Debo reconocer que, personalmente, creo que hubiera preferido el tándem Cristóbal Colón + Juana Azurduy (y no uno u otro, lo que no hace más que perpetuar las eternas antinomias de nuestras lecturas acerca de nuestra sociedad e historia), pero este escrito de Carlos Massota que salió en Página 12 me parece impecable....
El pedestal de Colón
Después de casi cien años mirando erguida hacia el Río de
la Plata, la estatua de Colón de la ciudad de Buenos Aires se encuentra
acostada junto a su propio pedestal. Su relocalización o su restauración se
debaten entre las respectivas voluntades del gobierno nacional y el
metropolitano.
En el comienzo de la operación, la mole fue rodeada con
una tela protectora que, a trasluz, provocaba un efecto fantasmal y parecía
controlar cierta impudicia del desguace. No era para menos. Uno de los
principales héroes de la llamada Historia Universal se elevaba allí, montado
sobre la parafernalia alegórica de las principales potencias del proceso
occidental. Para el pedestal de Colón, el escultor Arnaldo Zocchi representó la
proa de un barco que, empujada por cuerpos musculosos, rompe una gran cadena;
sobre ellos sentó a “La Ciencia” con un libro y “El Genio” señalando hacia
adelante; en la cumbre del grupo ubicó, dominante, a “La Civilización” alzando
una antorcha sobre sus compañeros. El conjunto parece proponer una pirámide
jerárquica con el trabajo en la base y en lo alto las ideas y el mando.
Como si esto fuera poco, fueron sumadas las fuerzas
naturales: “El Océano” con una piel de foca y la mismísima rotación de la
tierra representada por un titán que empuja al globo terráqueo desprendiéndolo
de una serpiente (la barbarie, la ignorancia). Finalmente, en la cara opuesta,
“La Fe” sostiene los símbolos de la Esperanza y la Victoria mientras un grupo
de marineros levantan una gran cruz. Sí, todo el conjunto se organiza según un
avance y un rumbo inquebrantable. La imagen de Colón se sostiene en un viaje
cultural como alegoría de la expansión del proceso evangélico y civilizatorio.
Como inicio de los festejos del centenario patrio, el 24
de mayo de 1910 se colocó la piedra fundacional del monumento, que logró
consumarse recién en 1921. Fue ubicado estratégicamente detrás de la Casa
Rosada, que entonces se encontraba a poca distancia del río. En alineación con
la Pirámide de Mayo, Colón ingresó así al principal eje monumental diseñado en
la década de 1880, que reunía a la Plaza de Mayo con la del Congreso, como
mascarón de proa de ese trazo.
Más que en el “Descubrimiento”, la obra se centra en la
partida del Puerto de Palos, por lo que el río agregaba una importante cuota de
dramatismo. El monumento reinventaba aquel momento sobre la arena del Río de la
Plata. La ubicación espacial y temporal remite a una de las principales claves
de la saga colombina en América, un relato que ha operado masivamente por medio
de su escenificación (pintura, escultura, teatro y cine) y, en particular, a
través de actos escolares.
En 1992, esta ficción de un Puerto de Palos porteño cobró
vida con los festejos del V Centenario del Descubrimiento de América. El
gobierno nacional realizó la Feria Exposición América 92 como acto inaugural de
la privatización del viejo Puerto Madero. Se recreó la costa europea con una
carabela en tamaño original. El agua de los diques que divide en dos ese
espacio simuló el Océano Atlántico. Del otro lado, se representó a América con
una pirámide azteca. En la inauguración, la acción colombiana llegó a su
paroxismo. El presidente de entonces, Carlos Menem, cruzó ese Océano en un
barco y, como un moderno Colón, desembarcó frente a la pirámide.
Que Colón buscara su lugar en torno al panteón nacional
obedeció a que su figura fue inventada en el siglo XIX por el auge del
romanticismo, el culto al genio personal y al nuevo sentimiento de nación. Su
estatua en Buenos Aires fue gestada por miembros de la colectividad italiana
entendiendo que se trataba de un héroe de la italianidad. Los usos nacionalistas
de Colón fueron elocuentemente contestados por Antonio Gramsci: “... puede
reunirse toda la literatura sobre la patria de Cristóbal Colón. Se trata de una
literatura completamente inútil y ociosa. ¿En qué consiste el elemento
‘nacional’ del Descubrimiento de América? El no se sentía ligado a ningún
Estado italiano. Los intelectuales y especialistas italianos eran cosmopolitas
no italianos, no nacionales”.
La historia del avance de Europa sobre América y el
derecho de conquista militar fueron naturalizados en términos de una narración
romántica, épica y patriótica que incluso se aplicaría localmente (“Conquista
del Oeste”; “Conquista del Desierto”). Pero el agregado particular del siglo XX
fue su interpretación en clave racial. En 1917, mientras el monumento de Buenos
Aires aún se construía en Italia, un decreto presidencial incorporó el 12 de
octubre al calendario patrio como el “Día de la Raza”. Cuando se inauguró el
monumento, su majestuosa apología de la fuerza civilizadora no desentonaba con
el auge del autoritarismo que desde el sur de Europa se comenzaba a expandir
también por América.
Sobre los actos escolares del 12 de octubre, Clemente
López, dirigente de la comunidad qom (toba) de la localidad de Derqui (Gran
Buenos Aires), suele narrar un recuerdo de su infancia. “El maestro nos decía,
mañana ustedes van a estar vestidos como indios. Cuando se daba el
enfrentamiento, a nosotros nos hacían tirarnos boca arriba y los chicos
criollos, vestidos como el conquistador, nos ponían el pie en el pecho nuestro.
Después, mis padres me decían: no es el Día de la Raza, no es el Descubrimiento
de América. Lo que nos hicieron fue una matanza.”
En las últimas décadas, las naciones de América latina
fueron un espacio conflictivo de revisión de su historia y temporalidad. La
experiencia de nuevos sujetos colectivos en las luchas anti y posdictatoriales
erosionó las antiguas fórmulas autoritarias de imaginar la historia e
inscribirse en su devenir. Ecuador, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Argentina
han cambiado la denominación “Día de la Raza” por “Día de la
Interculturalidad”; “la Descolonización; “la Resistencia indígena” y “el
Respeto a la diversidad cultural”. La resemantización del 12 de octubre
mantiene la beligerancia con aquella historia monumentalizada. Para el caso, el
monumento de Colón removido a medias es una imagen elocuente de la transición
de una sociedad que evalúa dónde depositar sus pasados traumáticos y hacia
dónde orientar su mirada futura.
Si esto es así, tal vez sea mejor dejar a Colón allí
acostado al lado de su pedestal. Que, como una antigua ruina, junte moho sobre
el mármol y pueda decirse a las nuevas generaciones: éstos son los restos de
una vieja civilización que pagó muy caro el culto a uno de sus principales
ídolos.
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