Afortunadamente, a diferencia de Uruguay, en nuestro país el nombre del "Día de la Raza" ya fue modificado el año pasado a "Día del Respeto a la Diversidad Cultural". Celebro el cambio. En varios trabajos, propios o en co-autoría, he valorado el creciente auge del multiculturalismo en nuestra sociedad como una "estructura de oportunidades" que permite una serie de reivindicaciones inéditas hasta el momento.
Sin embargo, es cierto que se debe, a la vez, advertir contra posiciones que hacen de la valoración de la diversidad cultural un nuevo esencialismo que lleva a que la cultura funcione como la nueva "raza" -postulando diferencias exageradas entre los grupos humanos, aún los que han compartido por muchos años una misma sociedad.
Transcribo a continuación algunos trechos de un artículo del antropólogo argentino Alejandro Grimson que claramente enuncian las consecuencias desafortunadas que pueden derivar de tales posiciones.
(Recomiendo su lectura íntegra (ver dirección online abajo), aunque creo que los lectores no especializados pueden saltearse las páginas que le dedica al argumento de Huntington y quedarse con la primera y última parte en que realiza un planteo más general.)
Fotos: Detalles de murales de Diego Rivera en el Palacio Nacional de la ciudad de México. (Alejandro Frigerio, 2010)
El fundamentalismo cultural
(párrafos tomados de un artículo de Alejandro Grimson, ver fuente abajo)
" (…) Cuando el concepto de «cultura» constituye otra forma de determinismo se plantean problemas similares a los que implicaba la «raza». si se supone que una persona adopta necesariamente valores y prácticas compartidos homogéneamente por la comunidad en la que crece, tiende a suponerse la uniformidad psíquica, intelectual, moral y conductual de una persona y una comunidad. A veces, incluso, esta visión está sustentada en posiciones ético-políticas a favor de pueblos discriminados. de hecho, la mayoría de la antropólogos culturalistas eran tolerantes con «los otros» e, incluso, en algunos casos tendieron a idealizar patrones culturales no occidentales como un modo de desarrollar una crítica a la propia sociedad. sin embargo, incluso con esa actitud más generosa, el potencial ético-político de los
estereotipos que producían escapaban a su propio control. en las últimas décadas, acompañando el desarrollo de nuevos movimientos sociales y en contraposición a las políticas de discriminación, asimilación y homogeneización, las políticas multiculturalistas comenzaron a imponerse en el mundo académico y en áreas de la gestión pública. se trata de establecer, en contraposición a las políticas de exclusión, políticas de reconocimiento de grupos o colectividades subordinadas o despreciadas como los pueblos originarios, los afro, los inmigrantes excluidos, entre muchos otros. la pretensión del multiculturalismo es invertir o modificar la valoración que se realiza de estos grupos y reivindicar, entre sus derechos civiles,
su derecho a la diferencia.
Pero puede plantearse una paradoja si esta pretensión de invertir la valoración se inscribe, como a veces sucede, en una extensión de la lógica de la discriminación. es decir, si la diferencia cultural se concibe como un dato objetivo, claro, con fronteras fijas que separan a ciertos grupos de otros. en esos casos, tanto quienes discriminan como quienes pretenden reconocer a esos grupos, comparten el supuesto de que el mundo está dividido en culturas con identidades relativamente inmutables. mientras tanto, las personas, grupos y símbolos atraviesan fronteras.
(…) La diferencia cultural puede ser utilizada a la vez para intentar subordinar y dominar a grupos subalternos, como para reivindicar los derechos colectivos de esos grupos. Por ello, el reconocimiento de diferencias culturales no tiene un valor ético-político esencial, sino que su sentido depende de la situación social. el problema surge cuando distintos sectores entablan una disputa sobre las valoraciones y consecuencias de unas diferencias que se consideran autoevidentes. sin embargo, la diversidad no debe comprenderse como un mapa esencializado y trascendente de diferencias, sino como un proceso abierto y dinámico, un proceso relacional vinculado a relaciones de poder. en estas luchas por establecer el valor ético-político de la diversidad, los distintos sectores pueden tender a enfatizar sus diferencias (supuestas o no) de manera creciente, perdiendo de vista la importancia de las luchas por la igualdad o la justicia. las diferencias construidas en situaciones de contraste específicas y en contextos políticos concretos pueden reificarse hasta el punto de que terminemos convencidos de lo radicalmente distintos que somos «nosotros» de «los otros».
(…) Si el respeto por la diversidad es un patrimonio ideológico que debe ser defendido ante todas las variantes del etnocentrismo, comprender el carácter histórico y político de esa diversidad puede permitirnos adquirir una visión más compleja.
(…) En nuestro continente, en contextos de incremento cualitativo de la desigualdad social ha habido propuestas de constituir el mapa de la sociedad como un mapa de culturas, de grupos diversos, cada uno de los cuales tenía derechos particulares, antes que cualquier idea de igualdad de derechos, incluyendo el derecho a la diferencia. La cultura como una nueva narrativa de legitimación. Por eso, como plantea Yúdice es necesario ser prudente respecto de la celebración de la «agencia cultural» (2003:14-15) porque, si se analiza desapasionadamente, es claro que «la expresión cultural per se no basta» (…)
(…) Se ha planteado que las luchas por el reconocimiento cultural llevan a un callejón sin salida si no se combinan con luchas por una mayor distribución económica y social. las políticas de reconocimiento deben combinarse con políticas de redistribución (…)"
Artículo: Grimson, Alejandro. 2008. "Diversidad y cultura: Reificación y situacionalidad". Revista Tabula Rasa 8: 45-67. Bogotá, Colombia.
En: http://www.revistatabularasa.org/numero_ocho/grimson.pdf
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