Foto: Alejandro Frigerio
Aunque aparentemente desvinculado de la tradición afroamericana el artículo que reproduzco abajo - aparecido en el suplemento dominical Radar del diario Página 12- me pareció sumamente interesante. Lo escribe un músico de tango, y digo que está “aparentemente desvinculado” del temario del blog porque, debido a los numerosos aportes de bailarines y músicos negros al género -cuando no a su génesis- el tango bien puede incluirse dentro de la órbita afroamericana, aún cuando sea en sus márgenes. Un buen ejemplo es el del mismo instrumento que protagoniza el escrito, el bandoneón: varios de sus primeros y más influyentes ejecutantes eran negros.
Pero no es necesariamente por ello que incluyo el artículo en el blog. En primer lugar, porque siempre me gustó el título del tema de Piazzola: “Tristezas de un Doble A” y más aún cuando supe a qué hacía referencia. En segundo lugar, porque el derrotero de los bandoneones “Doble A” es fascinante e ilustra muy bien los dilemas e inequidades planteadas por la globalización. Estos bandoneones, los mejores en su género según los músicos que los utilizan, se dejaron de fabricar (en Alemania, de donde se importaban). Al natural deterioro de los existentes, se suma el hecho de que, con la globalización del tango, cada vez más los que quedan van a parar a manos de músicos o coleccionistas extranjeros. Los desniveles económicos entre los intérpretes locales y los foráneos hacen que los músicos argentinos difícilmente puedan resistir las ofertas que se les hacen por estos instrumentos y esto lleva a que cada vez queden menos en el país. Los que quedan se venden a precios internacionales y son muy caros para los músicos locales.
Esta “narrativa de pérdida” –¿o situación de pérdida?- tiene semejanzas con las que se pueden tejer –o encontrar- alrededor de tambores fabricados por determinados luthiers o con los berimbaus fabricados por famosos mestres y/o con determinadas maderas cada vez más difíciles de conseguir y sólo en algunos lugares de Brasil.
Hace muchos años, cuando estudiaba capoeira con Joao Pequeno en Bahía, el mestre fabricaba y vendía berimbaus, que no eran exactamente iguales a los que se utilizaban en las rodas y en las clases. Estos eran mayores, sonaban mejor y tenían una historia, eran “los de la academia”. En algún momento empecé a notar que estos venerables instrumentos que colgaban de la pared también iban desapareciendo paulatinamente porque los capoeiristas de otros estados –generalmente de Sao Paulo o de Río ya que no había tantos practicantes extranjeros en la época- también hacían ofertas que no se podían rechazar. El mestre cobraba –durante al menos los diez años que fui su pupilo- un monto irrisorio por las clases y los berimbaus eran una fuente de ingreso suplementario que no podía ser despreciado. En esa época, además, la angola era todavía la cenicienta de los estilos de capoeira, no tenía la fama ni la demanda que tuvo después, y parecía que iba a desaparecer ante el empuje de la dinámica y deportiva regional. Sintiéndome otro corruptor más, le dije al mestre que si él tenía que vender los berimbaus de la academia, que yo prefería quedarme con uno. El me dijo que también prefería que fuera un alumno suyo quien los tuviera a que fuera cualquier capoeirista desconocido. Algo más tarde, el mismo berimbau ilustró la tapa de una edición local del libro Tienda de los Milagros de Jorge Amado, editado por Losada –en una época en que los objetos brasileros no eran tan fáciles de conseguir en la ciudad. Aún tengo ese berimbau –sin duda ya digno de un museo- pero la falta de espacio me impide darle el lugar que se merece.
Otro motivo por el que gustó la nota, es porque Mosalini, como buen músico que es, rescata o ejemplifica bien, a mi criterio, cómo “la tradición” se puede perpetuar y a la modificar en la consecución de estilos personales. Especialmente reveladora me parece la parte en que Piazzola le dice que puede cerrar los ojos e improvisar a la manera de sus bandoneonistas preferidos y la consiguiente refllexión del autor de la nota acerca de cómo lo que empieza siendo inspiración y copia imperceptiblemente se transforma en un estilo propio. El estilo propio no viene del desconocimiento de la tradición, sino de su aprendizaje conciente (o quizás no) pero siempre laborioso y esforzado.
En las ya lejanas épocas en que intentaba transmitir algún conocimiento acerca de la práctica de la capoeira angola, los pocos videos que teníamos de jogos en Bahía eran un recurso pedagógico –además de un placer- frecuentemente utilizado. Luego de ver varias (demasiadas) veces un determinado movimiento y de intentar realizarlo de repente un día éste aparecía en mi práctica o en mi jogo –y yo ahí casi sentía que era alguno de los capoeiristas cuyos movimientos había estudiado mil veces antes. Por eso, años después, me encantó saber que los miembros de mi grupo local preferido de música afrocubana “se pasaban el día viendo videos de Los Muñequitos de Matanzas” –según me contó un amigo-. Ahí entendí por qué el grupo sonaba tan bien.
Qué otra manera hay de suplir, al menos en parte, todo lo que uno no pudo ver personalmente de chico porque no vivía en el lugar? Bueno, al menos, viendo videos continuamente de grande. No quiero con esta breve reflexión hacer tanto una apología del video sino de la necesidad de tener varios referentes –en un país en que las sectas afro suelen tener sólo un maestro/a- y de estudiar obsesivamente sus estilos en la búsqueda del propio.
Suplemento Radar de Página 12 – Domingo 15 de febrero de 2009
FAN > UN MUSICO ELIGE SU CANCION FAVORITA
Cerrar los ojos y dejarse ir
Por Juan Jose Mosalini
Hay una chorrera de temas que me vienen a la cabeza, pero hay uno en particular que me ha vuelto últimamente y que me resulta muy evocativo. Se trata de “Tristeza de un Doble A”, de Astor Piazzolla, y lo considero muy especial porque es una melodía que encierra la posibilidad expresiva de hacer una larga improvisación a su alrededor. Como su título indica, el Doble A es la marca del bandoneón: es “Doble A” por Alfred-Arnold, los constructores de bandoneones alemanes que tienen su fábrica en un pueblito cerca de Checoslovaquia, que tuve la suerte de conocer. Yo estoy radicado en Europa desde 1977, y luego de la unificación de las dos Alemanias hubo más acceso a ese lugar, que se llama Carlsfeld. Y cuando tomé contacto con este pueblo, con el lugar físico donde estaba la fábrica, fue realmente emocionante: uno ve de dónde salen estos extraordinarios instrumentos que llegaron y se hicieron muy importantes en el Río de la Plata. Encontrarse con ese lugar puede ser, para un bandoneonista, tan impresionante como para un violinista ir al atelier de los Stradivarius. Y yo tuve esa suerte. Cuando se unificó Alemania, una de las posturas políticas y económicas nuevas fue la de tratar de apoyar a las ciudades de la ex Alemania del Este con su vida y su pasado cultural y económico; así fue que me invitaron, ya que en este pueblito una de las fuentes de trabajo importantes había sido la fábrica de bandoneones. Incluso en los últimos años se propusieron reactivarla, y la tataranieta de los A-A recuperó ese lugar físico, que es de una gran superficie y conserva algunos elementos que habían quedado olvidados.
El tango está repleto de homenajes hacia el bandoneón, incluso en temas cantados como el de Troilo “Che Bandoneón”. Pero “Tristeza...” es muy particular porque permite al intérprete explayarse con lo que la memoria le da, acudiendo a todos esos extraordinarios bandoneonistas que marcaron y todavía hoy están marcando el crecimiento de este instrumento. Una de las versiones que hizo Piazzolla empieza con una cadencia de bandoneón; el bandoneón se expresa con lo que podría ser una melodía de Francisco De Caro, tiene ese perfume. Esto me lo contó el propio Astor, cuando yo le pregunté cómo hacía para improvisar así, en qué pensaba cuando tocaba, cómo era posible que cuando yo escuchaba el tema sentía que aparecían recursos bandoneonísticos que me paseaban por todos los grandes: Troilo, Laurenz, Maffia y tantos otros. Lo conocí de chico, cuando yo tenía 17 años; no sólo fue uno de mis referentes sino que tuve la suerte de compartir una relación personal que se convirtió en amistad de familia en familia y, en consecuencia, yo asistía a sus ensayos y vi nacer una serie de obras increíbles “en la cocina”. Así que cuando escuché “Tristeza de un Doble A” y tuve la ocasión, le pregunté. Y él me contestó: “Es casi inconsciente. No tenés más que pasearte por las imágenes de los diferentes bandoneonistas; cerrás los ojos y te dejás ir, y de pronto aparecen todos esos recursos en la memoria, y estás improvisando a la manera de, o haciendo una fraseología, un vibrato, o la manera de octavar de Troilo. En fin, toda una cantidad de cosas que entroncan con nuestras mayores influencias, y a las que se suma el aporte personal”. Y creo que es así. A través del tiempo, el lenguaje de un bandoneonista se va basando en los modelos que uno tiene, y luego en un aporte personal que uno va incorporando casi imperceptiblemente, porque no hay que romperse el coco tratando de ser original. Como me dijo Pugliese cuando le pregunté cómo había resuelto el problema del estilo: “Con un trabajo cotidiano e imperceptible. Si es que lo tengo”, agregó con modestia. Y creo que Astor y los grandes en general son el resultado de la misma postura: trabajar incansablemente con influencias de todos los costados, hasta que su fuerte personalidad hace que aparezca una música que les pertenece. “Tristeza de un Doble A” permite trabajar y dejarse llevar por esas influencias en su ejecución, da un espacio para que uno le ponga su propia salsa.
Hay una versión de “Tristeza...” que tiene una introducción de cuerdas magnífica, que crea un ambiente tal que para cuando entra el bandoneón ya es un desgarro; es una preparación a lo que va a venir, que es alucinante. En los últimos tiempos yo estuve interpretándolo. Al principio no lo hacía, creía que si no iba a violar un territorio sagrado; pero cuando hicimos un homenaje a Astor con Antonio Agri, él me dijo “¿por qué no lo tocás?” Y lo toqué, y poco a poco lo que hice no fue más que lo que me había dicho Astor en su momento: cerré los ojos y me dejé ir. Sólo que esta vez se sumó el mismo Astor a mi manera de hacerlo.
FAN > UN MUSICO ELIGE SU CANCION FAVORITA
Cerrar los ojos y dejarse ir
Por Juan Jose Mosalini
Hay una chorrera de temas que me vienen a la cabeza, pero hay uno en particular que me ha vuelto últimamente y que me resulta muy evocativo. Se trata de “Tristeza de un Doble A”, de Astor Piazzolla, y lo considero muy especial porque es una melodía que encierra la posibilidad expresiva de hacer una larga improvisación a su alrededor. Como su título indica, el Doble A es la marca del bandoneón: es “Doble A” por Alfred-Arnold, los constructores de bandoneones alemanes que tienen su fábrica en un pueblito cerca de Checoslovaquia, que tuve la suerte de conocer. Yo estoy radicado en Europa desde 1977, y luego de la unificación de las dos Alemanias hubo más acceso a ese lugar, que se llama Carlsfeld. Y cuando tomé contacto con este pueblo, con el lugar físico donde estaba la fábrica, fue realmente emocionante: uno ve de dónde salen estos extraordinarios instrumentos que llegaron y se hicieron muy importantes en el Río de la Plata. Encontrarse con ese lugar puede ser, para un bandoneonista, tan impresionante como para un violinista ir al atelier de los Stradivarius. Y yo tuve esa suerte. Cuando se unificó Alemania, una de las posturas políticas y económicas nuevas fue la de tratar de apoyar a las ciudades de la ex Alemania del Este con su vida y su pasado cultural y económico; así fue que me invitaron, ya que en este pueblito una de las fuentes de trabajo importantes había sido la fábrica de bandoneones. Incluso en los últimos años se propusieron reactivarla, y la tataranieta de los A-A recuperó ese lugar físico, que es de una gran superficie y conserva algunos elementos que habían quedado olvidados.
El tango está repleto de homenajes hacia el bandoneón, incluso en temas cantados como el de Troilo “Che Bandoneón”. Pero “Tristeza...” es muy particular porque permite al intérprete explayarse con lo que la memoria le da, acudiendo a todos esos extraordinarios bandoneonistas que marcaron y todavía hoy están marcando el crecimiento de este instrumento. Una de las versiones que hizo Piazzolla empieza con una cadencia de bandoneón; el bandoneón se expresa con lo que podría ser una melodía de Francisco De Caro, tiene ese perfume. Esto me lo contó el propio Astor, cuando yo le pregunté cómo hacía para improvisar así, en qué pensaba cuando tocaba, cómo era posible que cuando yo escuchaba el tema sentía que aparecían recursos bandoneonísticos que me paseaban por todos los grandes: Troilo, Laurenz, Maffia y tantos otros. Lo conocí de chico, cuando yo tenía 17 años; no sólo fue uno de mis referentes sino que tuve la suerte de compartir una relación personal que se convirtió en amistad de familia en familia y, en consecuencia, yo asistía a sus ensayos y vi nacer una serie de obras increíbles “en la cocina”. Así que cuando escuché “Tristeza de un Doble A” y tuve la ocasión, le pregunté. Y él me contestó: “Es casi inconsciente. No tenés más que pasearte por las imágenes de los diferentes bandoneonistas; cerrás los ojos y te dejás ir, y de pronto aparecen todos esos recursos en la memoria, y estás improvisando a la manera de, o haciendo una fraseología, un vibrato, o la manera de octavar de Troilo. En fin, toda una cantidad de cosas que entroncan con nuestras mayores influencias, y a las que se suma el aporte personal”. Y creo que es así. A través del tiempo, el lenguaje de un bandoneonista se va basando en los modelos que uno tiene, y luego en un aporte personal que uno va incorporando casi imperceptiblemente, porque no hay que romperse el coco tratando de ser original. Como me dijo Pugliese cuando le pregunté cómo había resuelto el problema del estilo: “Con un trabajo cotidiano e imperceptible. Si es que lo tengo”, agregó con modestia. Y creo que Astor y los grandes en general son el resultado de la misma postura: trabajar incansablemente con influencias de todos los costados, hasta que su fuerte personalidad hace que aparezca una música que les pertenece. “Tristeza de un Doble A” permite trabajar y dejarse llevar por esas influencias en su ejecución, da un espacio para que uno le ponga su propia salsa.
Hay una versión de “Tristeza...” que tiene una introducción de cuerdas magnífica, que crea un ambiente tal que para cuando entra el bandoneón ya es un desgarro; es una preparación a lo que va a venir, que es alucinante. En los últimos tiempos yo estuve interpretándolo. Al principio no lo hacía, creía que si no iba a violar un territorio sagrado; pero cuando hicimos un homenaje a Astor con Antonio Agri, él me dijo “¿por qué no lo tocás?” Y lo toqué, y poco a poco lo que hice no fue más que lo que me había dicho Astor en su momento: cerré los ojos y me dejé ir. Sólo que esta vez se sumó el mismo Astor a mi manera de hacerlo.
Doble A
La historia de los bandoneones Doble A se remonta al siglo XIX. En 1864, Ernst Louis Arnold, de Carlsfeld, adquirió la fábrica de Carl Friedrich Zimmermann y comenzó su producción de bandoneones E. L. A. (Ernst Louis Arnold). A su muerte, en 1910, sus hijos Paul y Alfred abrieron su propia fábrica en el mismo pueblo; ahí es donde se empiezan a producir los emblemáticos AA. Sus hijos Arnold (hijo de Paul) y Horst Arnold (hijo de Alfred) se ocuparon de la fábrica AA, y se considera que fue entre 1940 y 1945 cuando salió de allí la última gran tanda de piezas Alfred Arnold. Buena parte de la producción de esos años tenía como destino la Argentina. Tras la Segunda Guerra, con las matrices originales destruidas, se inició una nueva etapa que nunca alcanzó la calidad original. En 1949 la cerraron para dedicarse a la industria automotriz. En 1950 Arno Arnold abrió su propia fábrica en Alemania Occidental y produjo la línea de bandoneones Arno Arnold.
En el libro de Natalio Gorín, Astor Piazzolla, a manera de memorias (Perfil 1990/98), que recoge varios testimonios, dice Piazzolla: “Yo no nací en un frasquito ni el sonido de mi bandoneón es una rareza del cielo. Todo está ligado, lo expreso con mi música. En el primer tema de la Suite Troileana, que se llama ‘Bandoneón’, el Gordo está siempre a mi lado, por momentos toco como Piazzolla, y de a tratos como Troilo. Algo parecido ocurre en ‘Tristezas de un Doble A’; en la versión del Quinteto incluyo un solo de bandoneón que puede durar 10 o 15 minutos, según cómo me agarre. Ahí me voy de viaje y me llevo a Maffia, a Laurenz, a Di Filippo, a Federico, a Troilo, y tengo la sensación de estar tocando con ellos. Lo peor que le puede ocurrir a un bandoneonista es ser tímido. Los del gremio sabemos decir: tocan para adentro. Eso no sirve. No hay que tener miedo. Si uno se equivoca no importa”.
La historia de los bandoneones Doble A se remonta al siglo XIX. En 1864, Ernst Louis Arnold, de Carlsfeld, adquirió la fábrica de Carl Friedrich Zimmermann y comenzó su producción de bandoneones E. L. A. (Ernst Louis Arnold). A su muerte, en 1910, sus hijos Paul y Alfred abrieron su propia fábrica en el mismo pueblo; ahí es donde se empiezan a producir los emblemáticos AA. Sus hijos Arnold (hijo de Paul) y Horst Arnold (hijo de Alfred) se ocuparon de la fábrica AA, y se considera que fue entre 1940 y 1945 cuando salió de allí la última gran tanda de piezas Alfred Arnold. Buena parte de la producción de esos años tenía como destino la Argentina. Tras la Segunda Guerra, con las matrices originales destruidas, se inició una nueva etapa que nunca alcanzó la calidad original. En 1949 la cerraron para dedicarse a la industria automotriz. En 1950 Arno Arnold abrió su propia fábrica en Alemania Occidental y produjo la línea de bandoneones Arno Arnold.
En el libro de Natalio Gorín, Astor Piazzolla, a manera de memorias (Perfil 1990/98), que recoge varios testimonios, dice Piazzolla: “Yo no nací en un frasquito ni el sonido de mi bandoneón es una rareza del cielo. Todo está ligado, lo expreso con mi música. En el primer tema de la Suite Troileana, que se llama ‘Bandoneón’, el Gordo está siempre a mi lado, por momentos toco como Piazzolla, y de a tratos como Troilo. Algo parecido ocurre en ‘Tristezas de un Doble A’; en la versión del Quinteto incluyo un solo de bandoneón que puede durar 10 o 15 minutos, según cómo me agarre. Ahí me voy de viaje y me llevo a Maffia, a Laurenz, a Di Filippo, a Federico, a Troilo, y tengo la sensación de estar tocando con ellos. Lo peor que le puede ocurrir a un bandoneonista es ser tímido. Los del gremio sabemos decir: tocan para adentro. Eso no sirve. No hay que tener miedo. Si uno se equivoca no importa”.
Fuente nota Radar y foto de bandoneón: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-5114-2009-02-18.html
Mosalini interpreta "Tristezas de un Doble A" en Youtube:
http://www.youtube.com/watch?v=2f64YsRlIKc
http://www.youtube.com/watch?v=2f64YsRlIKc
Piazzola interpreta "Tristezas de un Doble A" en Youtube:
2 comentarios:
Excelente el post. Felicitaciones.
Gracias, Angel.
Es bueno ver que alguien aprecia el trabajo... abrazo AF
Publicar un comentario