UNA NUEVA MOVIDA
Ximena (25) sale volando del banco donde trabaja: es delgada y carga con hidalguía su atabaque bahiano: un tambor de madera de jacarandá brasileño, cubierto con una red de hilos trenzados que forman rombos. "No me pesa casi nada. o será que el entusiasmo me anestesia el hombro". Cuenta que al principio sus compañeros le hacían bromas y algunos hasta la miraban de reojo: "Pero mi pasión fue tan expansiva que desde hace dos meses, ya somos cuatro las que salimos pitando para ser puntuales. A cada una nos pegó distinto: para mí es terapéutico; en cambio sé que a Lilia (45) le encanta lo musical. Muchas del grupo se engancharon con la onda espiritual y se copan con los ritos afrobrasileños, estudian, investigan.
"Indudablemente, hay una trama que sostiene esta "adicción femenina al tambor". Bajo la lupa, separando los prejuicios de los juicios, se ven apasionados testimonios de las que sienten que descubrieron eso: el cable a tierra, el shock de endorfinas o la conexión espiritual. Viéndolas tocar, en el regocijo del encuentro se advierte que interactúan integrándose en un todo. Sí; las chicas gozan de un "placer sistémico" superador.
Gabriela Apestegui (33) es profesora de Filosofía, periodista y capoeirista. Descubrió el mundo del tambor con Lisandro Aristimuño y su grupo. "Ahí vi lo que hacía la percusionista y me impresionó. Esa noche, la percu me hizo bailar, sentir. Cuando salimos del recital fuimos a casa con algunas amigas y empezamos a tocar con lo que había... Siempre me gustó la música pero con esto definí lo que quería", dice. Y agrega: "Para estudiar, se ofrecen muchas opciones; pero yo elegí un taller porque no me interesaba la cosa técnica . mi deseo era tocar en la primera clase. Tenés que estar atenta a la conexión con las otras personas, a estar en el aquí y ahora para saber cuándo viene tu parte y cuándo te toca ser parte. Aprender a escuchar al otro, a colaborar, a ser una comunidad. Ése es el camino del tambor". Acerca de este último punto, Mónica Glusman (41) -dedicada a la docencia de tambores desde hace más de 15 años- dice que en sus talleres siempre observó "que se generaban vínculos fuertes que trascendían las tres horas semanales del curso. Comprobé que el tambor puede funcionar como una herramienta de re-conexión humana. Eso que surge trasciende el ego de cada uno y permite que se manifieste el espíritu del tambor, que es más que la suma de cada tamborero. Siempre recuerdo lo que me dijo mi primer profesor, Ricky Olarte -que en ese tiempo tocaba con Fontova: "No te olvides nunca que los tambores fueron hechos para compartir y no para competir".
Ese algo que tanto apasiona
Fuente: http://www.clarin.com/suplementos/mujer/2010/03/27/m-02167962.htm
Esta se me escapó.. pese a que compro Clarín..
Agradezco a http://www.raízafro.com.ar/