1) Crítica de Página 12
Matando negros a garrotazos
El ametrallamiento visual de la película jamás podría dar pie a comprender mínimamente una cuestión tan compleja como la que el film aborda: lo único que permite “entender” es que hay que matarlos a todos ya mismo, tanto a los del morro como a los del porro.
Tropa de Elite Brasil, 2007.
Dirección: José Padilha.Guión: J. Padilha, Rodrigo Pimentel y Braulio Mantovani. Fotografía: Lula Carvalho. Intérpretes: Wagner Moura, André Ramiro, Caio Junqueira, Milhem Cortaz y Fernanda Machado.
No es tanto el Oso de Oro ganado en el Festival de Berlín como la cifra de alrededor de trece millones de espectadores totalizada en Brasil desde mediados del año pasado (se trata de un estimado, ya que en copias piratas la vio el triple de gente que en el cine, desde tres meses antes de su estreno) lo que revela la condición de fenómeno político, cultural y social de Tropa de elite, en la que se narra el combate de integrantes del BOPE (escuadrón especial de las fuerzas de seguridad de Río de Janeiro) contra el narcotráfico. Leña echada sobre un fuego de por sí vivo, es lógico que el público se haya dividido con violencia ante ella, dando lugar a ríos de notas, opiniones de todo tenor y hasta intervenciones de políticos y funcionarios, incluyendo al mismísimo Lula da Silva. Aquí, sin embargo, esta película-fenómeno se lanza con una intensidad llamativamente baja, a pesar de que uno de sus productores es el argentino Eduardo Costantini (h). Lo cual no la vuelve menos quemante, por cierto.
Dirigida por el carioca José Padilha –autor de Omnibus 174 (2002), uno de los más conmocionantes documentales latinoamericanos en años–, originalmente Tropa de elite iba a ser un documental, a partir de una investigación emprendida por su director, junto con el capitán Rodrigo Pimentel y su compañero André Batista, ex miembros del BOPE (Batalhao de Operaçoes Policiais Especiais). Lo cual supone ya toda una elección de parte del realizador. En algún momento la cosa viró a ficción, se sumaron coproductores internacionales (además de Costantini, los poderosísimos hermanos Weinstein, cuya legendaria capacidad de lobby debe haber incidido en la obtención del Oso berlinés) y el proyecto terminó agrandándose. Con un magnífico Wagner Moura en la piel del capitán Nascimento (obvio alter ego de Pimentel), Tropa de elite presenta a su héroe al borde del retiro y en busca de sucesor, tras diez años de servicio. Tal vez como modo de sacar las papas del fuego del presente político, se eligió situar la acción en 1997, con el propio Nascimento como narrador en off.
Ese último dato es clave, aunque más no sea como coartada ideológica. Tropa de elite no pretende ser una “descripción objetiva” del combate policial contra el narcotráfico, sino que “reproduce” la narración que de él hace uno de sus protagonistas. Un protagonista que no es cualquiera: todo un fundamentalista de la violencia, Nascimento está metido hasta el tuétano en una batalla que, como él mismo reconoce con orgullo, es una guerra sucia, en la que nadie aspira a la menor pátina de legalidad. Durante las explosivas dos horas de metraje se ve a Nascimento y a sus compañeros entrenarse para matar y luego hacerlo (previa tortura, llegado el caso) entrando a sangre y fuego en cualquier favela. En particular en una de ellas, llamada Babilonia y gobernada por un traficante tan poderoso como despiadado, a quien todos conocen como Baiano. Aceptando que lo que narra Tropa de elite no pretende ser “la verdad objetiva”, es evidente que el punto de vista elegido no hace más que parcializar y recalentar el relato. Punto de vista que no sólo nunca queda contradicho, sino que encima se verá reforzado por una importante subtrama.
Tratándose de un Rambo con capacidad de reflexión, la hegemonía del off por parte de Nascimento no podía dar otro resultado que no fuera una recargada, en más de una ocasión intrusiva bajada de línea de dos horas. Por largos momentos la película remeda un institucional de promoción del BOPE o un documental de reclutamiento de ese escuadrón policial. De hecho, el reclutamiento de nuevos postulantes constituye una de las líneas maestras del relato, ya que de allí deberá surgir, como nuevo Mesías armado, el anhelado sucesor de Nascimento. Artilugio típico de todo film justificatorio de la violencia, este segundo héroe está diseñado para funcionar como alter ego del espectador. Cuestión de inducir a la identificación, André (el morocho André Ramiro) es un tipo de naturaleza mansa y tranquila, a quien los hechos terminarán convirtiendo en una bestia capaz de patotear, torturar y asesinar. ¿A los traficantes? No sólo a ellos.Miembros de una ONG que trabaja en la favela y estudiantes de clase media que fuman porro son vistos, primero por Nascimento y luego también por André (a esta altura el punto de vista único ya se ha duplicado), como cómplices directos del narcotráfico. Más concretamente como unas larvas, a las que se impone barrer con tanta saña como a los propios criminales. A cargo del mismo equipo técnico de la ultramanipuladora Ciudad de Dios (y contando con uno de sus guionistas también), la puesta en escena de Tropa de elite sume al espectador en un mareo hecho de cortes abruptos, bruscos movimientos de cámara, inestabilidad visual y saltos de raccord. Un ametrallamiento sensorial de este calibre jamás podría dar pie a comprender mínimamente una cuestión tan compleja como la que el film aborda. Lo único que permite “entender”, por el contrario, es que hay que matarlos a todos ya mismo. Tanto a los del morro como a los del porro. Por Horacio Bernades
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-9679-2008-04-03.html
2) Crítica de La NaciónProvocativo retrato de la violencia
Con imágenes descarnadas y un tema ríspido, Tropa de elite no sugiere salidas fáciles y plantea la discusión
Tropa de elite (Idem, Brasil-Argentina/2007, color; hablada en portugués). Dirección: José Padilha. Con Wagner Moura, André Ramiro, Caio Junqueira, Milhem Cortaz, Fernanda Machado, Maria Ribeiro, Fabio Lago. Guión: José Padilha, Rodrigo Pimentel y Braulio Mantovani. Fotografía: Lula Carvalho. Música: Pedro Bronfman. Edición: Daniel Rezende. Presentada por UIP. 115 minutos. Sólo apta para mayores de 16 años, con reservas. Nuestra opinión: muy buena
Tropa de elite es un hueso duro de roer. Por sus imágenes descarnadas; por la ríspida actualidad de su tema -la inseguridad en Río, cuyas superpobladas favelas son escenario de una violencia repartida entre bandas de narcotraficantes y policías corruptos-; porque refleja un estado de cosas de cuya responsabilidad, por acción u omisión, pocos escapan. Pero sobre todo porque no sugiere salidas ni propone un diagnóstico, y quizá más porque se resiste a señalar culpables: en su film no hay inocentes; todos son sujetos y objetos en las relaciones de poder.
José Padilha sabe que el problema es demasiado complejo como para reducirlo a la demonización de unos y la victimización de otros. El coloca el espejo frente al conflicto entre las bandas y el Bope, cuerpo de elite policial acerca de cuyos métodos ilustra claramente su insignia: un cráneo sobre dos pistolas cruzadas y atravesado por una espada. Es un espejo deformante, claro, porque la voz narrativa es la de un miembro de esa tropa. El realizador eligió ese polémico punto de vista para exponer el funcionamiento del Bope desde adentro, tomando como base las memorias de un ex capitán de la fuerza que ya había colaborado con él en su celebrado documental Onibus 174 . Una elección que ha levantado críticas airadas de quienes asimilan la voz del protagonista a la del director. Y que ha resultado a veces reveladora de cierto estado de ánimo social tan inquietante como la propia realidad. Ante la reacción de espectadores cariocas que celebraban la brutalidad del protagonista, que la película no oculta pero tampoco exalta, algún periodista escribió: "Tal vez el film ayude a la catarsis, a reflexionar sobre lo que nos transformó en gente así".
Incomodidad : La controversia, seguramente, se prolongará: Tropa de elite genera malestar y su presunta ambigüedad incomoda: sin duda son más tranquilizadores los films con héroes y villanos bien definidos, pero el tráfico de drogas es un asunto demasiado complicado, y en él, aunque con distintos niveles de responsabilidad, hay muchos sectores involucrados, incluida esa otra elite que lo sostiene por un lado y por otro reclama su erradicación. Padilha logra, al fin, su objetivo de poner el tema en discusión sin excluir a nadie, aunque haya quienes, quizá para eludir el compromiso, prefieran ver en la falta de una propuesta de solución (que el film subraya con su final en suspenso) una adhesión al discurso insano del protagonista: frente a este ciclo de corrupción y violencia extendido al límite de la sinrazón la única salida es matar. No advierten que el espejo del director puede estar reflejando una crisis bastante más profunda y abarcadora, quizá la de todo un sistema.
Lo que se cuenta tiene la visión esquemática y simplificadora del narrador, ese capitán Nascimento (Wagner Moura, notable), que se siente impoluto en medio de un ambiente de difundida corrupción, se ha empeñado en una guerra personal contra el narcotráfico y está preparando su retiro del cuerpo, por lo que debe elegir a su sucesor mientras asume la misión de "limpiar" una favela en la que el papa (estamos en 1997) ha decidido alojarse. Una historia paralela se desenvuelve en torno de los dos candidatos a ocupar su puesto, lo que abre el film a otras visiones (entre ellas la de un grupo de universitarios empeñados en la labor social) y a la descripción del duro entrenamiento a que son sometidos los aspirantes al Bope. Está claro que hay una interpretación parcial y subjetiva de los hechos (ahí está la persistente voz en off para recordarlo), lo que no impide que se expongan crudamente las atroces rutinas del cuerpo, el salvajismo de sus métodos, las deplorables prácticas de la policía toda y los oscuros vínculos que se tejen en torno del narcotráfico, políticos incluidos. Las imágenes son violentas, excesivas más de una vez, pero a diferencia de Ciudad de Dios -que abordaba un tema similar desde el punto de vista de los traficantes- aquí no se busca el glamour. La incansable cámara en mano y el nervio del montaje imponen el ritmo al sólido relato, que no siempre elude los estereotipos y cede a alguna argumentación simplista, pero obtiene lo que busca: la discusión. Por Fernando López.
Link corto: http://www.lanacion.com.ar/1000810
Ver también
http://www.clarin.com/diario/2008/04/03/espectaculos/c-01108.htm
http://www.criticadigital.com.ar/impresa/index.php?secc=nota&nid=2141