martes, 1 de enero de 2008

Compadre en tiempos difíciles (III)

De hecho, cuanto menos demoníacos se volvieron los comportamientos de los exús, más éxito empezaron a tener entre los fieles. Durante la década de 1980, cuando las religiones de origen afrobrasileño se expandían presurosas por el gran Buenos Aires, eran comunes las sesiones semanales de Umbanda en las cuales los médiums incorporaban (recibían) pretos velhos y caboclos (espíritus de negros viejos y de indios). Por ese entonces, la Kimbanda era más que nada la parte de la sesión en la que, al final, se recibía a los exús que venían a limpiar las energías negativas dejadas por los asistentes en problemas. O también así se denominaba a las ocasionales sesiones (una al mes) en que se recibía solamente a los exús. Estos espíritus eran hoscos, gruñían o apenas hablaban, tenían cara de pocos amigos, y su fuerte eran las descargas que realizaban a los asistentes, limpiando con sus manos el cuerpo de los devotos.

Sin embargo, en la década de 1990 “el chiquilín de la limpieza se transformó en un dandy” como bien señala para el caso uruguayo el pai Milton de Xangô en su libro Contribución al Estudio de Exú, Este cambio probablemente se deba a la paulatina aceptación en Buenos Aires de una innovación teológica ocurrida al menos una década antes en Montevideo, la llegada de los “exús do Alto”, espiritus considerados más evolucionados que los que llegaban en las kimbandas hasta entonces. Aunque aquí no necesariamente se los denominó así, el nuevo y elegante arquetipo de cómo debían ser y comportarse los exús y pombagiras resultó extremadamente popular e hizo que fueran desplazando a los caboclos y a los pretos velhos del protagonismo que habían tenido durante la década anterior. Desde entonces Exú se ha convertido en un dandy de zapatos lustrosos y bastón, o de sombrero malevo algo inclinado -reminiscencias inevitables de los compadritos rioplatenses que se imponen a los malandros cariocas que pueblan las kimbandas brasileras. Las pombagiras, por su lado, están cada vez más cerca de la figura de una elegante cortesana, o de una errante cigana (gitana) y lejos de ser temidas, son ahora una nueva amiga y confidente en los problemas de amor y ante las desventajas compartidas de género. Problemas y desventajas de género que las pombagiras conocen bien porque usualmente las padecieron en vidas anteriores y no pocas veces llevaron a su muerte violenta.


Entrado el nuevo milenio, se produjeron dos nuevos desarrollos dentro de la Kimbanda y el culto a los exús/pombagiras. Por un lado, la Kimbanda se fue autonomizando de su progenitora la Umbanda, desarrollando cada vez más rituales propios, y aumentando el número y tipo de exús y pombagiras que podían presentarse en sus sesiones. Por otro, se produjo un creciente sincretismo de esta variante religiosa con nociones de la religiosidad popular local. Si los exús tradicionalmente fueron considerados espíritus amorales, ahora lo son cada vez menos por su poca evolución espiritual (como presuponía la cosmovisión umbandista tradicional) y más por su sabiduría que deviene de conocer que difícilmente se transiten caminos inequívocamente buenos en condiciones sociales cada vez más deterioradas. Se puede apreciar aquí un pasaje o una contaminación de la cosmovisión umbandista/espiritista por la de la religiosidad popular con sus devociones por gauchos bandoleros y mujeres de vida fácil martirizadas. Un creciente sincretismo con la cosmovisión popular licúa, por un lado, las nociones de bien/mal de la Umbanda y acerca a los exús y señoras a la figura/metáfora de compadres y comadres protectores. Como otra cara de la misma moneda, enseña que los santos populares necesitan cada vez más ofrendas a la manera de la Umbanda como cigarrillos y vino tinto (para el Gauchito) o alcohol blanco (para San La Muerte). Por el mismo motivo, las velas tradicionalmente blancas de la religiosidad popular se cambian por las rojas para el caso del Gauchito, o blancas y negras para el Santito. Es entonces en la hipertrofia de la ofrenda popular y en la amoralidad , no como carencia ética sino como sabiduría popular ante condiciones sociales injustas o desfavorables, que se puede apreciar el creciente sincretismo que se produce entre la religiosidad popular y la kimbanda. Sincretismo que es muy explícito en algunos templos, en los cuales San La Muerte ya es Exú Caveira (o al revés) y puede aparecer alguna estatua del Gauchito Gil, en un altar separado o quizás en algún rincón del principal.
A medida que el Gran BAS se deterioró, que se tornaba cada vez era más peligroso salir de una sesión y volver tarde a casa; que había que esperar más para que pasara el colectivo; que las salidas se tuvieron que hacer de a grupos ya que ya no era aconsejable que salieran médiums (varones o mujeres) solos, los compadres extendíeron cada vez más su capa protectora por sobre el Gran Buenos Aires). Como la sombra amparadora del Gauchito Gil, o la guadaña justiciera y los ojos mudos de San La Muerte, todos ellos son figuras poderosas para tiempos de inseguridad -delictiva, laboral, pero también moral. Santos (o espíritus) para tiempos difíciles.




1 comentario:

Tommy dijo...

Muy bueno e interesante..Ayer yo tuve mi primera experiencia en una reunión y la verdad quede extasiado y muy contento... Buena data..