Debo reconocer que dudé de la conveniencia de colocar esta entrada.
No quiero que se tome como una diatriba contra individuos específicos, sino contra una manera de hacer políticas culturales y contra la discriminación que, me temo, no conduce a mucho salvo la acumulación de eventos en informes anuales.
Algunas actitudes y desarollos recientes me inclinaron, finamente, por incluirla. Entre ellas, la indiferencia oficial ante la desesperante situación de las familias de Herrera 333 -ver entrada que sigue- así como la constatación de que casi todo lo que se hizo en los últimos dos o tres años -que siempre reconozco que es mucho- en nada cambió la situación concreta de los (muchos) afrodescendientes que habitan en el país.
Hay más culpas para repartir, es cierto y sin duda somos muchos los involucrados.
A quienes tienen el poder del Estado, sin embargo, cabe exigirles respuestas concretas y buenas intenciones.
Los tiempos de la esclavitud supuestamente acabaron: ya no hay más amos y esclavos.
Sin embargo, en el último año o dos, a medida que la cultura y el activismo afro se desarrollaron de manera hasta hace poco impensable y llegaron a lugares que tampoco creíamos posibles, un nuevo tipo de amo/señor de esclavos parece haber aparecido en escena.
Así como los esclavos eran un bien económico preciado, ahora también lo son el activismo y la cultura afro.
Con una serie de tratados internacionales firmados, los gobiernos nacionales tienen que (de)mostrar que “hacen algo” por la situación social de los afrodescendientes y la lucha contra su discriminación. Las actividades “en defensa de los afro” –grandes o pequeñas; reales, simbólicas, imaginadas- que se puedan poner en papel son un capital que funcionarios de segunda (digo, de segundo nivel), luego funcionarios de primera y eventualmente los gobiernos nacionales pueden mostrar ante autoridades mayores –sus propios “amos y señores”.
De manera similar, en tiempos de predominio de narrativas multiculturalistas, la cultura negra es un bien que también se puede mostrar y vender –ante turistas, ciudadanos nativos, otros gobiernos y organismos internacionales como la UNESCO.
No estoy en desacuerdo con la promoción cultural y social gubernamental, claro, mientras tenga algún efecto mínimo real en la vida de la gente. El problema es que el cumplimiento de estos mandatos internacionales, leído en clave política local, da lugar a la creación de relaciones clientelares –o peor, que traen reminiscencias de la esclavitud. En lugar de escuchar distintas opiniones y eventualmente buscar un consenso, los funcionarios promueven la creación de house niggers para justificar sus políticas –en la jerga de los rappers, “negros de la casa” : los domésticos que hacen lo que le piden los amos-. Los funcionarios de turno son incapaces de escuchar voces de otros activistas afro o practicantes de cultura negra –sean negros o no. Para ellos, el látigo.
No me refiero aquí a los motivos o a la legitimidad de quienes se acercan al Estado, ya que cada uno sabe cómo mejor obtener los beneficios que cree que merece.
Me preocupan los fun-cio-na-rios que con un sueldo pagado por todos nosotros son incapaces de escuchar voces críticas sin rotularlas como “enemigas” y ayudan a crear divisiones innecesarias en un campo ya políticamente minado. Me preocupa que, lo busquen o no, la mayor parte de sus actividades llevan a la sujeción de quienes deberían ser los beneficiarios de sus políticas y no a su empoderamiento.
Según su visión dualista –que seguro deriva del quehacer político local- parece que el único negro (activista o cultural) que puede tener derechos es el house nigger, el “si-señor funcionario”-ista. Los otros, con visiones diferentes sobre las cosas, son, simplemente, niggers (negros “problemáticos”, negros de mierda).
Me pregunto: si trabajaran con “alta cultura” –y no “cultura popular”- y con grupos que no fueran minoritarios y discriminados, tendrían también un estilo tan poco afecto a escuchar voces con opiniones propias? ¿ O tan proclive a repartir latigazos a los réprobos?
¿Es la falta de poder social y cultural de sus “sujetos” de trabajo lo que los torna sus nuevos amos y señores?
Chicos, son fun-cio-na-rios. No son punteros de algún partido político. Entre todos les pagamos su sueldo. Son nuestros funcionarios –hayamos votado o no al gobierno que los puso. Están para escucharnos, no para "castigarnos" por no coincidir con su opinión.
Tienen que promover la cultura y la no-discriminación. No discriminen dejando fuera de sus actividades a todos los activistas y artistas que no piensan necesariamente como ustedes. Tienen que promover la cultura. No promuevan sólo la cultura de quienes acceden a sus condiciones.
Tengan un poco de grandeza, chicos. O, como mínimo, hagan bien su trabajo.
Sin embargo, en el último año o dos, a medida que la cultura y el activismo afro se desarrollaron de manera hasta hace poco impensable y llegaron a lugares que tampoco creíamos posibles, un nuevo tipo de amo/señor de esclavos parece haber aparecido en escena.
Así como los esclavos eran un bien económico preciado, ahora también lo son el activismo y la cultura afro.
Con una serie de tratados internacionales firmados, los gobiernos nacionales tienen que (de)mostrar que “hacen algo” por la situación social de los afrodescendientes y la lucha contra su discriminación. Las actividades “en defensa de los afro” –grandes o pequeñas; reales, simbólicas, imaginadas- que se puedan poner en papel son un capital que funcionarios de segunda (digo, de segundo nivel), luego funcionarios de primera y eventualmente los gobiernos nacionales pueden mostrar ante autoridades mayores –sus propios “amos y señores”.
De manera similar, en tiempos de predominio de narrativas multiculturalistas, la cultura negra es un bien que también se puede mostrar y vender –ante turistas, ciudadanos nativos, otros gobiernos y organismos internacionales como la UNESCO.
No estoy en desacuerdo con la promoción cultural y social gubernamental, claro, mientras tenga algún efecto mínimo real en la vida de la gente. El problema es que el cumplimiento de estos mandatos internacionales, leído en clave política local, da lugar a la creación de relaciones clientelares –o peor, que traen reminiscencias de la esclavitud. En lugar de escuchar distintas opiniones y eventualmente buscar un consenso, los funcionarios promueven la creación de house niggers para justificar sus políticas –en la jerga de los rappers, “negros de la casa” : los domésticos que hacen lo que le piden los amos-. Los funcionarios de turno son incapaces de escuchar voces de otros activistas afro o practicantes de cultura negra –sean negros o no. Para ellos, el látigo.
No me refiero aquí a los motivos o a la legitimidad de quienes se acercan al Estado, ya que cada uno sabe cómo mejor obtener los beneficios que cree que merece.
Me preocupan los fun-cio-na-rios que con un sueldo pagado por todos nosotros son incapaces de escuchar voces críticas sin rotularlas como “enemigas” y ayudan a crear divisiones innecesarias en un campo ya políticamente minado. Me preocupa que, lo busquen o no, la mayor parte de sus actividades llevan a la sujeción de quienes deberían ser los beneficiarios de sus políticas y no a su empoderamiento.
Según su visión dualista –que seguro deriva del quehacer político local- parece que el único negro (activista o cultural) que puede tener derechos es el house nigger, el “si-señor funcionario”-ista. Los otros, con visiones diferentes sobre las cosas, son, simplemente, niggers (negros “problemáticos”, negros de mierda).
Me pregunto: si trabajaran con “alta cultura” –y no “cultura popular”- y con grupos que no fueran minoritarios y discriminados, tendrían también un estilo tan poco afecto a escuchar voces con opiniones propias? ¿ O tan proclive a repartir latigazos a los réprobos?
¿Es la falta de poder social y cultural de sus “sujetos” de trabajo lo que los torna sus nuevos amos y señores?
Chicos, son fun-cio-na-rios. No son punteros de algún partido político. Entre todos les pagamos su sueldo. Son nuestros funcionarios –hayamos votado o no al gobierno que los puso. Están para escucharnos, no para "castigarnos" por no coincidir con su opinión.
Tienen que promover la cultura y la no-discriminación. No discriminen dejando fuera de sus actividades a todos los activistas y artistas que no piensan necesariamente como ustedes. Tienen que promover la cultura. No promuevan sólo la cultura de quienes acceden a sus condiciones.
Tengan un poco de grandeza, chicos. O, como mínimo, hagan bien su trabajo.
Imagen: Jean-Baptiste Debret (1768-1848) - Pelourinho.
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