miércoles, 28 de enero de 2009

Candombe (3)

Comentario de Alejandro Frigerio:
En realidad lo que me habia llamado la atención de los testimonios, sobre todo del primero, y me pareció que los otros dos lo reconfirmaban -de manera algo mas oblicua- no era el tema de la bondad de una “tecnología” tradicional sobre otra “moderna”, sino el énfasis en el candombe y el templado como algo que va mas allá de la mera técnica. En que el aprendizaje del candombe era un hecho cultural y no “meramente” musical; que comienza desde que uno participa desde niño tirando bollitos al fuego. Con estas selecciones de testimonios (arbitrarias, justo estaba leyendo trabajos al respecto y me llamó la atención la coincidencia) quería llamar la atención hacia el aprendizaje y la socialización dentro de determinados valores e identidades como un proceso que va más allá de lo estrictamente musical (tocar un instrumento, esté hecho de lo que fuere) y que tiene que ver con lo comunitario, con que el antes y el después es tan importante como el toque. Todo el “antes” (la participación comunitaria durante el templado, hasta la concentración en lo que se va a hacer, como sugiere el tercer testimonio) se pierde si es sólo llegar y tocar.
Los testimonios para mí resuenan contra el trasfondo de lo argumentado en la tesis de maestría en la UnB de Luis Ferreira (demasiado larga para citar y que precisaría ser publicada, ya!) que muestra bien como en Montevideo –para el caso de los afrouruguayos, al menos- aprender a ser tamborero no significa sólo aprender a ser un músico sino también aprender a ser hombre y parte de una determinada comunidad. Aprendiendo a tocar el tambor uno aprende a ser hombre y afrouruguayo (y de un determinado barrio) -poniendo sus argumentos algo más sofisticados de una manera sencilla. De ahí el énfasis en las fotos en la presencia de los niños durante el templado.
Está claro que acá en Buenos Aires hay un divorcio entre aprender una habilidad musical y la construcción de identidades de género y étnicas. Sin embargo veo también que hay grupos nuevos que aprecian concientemente el templado como una forma de socialización, de creación de communitas –por más que les traiga problemas con la policía o con quien sea. Sin duda que la socialización que se produce a través de este momento es diferente de la que sucede en los barrios Sur o Palermo. Pero también aquí, a través de este aprendizaje musical entendido de manera más extensa se están redefiniendo identidades (de una manera que todavía debe ser mejor entendida).
La idea de poner esos testimonios no era tanto sugerir que “el tambor suena mejor templado con fuego” sino que (según sugieren los textos) “el templado con fuego crea comunidad, socialización, tiempo compartido antes de tocar”. Lo que quería resaltar (de manera no explícita, no quiero hacer docencia sino aportar materiales que sirvan para pensar, para el rumbo que sea) es que los tensores o el parche de plástico pueden sonar igual, mejor o peor pero sin duda no contribuyen a este proceso porque no precisan el “antes”.
Lo que cambia con distintas formas de aprendizaje (tradicionales vs más académicas) no es tanto lo tecnológico sino (todo) lo que se aprende: en un caso principalmente (sólo) destrezas musicales, en otro también cosas que tienen que ver con el lugar de uno en una comunidad, en una ciudad, en el mundo….. No creo que eso sea romantizar, es nada más que usar la imaginación antropológica para ver que detrás de un tambor y las distintas maneras de ejecutarlo, hay bastante más que un instrumento musical –cosa que como etnomusicólogo sabés bien. Los “nativos” también lo saben y lo remarcan….. muchos de quienes lo están aprendiendo, quizás no…. Para los que sí, quizás les pueda servir para reforzar sus convicciones.
Sin esencializar, sí pienso que hay distintos niveles de profundidad simbólica en los elementos culturales: no es lo mismo un parche de plástico que no es más que algo que sirve para tocar de determinada manera que, por ejemplo, uno de cuero que debe ser “alimentado” o sacralizado con sangre para que, como en el caso de los batá cubanos, posean aña y puedan, efectivamente, llamar a los orichas. El tambor del candombe, sin ser religioso, está sin duda cargado de una fuerte sacralidad –por los múltiples significados que quienes lo emplean le atribuyen y que como símbolo, condensa. Si pasa a ser sólo otro elemento percusivo en una tienda de música, bueno, sí veo eso como una pérdida….
Habiendo realizado este apelo a la imaginación antropológíca –de la que no me puedo librar- aclaro, sin embargo que no intento hacer “antropología” con el blog, para eso están mis publicaciones académicas. Acá opino como un entusiasta, por más que, claro, no me puedo sacar el antropólogo de adentro. Como entusiasta, opino, critico, pongo fotos y testimonios de un espectro de opinión o de otro. No pretendo ser coherente. A veces puedo ser más tradicionalista, a veces no. La idea es poner datos y argumentos allá afuera que puedan ayudar a comprender mejor la variedad, riqueza y profundidad de la(s) cultura(s) afroamericana(s).

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