sábado, 9 de febrero de 2008

Recuerdos de Iemanjá (I)

Día de Iemanjá en Playa Ramírez, Montevideo

Tuve la suerte de poder asistir, por segundo año consecutivo, a la fiesta de Iemanjá en Montevideo. Aunque la festividad se realiza, tradicionalmente, en la playa Ramírez (la más céntrica) en casi todas las otras playas de Montevideo también se realizan ofrendas. Ante la cantidad de gente que concurre y la variedad de actividades que realizan, muchos templos ahora hacen las ofrendas la noche del 1 de febrero. La tarde(cita) y noche del 2 parecen ahora quedar principalmente para aquellos templos que hacen sesiones de umbanda y para los miles de creyentes individuales que van solos, hacen sus pocitos en la arena y dejan velas o presentes.
Aunque hace rato que no concurro a la fiesta de Iemanjá en Bahía (fui al menos tres veces durante los 80s) encuentro a la fiesta de Montevideo más impresionante. Es difícil medir la cantidad de gente que asiste a ambas (ya que se renueva constantemente, especialmente en el caso de Montevideo) pero creo que es comparable y seguro que la fiesta de Montevideo es mucho más multifacética que la de Rio Vermelho.


Día de Iemanjá en Río Vermelho, Bahía. Foto tomada de http://www2.uol.com.br/au/cassio/festa.htm
En Bahía, las veces que fui (y según me contaron, parece seguir igual) la festividad consistía básicamente en entregar las ofrendas a Iemanjá en las canastas que acompañaban al presente principal que entregan los pescadores de la colonia que erigieron la capillita/templo a la deidad del mar que es el epicentro de los festejos. Se hacían largas filas, y al lado de las canastas estaba la roda de candomblé donde maes y filhas de santo bailaban y cantaban en honor a Iemanjá y otros orixás. Al llegar la hora, a la tardecita, todas las canastas eran llevadas a los varios barquitos que esperan en la playa, y luego entregadas mar adentro. Los fieles se quedaban expectantes esperando el regreso de los barcos y luego se entregaban a la fiesta (digamos) profana en las barraquitas que hay instaladas a lo largo de la playa. Muchos, claro, ya estaban de fiesta hacía rato. Las dos veces que pude subirme a los barquitos que llevaban canastas pude ver que la entrega en el mar no era en un clima tan “religioso” como se podía esperar: los pescadores se tiraban colonia y talco de los presentes encima y después se zambullían en el mar en medio de las canastas con ofrendas; había varios barcos lujosos cuyos con gente que tomaba y escuchaba música mientras miraba (ahora parece que hay muchos barcos con turistas). La mayor cuota de religiosidad la ponían las bahianas que acompañaban la ofrenda quienes recibían a sus Iemanjás en el momento en que se entregaban las canastas al mar y había que agarrarlas para que no se tiraran al agua. Un auténtico pandemonio. Quizás por todo esto, mi mae de santo preferida, Alzira de Omolú, a cuyo terreiro en Fazenda García asistía todos los jueves a sus giras de caboclos, me decía que ella ni loca ofrendaba en Rio Vermelho, que nunca se sabía si el presente de uno llegaba al mar.



En contraposición, la fiesta en Montevideo es mucho mas descentrada y polifónica, y dentro de un clima más “religioso” según nuestros parámetros sin duda influenciados por la experiencia católica (nuestro habitus religioso católico, diría). No hay una sola actividad principal ocurriendo, sino muchas y muy diversas al mismo tiempo, que van variando de a poco a medida que pasan las horas. El año pasado llegué temprano, algo pasado el mediodía, y la playa estaba llena de gente tomando sol y bañándose (tomaré aquella oportunidad como eje para la descripción, ya que el día estuvo increíble, hizo mucho calor y hubo poco viento a lo largo del día y la noche, a diferencia de este año, que sopló bastante viento y estaba frío). Temí que mis expectativas (en base a videos que me había mostrado mi amigo el antropólogo uruguayo y decano en el estudio de la religión en ese país Renzo Pi Hugarte) fueran desmedidas y que la fiesta fuera mucho menor de lo que esperaba. Pero en la plaza frente a la playa había muchos puestitos con imágenes de Iemanjá, velas, barquitos de telgopor para hacer ofrendas, etc, lo que me dio la pauta que seguramente faltaba para que empezara. A la vez, ya había devotos que dejaban ofrendas diversas en la estatua de Iemanjá que se instaló, hace unos años, frente a la rambla a una o dos cuadras del epicentro de la fiesta.


Recuerdos de Iemanjá (II)

Una de las cosas interesantes de estar tanto tiempo allí fue ver cómo, poco a poco la playa de bañistas se transformó en una playa de devotos. Algunos templos llegaban y comenzaban a marcar un territorio para su altar, que generalmente erigían contra la pared de la rambla, mientras que delimitan con palos e hilos el área en el cual llevarán a cabo su gira de umbanda. Pontos riscados de tela, imágenes de yeso, manteles, frutas, barquitos con presentes… y comenzaban a aparecer, de a poco, los altares. Hacia la tardecita, pasadas las cinco o seis, la playa se fue raleando de bañistas y cada vez eran más quienes estaban allí haciendo pocitos en la arena para poner sus velas prendidas, o armando sus mini-altares en la playa, o entrando en el mar para dejar sus barquitos de telgopor con ofrendas.


Al atardecer la Ramírez ya era una playa devota, con templos que habian iniciado sus sesiones, con incorporaciones de caboclos o africanos, y otros que llegan con barcos más grandes llevados en lo hombros de dos o cuatro filhos. En uno o dos de los espacios rituales consagrados por los templos se realizaban rodas de batuque, sin manifestaciones de orixá pero con las canciones y los bailes característicos de esta rama religiosa menos sincrética que la umbanda. El mayor de estos espacios pertenecía al templo de Miriam de Oxum, una conocida mae de santo afrobrasilera radicada en Montevideo y una de las pioneras en realizar rodas de batuque en la playa Ramírez. Al caer la noche, su roda de Batuque dio paso a una performance del coro Afrogama, integrado casi totalmente por mujeres afrodescendientes y que realizó una bienvenida mezcla de canciones de candombe con otras cubanas, varias de las cuales eran en honor a los orixás. Una interesante mezcla de ritmos y de canciones profanas y sagradas que merecen ser registradas en cd.

Recuerdos de Iemanjá (III)

Creo que fue en ese mismo escenario que luego actúo un grupo de cumbia –hubo dos, casi simultáneamente, en ambos extremos de la playa. Esta intrusión de música indudablemente profana aumentó el carácter ya francamente onírico de la experiencia, ya que mientras que sonaba la música de cumbia como fondo había que caminar mirando el suelo por la cantidad de pocitos con velas y devotos sentados al lado, esquivar las muchas colas de individuos que en las distintas giras de umbanda esperaban para consultar o tomar pase con las entidades y dar paso a los que llegaban con los barcos al hombro con presentes para Iemanjá. Una verdadera sobrecarga de los sentidos nutrida por uan fuerte mixtura de elementos sagrados y profanos

Como si todo esto fuera poco, la comparsa lubola Triniboa que había actuado en el Teatro de Verano enfrente de la playa también se hizo presente para rendir su homenaje a Iemanjá. Fue emocionante no sólo verlos tocar frente al mar, sino también, a la mejor usanza religiosa, ver cómo luego se retiraban caminando sin darle la espalda a Janaína sino hasta haberse retirado bastante de la orilla. Recién allí se dieron vuelta y se fueron caminando haciendo maderas. A esta altura la cacofonía a medida que uno se desplazaba por la playa era impresionante: tambores de umbanda, una comparsa de candombe, y grupos de cumbia sonaban casi al unísono en la noche de la rambla.



Recuerdos de Iemanjá (IV)

Faltaba algo? Cerca de la medianoche algunos templos armaron sus altares de kimbanda en la playa, y comenzaron a llegar los compadres y las señoras. Pasada la medianoche, la fiesta no daba señales de aflojar. Mucha gente se iba de la playa pero otros entraban. Muchos miraban todo desde arriba de la rambla. Una verdadera fiesta popular.



Recuerdos de Iemanjá (V)

Este año fue igualmente fascinante, pero comparado con el año pasado un poco menos exuberante. A la tardecita empezó a soplar un fuerte viento frío y la temperatura bajó bastante, de modo que la noche estuvo lejos de ser una de verano. De todas maneras la muchedumbre siguió allí, las entidades atendían gente a pocos metros del agua y los exús y pombas giras habían comenzado a llegar pese al frío. No ví esta vez grupos de cumbia, pero sí pude escuchar de nuevo a las Afrogama.
Un dato interesante es que a la tardecita. frente a la imagen de bronce de Iemanjá ubicada una cuadra antes de la playa Ramírez el mismísimo intendente de Montevideo descubrió una placa en honor a la deidad del mar. La placa fue donada por la Junta Departamental de la ciudad gracias a las gestiones de la mae Susana de Oxum y el pai Julio de Omolú. Atrás de la imagen, a pocos metros de ese acto, casi simultáneamente (los tambores comenzaron a tocar apenas terminaron los discursos en uno) los hijos del pai Armando de Oxalá, gracias a cuyos esfuerzos la estatua fue colocada, hacían su propio homenaje. Supongo que la Gran Madre estaría muy halagada por todos los festejos, pero quizás un poco triste que sus hijos no se pusieran de acuerdo para homenajearla en un único acto, especialmente con una visita oficial tan importante (a veces parece que la gente de religión no se da cuenta de la importancia de la legitimidad social). Pasa hasta en las mejores familias.
Devotos esperando la inauguración de la placa en honor a Iemanjá



Mae Susana Andrade de Oxum, Intendente de Montevido (der.) y Jefe de la Junta Departamental de la ciudad (izq.)

Coro Afrogama
Placa homenaje



Festejo de los hijos del pai Armando Ayala de Oxalá