europa como en países
latinoamericanos, tanto que uno de sus libros lleva como título Discurso y
racismo en América Latina. En este caso habla de la situación de exclusión de
grupos indígenas y afrodescendientes.
Usted plantea que el racismo se reproduce principalmente
mediante las élites...
Si buscamos la responsabilidad primera, vamos a encontrarla
en las élites, en efecto. El racismo no es innato. Nadie nace siendo racista.
Se aprende a serlo mediante el discurso, primero el que recibes de los padres,
luego el que lees en los libros de texto, después en la televisión, y luego en
los discursos públicos, de los políticos. Los responsables de estos discursos
pueden resumirse en tres P: políticos, profesores y periodistas. Son ellos
quienes tienen el control del discurso y, desde esa posición, exageran las
diferencias entre nosotros. Pueden hacerlo por medio de una discriminación
abierta -no dejar entrar a tu barrio, a tu oficina, a tu tienda, a tu país a
quien es diferente- y una discriminación no visible, cuando las diferencias
están en tu mente y de forma normal asociamos lo negativo con otros y lo
positivo con nosotros.
¿Se trata siempre de una conducta intencional?
No necesariamente. La gente a veces ni siquiera se da
cuenta. Entonces se pregunta: "¿yo, racista?". Pero si observas los
diarios ves que hay 100 artículos sobre indígenas o afrolatinos, por ejemplo, y
todos tratan de temas negativos. Es algo que ya forma parte de la cultura.
Muchos hombres también son machistas sin darse cuenta. Por eso la sociedad
necesita des-aprender este comportamiento. No va a cambiar de forma espontánea.
Con el racismo explícito es más fácil, porque es más reconocible. De hecho, hay
leyes contra la discriminación en todos los países; en Colombia está la
Constitución del 91. Pero luchar contra lo implícito es más complicado. De
acuerdo, contratas a un negro en tu empresa. Pero ¿y si luego no cooperas con
él en el trabajo? ¿Eso cómo lo controlas?
¿Cuáles son las estrategias de discriminación que ve con más
frecuencia en los textos?
La más sencilla: enfatizar lo positivo de nosotros -los
blancos, los modernos, los buenos- y lo negativo de las minorías. En los
discursos de los diarios puedes ver las imágenes que utilizan, qué citan, a
quién entrevistan, a quién no le dan la palabra. Cuando hay un conflicto ético
en el país, por ejemplo, ¿a quién le van a preguntar primero? ¿A los líderes de
las minorías? No. Van a hablar otra vez con el alcalde o el presidente o el
abogado blanco.
Habla del uso de las metáforas como algo recurrente.
Las metáforas son muy típicas. Una pregunta: ¿cómo llegan
los inmigrantes a España? ¿En avión? ¿En barco? No. Ellos vienen "en
olas". Siempre vienen en olas. Así los describen. Es una metáfora muy
fuerte porque de inmediato evoca avalancha, una idea negativa. Sientes ahogarte
en los inmigrantes. Lo mismo sucede con la ola de delincuencia que se lee en
América Latina. Cada palabra provoca una comunicación emocional que debe
tenerse muy en cuenta.
¿Tendría que pensarse, según usted, en un cambio desde los
libros escolares?
Tiene que ser desde ahí, porque en los libros infantiles ya
están inmersos estos conceptos. En esos libros, los héroes son los chicos y no
las chicas. Y los chicos blancos. De pronto aparece un amigo de color o un
indígena, pero nunca es el protagonista. La representación de la minoría es
nula. En los libros de texto de las escuelas se habla de que los indígenas eran
grandes guerreros. Eran. Pero ahora son salvajes e, incluso, terroristas porque
están ocupando tierras, sus propias tierras, por cierto. En estos textos
empieza el énfasis que planteo: lo bueno de nosotros y lo malo de otros.
De acuerdo con sus estudios, ¿se debate lo suficiente sobre
racismo y exclusión?
De racismo no se habla. Es casi imposible. Doy un ejemplo:
hace poco hice un análisis del diario El País, de España. Sumé cuatro mil
artículos referentes a racismo, pero todos hablaban de otro país. Nada sobre
España. Solo uno se refería al racismo español, pero la mitad del texto era
negándolo. Esto es grave, porque de la misma manera que se aprende a ser
racista, se aprende a ser antirracista. Pero sin hablar es imposible.
¿Ha visto avances en el discurso sexista?
Es un hecho que el feminismo de los años 60 cambió mucho el
discurso sexista, lo hizo más diverso y más inclusivo. Ha cambiado, aunque no
está aún en un estado perfecto. Es cierto que hay presidentas en varios países
latinoamericanos, por ejemplo, pero eso no quiere decir que las mujeres de esos
países tengan poder.
¿Y el discurso sobre la comunidad homosexual?
No es un tema en el que me haya centrado. Pero la
discriminación funciona de igual forma y a veces peor. Si una minoría se
combina con otra -sexualidad diferente en este caso- es mucho más complicado.
Una mujer negra y homosexual, por ejemplo. Pero, en general, las estructuras de
discriminación son las mismas. Sus análisis hablan de la importancia del
contexto.
Es indispensable analizar el discurso completo. La
interpretación siempre va a depender del contexto. Tú puedes decir las mismas
palabras, pero con intenciones diferentes.
Un discurso tiene la fuerza de unir o desunir...
Totalmente. Por eso en mis investigaciones hablo del
discurso como forma de inclusión o de exclusión en la sociedad. El racismo es
la exclusión de las minorías. Está lo explícito -el policía que en la frontera
no te deja entrar o te controla de más-, pero está el discurso, también. El no
darte la palabra, no pedirte la opinión, no hablar sobre tus problemas o
minimizarlos. Como un discurso desune, puede unir. El feminismo es un ejemplo:
fue posible gracias a la solidaridad de las mujeres.
Es importante para la paz.
Hablar es la manera más importante de hacer la paz, aunque
muchas veces también es la condición de hacer la guerra. Grandes matanzas de la
historia han sido causadas por discursos. La matanza masiva de los judíos
empezó con una preparación de la mente mediante el discurso. Todas las formas
concretas de discriminación -no dar trabajo, no dejar entrar en tu familia,
casa, barrio, club- se preparan primero con palabras. Porque tú solo puedes
excluir cuando antes tienes una idea de que otro es diferente. El discurso es
muy poderoso y la gente no se da cuenta de su poder . Por un lado, es la forma
de interacción entre las personas y, por otro, es fundamental en la creación de
los modelos y los esquemas mentales.
Se supone, además, que mantener el racismo favorece a las
élites de las que usted habla...
El racismo es un sistema de dominación, y obviamente la
dominación tiene grandes ventajas. Si los hombres no quieren a las mujeres en
sus empresas, es porque pretenden mantener en sus manos el control, los mejores
sueldos, las mejores posiciones. Lo mismo sucede si no dejas entrar a
determinados grupos en tu país. Todo tiene que ver con intereses
socioeconómicos. Las élites no quieren compartir el poder. Lo que he
descubierto en mis análisis de textos es que la prensa de izquierda -que antes
se alejaba de los discursos de exclusión- es la que actualmente más critica las
cuotas de gente negra, de mujeres y de minorías. El discurso que antes
pertenecía explícitamente a los grupos considerados de extrema derecha ahora se
repite en todos los partidos políticos. Es algo que veo en mis estudios.
¿Conoce casos en los que ha logrado modificarse este
comportamiento?
Claro. El ejemplo del discurso feminista esta ahí y tiene
influencia en muchas áreas de la sociedad. Con el racismo hay muchos menos
casos, incluso en países donde las minorías son casi mayorías, como en Brasil.
Pero siento que si enseñamos sobre el tema (que es lo que yo hago) hay una
posibilidad de ir desarrollando un discurso antirracista, de que la próxima
generación de periodistas a los que damos clases sepa lo que es racismo en la
prensa. Es un comportamiento de siglos y aprender lo contrario exige paciencia.
Es un proceso muy lento. Se trata de cambiar la cultura y la mente de la gente,
no es una cosa que se solucione con una ley. El discurso oficial puede incluso
no ser no racista, pero eso no querrá decir que haya cambios en la calle.
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