David. foto: página web de la película (dirección abajo)
Finalmente fui a ver El Gran Río -tremenda película, ya anunciada en
este blog y reseñada por Nicolás
Fernández Bravo. Eramos pocos, casi
todos del GEALA (Grupo de Estudios Afrolatinoamericanos) y tuvimos la suerte al
final de charlar un buen rato con el director Rubén Platáneo y con el protagonista, David Bangoura.
En el site de la película (ver dirección abajo) se la
describe de la siguiente manera:
"David, joven rapero de Guinea conocido como Black Doh,
arriba como polizón en barcos de ultramar a la “tierra de Maradona”. En África
quedaron sus amigos, su familia y su madre a quienes no volvió a ver. Graba su
primer disco con canciones en Soussou, francés y castellano. Años más tarde, su
primer disco llega a África. Este es un film que viaja entre Argentina y África,
reflejando rutas y raíces filiales, choques y encuentro de culturas."
David y Mohmet. foto: página web de la película
Algo más de la mitad
de la película muestra la vida de David en Rosario: buscando pensiones,
vendiendo bijouterie en la calle o pintando casas para sobrevivir . Sobre todo,
preparando sus canciones. Vemos su círculo de relaciones: jóvenes africanos que
también arribaron de polizones, raperos rosarinos con los que va armando su
disco, una chica canadiense con la que traba amistad y probablemente algo más
en un hotelito en una antigua casa deteriorada. Todo transcurre en pequeños
cuartos, o, brevemente, en la calle. Una sobredosis de vida cotidiana, con el
arte intentando abrirse paso. No es una película yanqui: no hay grandes salas de
grabación, ni conciertos progresivamente exitosos. El éxito es haber llegado,
vivo, con la voluntad intacta de realizar un antiguo proyecto de vida (lo confirmaremos
en la segunda mitad, con los testimonios de su familia) en un nuevo
contexto social.
Buena parte de la segunda mitad muestra a la
familia del protagonista en Conakry, la capital de Guinea -con especial atención a su mamá y a su
hermana. David no hace el viaje -su status de refugiado dificulta su salida del
país- pero llegan sus cartas y su música. Vemos su barrio, su familia extensa,
asistimos a un ritual religioso para su bienestar (y el éxito del proyecto artístico)
y escuchamos cantar a sus antiguos compañeros de rap. En muchas oportunidades
la potente música de David nos acompaña, rapeando en español o "en
africano" (soussou).
La película es bellisima. Pese a no decir nada muy explícitamente, habla a través de todo lo que
muestra, y de cómo lo hace. Testigo omnipresente y (co)protagonista principal, el
río Paraná, que en la última década pasó a ser navegado por grandes barcos que permiten la salida de la soja -pero
también la llegada de viajeros inesperados en busca de mejores horizontes. Escenas
de aguas tranquilas y barcos gigantescos; filas interminables de camiones esperando
camino al puerto. En la ciudad, pensiones
de paredes descascaradas, asados con músicos locales que intentan comprender
las experiencias -a veces extraordinarias- del nuevo amigo. En Africa, el
mercado, el puerto, la casa familiar, algunos espacios públicos. Todo girando
en torno a David, omnipresente en Rosario, protagonista ausente de las
conversaciones en Conakry.
Escuchamos sobre sus viajes previos -cual Ulises
moderno- en barcos azarosos, que siempre
terminan en una deportación desde algún lugar remoto. En los relatos de la vida cotidiana se filtra
también la brujería, que tiene un pequeño lugar en la película pero que actúa
como trasfondo y catalizador de momentos importantes de su vida.
We
all live in sorcery's shadow, diría el antropólogo devenido hechicero
Paul Stoller relatando sus experiencias en
otro país de Africa.
La película no juzga, no pontifica y sobre todo,
increíblemente, no exotiza. Apenas
muestra -de manera siempre bella y
convincente- qué tanto hay de común y de diferente en el antiguo y en el nuevo
universo de David. No olvidaremos fácilmente la serena dignidad y belleza de su madre y hermana; un baobab
que se despliega lentamente como una montaña; un bosque encantado donde van los primeros
amores. Tampoco el agua marrón que se mece, apacible, entre grandes gigantes de
acero... esperando recibir, quizás, otro cuerpo que se deslice silencioso y se
pierda en la orilla, hacia una nueva vida...
Imágenes tomadas de:
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