miércoles, 10 de marzo de 2010

Activistas Afro en la Embajada (3)


Comentario de Nicolás Fernández Bravo:

No creo que haga falta afirmar que Nengumbi Celestin Sukama es, a mi entender, uno de los referentes del campo afro con mayor experiencia y autoridad moral para referirse a la discriminación racial. Pero también a un conjunto de problemas que se derivan de esta relación social, como lo son la falta de trabajo digno, el acceso a educación de calidad y la dificultad para insertarse socialmente incluso cuando se cuenta con sobradas credenciales y capacidades. Tanto su persistencia, como sus argumentos públicos y sus acciones concretas, son una clara muestra del capital que tiene el campo afro y lo perjudicial que resulta su fragmentación actual. Siempre que tuve la oportunidad, he defendido su presencia y participación.
En este sentido, me gustaría aclarar mi argumento para evitar falsas dicotomías, y explicitar dónde creo que radica el problema. Lo que haga o deje de hacer la Embajada en verdad no me preocupa – lo tomé a modo de ilustración, dado que era un ejemplo “fresco” que todos los asistentes podían comprender. Como ejemplo, ilustra también lo que sucede con el poder y con El Poder.
Estoy absolutamente convencido de la necesidad de una buena articulación entre la producción de conocimiento, la enseñanza y el activismo político. Pero no es menos cierto que cada espacio necesita autonomía. En este sentido, algunas iniciativas que se generaron en el seno del Movimiento de la Diáspora Africana de la Argentina – actualmente presidido por Federico Pita – fueron pensadas y realizadas atendiendo puntualmente a esta necesidad. Los apoyaron con su trabajo, un buen número de académicos de distinta procedencia (aunque lamentablemente, la participación del Estado Nacional nunca se pudo articular). Iniciativas del mismo tipo se realizaron durante el año 2009 en el marco del Proyecto de Apoyo a la Población Afro-argentina y sus Organizaciones de Base, financiado por la Cooperación Española y dirigido por Miriam Gómes. De este espacio participó, de hecho, la mayoría de los integrantes del Movimiento de la Diáspora.
Tengo entendido que no son las únicas reuniones de este tipo organizadas por los distintos grupos, lo cual demuestra la lucidez del campo al momento de “diagnosticar” sus debilidades y enfrentarlas, si bien algunas de estas actividades variaron en su grado de divulgación, convocatoria y apertura, relativizando un poco esa lucidez.
Creo entonces oportuno señalar que del mismo modo que es peligroso homogeneizar a “los afro”, es igualmente peligroso homogeneizar a “los antropólogos”, que por otra parte no son las únicas personas que trabajan en este campo: hay historiadores, politólogos, abogados, musicólogos y sociólogos, entre otros. No obstante, entiendo que la antropología contemporánea dispone de una mirada específica y útil para comprender la complejidad del campo afro. En el caso particular de la Argentina , además, creo que es un error de interpretación decir que “no han hecho mucho”: creería que en los últimos años han participado mucho de actividades extra-académicas (además de académicas) en pro de la causa afro .
Por último, el problema del liderazgo, el cual considero central. Creo tener cierta experiencia en el trabajo con movimientos sociales (no sólo con los afro ni tampoco sólo en la Argentina ) para considerar cuál es el mejor lugar que pueden ocupar los intelectuales en distintas coyunturas. Aunque sea provocativo decirlo, no es responsabilidad de los intelectuales resolver los problemas de la población afro. En la medida de nuestras posibilidades, apoyo siempre hay. Para el caso específico del campo afro en la región, creo fehacientemente que los grupos tienen que estar liderados por afro-descendientes con el mayor grado de legitimidad posible. Argentina no es una sociedad post-racial, y pocos afro se han podido dedicar al trabajo intelectual en el sentido de poder garantizar su reproducción a partir de él.
Me agradaría vivir en una sociedad en la que el color de la piel no determine la condición social de las personas, pero en la medida en que no haya intelectuales afro ocupando posiciones de prestigio (y no sólo de poder), personalmente voy a seguir considerando que tenemos bastante por hacer. Acaso la última frontera de segregación mental que tengamos que quebrar es – precisamente – la que separa a los afro de los intelectuales, y consecuentemente que un afro se pueda imaginar a sí mismo como intelectual. Mientras tanto, seguiré tratando de aportar desde el Movimiento de la Diáspora Africana de la Argentina

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