cultura afroporteña en peligro
Bonga Bonga o desalojo
La comunidad negra en la Argentina reclama al Gobierno de la Ciudad un nuevo lugar para el centro que desde 2000 funciona en una fábrica abandonada. La respuesta oficial.
Por Patricio Féminis
Diario Crítica, 11.06.2008, sección Culturas
“Sí, me agarró la máquina.” Javier Bonga se mira el dedo lastimado por la pulidora con la que fabrica tambores de candombe y sus palabras flotan con un eco opaco: en el inmenso galpón de Herrera 313, en el barrio porteño de Barracas, faltan días para el desalojo anunciado, la orden que no tardará en llegar para el Movimiento Afrocultural Bonga, al que el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad aún no le garantizó un espacio nuevo para poder seguir llevando adelante su proyecto de difusión, rescate e investigación de la identidad afro en Buenos Aires. “Fue la máquina”, repite Bonga, mientras un pedazo de venda cae al suelo y la herida queda expuesta. Alrededor suyo, niños y adultos se preparan para la clase de candombe que dictará, en una ceremonia de tambores fabricados a mano que se templan sobre llantas viejas, alrededor de una fogata.
Los hermanos Javier y Diego Bonga –referentes del Movimiento– saben que el desalojo es inminente pero dicen que resistirán, ya que eso es lo que hacen desde el 87, cuando llegaron desde las villas de Montevideo.
En ese año empezaron en la calle Perón y en el dos mil tomaron esta fábrica de ascensores abandonada que transformaron en centro cultural, a pulmón, para mantener y revalidar la cultura afro, que aún sigue acallada en Argentina. O debería decirse, negada: condenada al recuerdo pintoresco de los repartidores de velas y empanadas en el 25 de Mayo, aunque los negros hayan puesto el cuerpo como esclavos y en las guerras de independencia, una realidad que el discurso estatal y educativo procuraron ocultar.
El ayer y el hoy tienen signos en común: en el Centro Cultural Bonga aún pelean para que se reconozca esta tradición viva, para que una vez más la historia no los abandone.
En este galpón de chapas de Barracas, un barrio partido en dos por la autopista, se dictan clases de candombe, capoeira de Angola y danza afro; los mellizos Bonga –de 45 años– forman a diversas generaciones en este arte que moviliza, pero a la vez esperan –sin disimular tensiones– la carta de desalojo que les dará un plazo de 5 a 10 días para dejar el lugar. Y todo podría quedar en el aire: los proyectos de integración social; el diálogo con la comunidad; la propuesta del director general de Promoción Cultural en el Ministerio de Cultura porteño, Baltazar Jaramillo: relocalizarlos en alguno de los tantos espacios vacíos con que cuenta la Ciudad, para que perdure el que llaman el “último quilombo de Buenos Aires”.
Es jueves y a las ocho de la noche empieza la clase: son negros y blancos reunidos por este ritmo que hace latir los cuerpos, en diálogo secreto con la tradición negra, pero el tiempo y las opciones se alejan para el Centro Bonga, que participó del resurgimiento del candombe por las calles de San Telmo.
¿Adónde irá la Hermandad Afrocultural Bonga, que agita tambores y una cultura que no se calla? ¿Adónde se radicarán las mujeres y hombres que viven en este profundo galpón que reclama Solci S.A., una empresa que nadie sabe si existe o no? “Deberán sacarnos por la fuerza.
Resistiremos hasta el final, igual que los ancestros.” Es Diego Bonga el que habla con años de experiencia como docente de capoeira: “Si bien esto se trata de lo afrocultural en movimiento, es también la reivindicación que la sociedad y el Estado deben hacer sobre el aporte de nuestros ancestros durante quinientos años. Pero aún están el racismo, la discriminación, y no nos contemplan. No hay una visibilidad de los negros en Argentina”.
A principios de año la actividad del Movimiento Afrocultural Bonga fue declarada de interés cultural en Buenos Aires. “Hemos hecho todas las gestiones legales –dice Diego Bonga–. Agotamos todas las medidas pero todavía no tenemos una respuesta concreta. Son muy lentos los pasos burocráticos. No contamos con los recursos como para tener un abogado que se dedique a pleno: si lo tuviéramos, más de una cosita se destaparía. Los terrenos de Barracas están muy valorados.”
Pero para Máximo Merchensky, asesor de Baltazar Jaramillo, el problema no es de Cultura de la Ciudad: “Ese es un espacio intrusado: es propiedad privada. Si bien lo han puesto en funcionamiento y llevan adelante un trabajo cultural, eso no tiene nada que ver con el desalojo que decidiría la Justicia porque han ocupado un espacio ajeno”.
Y habla de propuestas y requisitos: “Es una actividad interesante, sí, pero no pueden agarrarse de su trabajo cultural para tomar un espacio que no les es propio, o para reclamar una vivienda ajena porque hay problemas habitacionales”. La lógica es clara: “El problema central no es de Cultura, sino que tienen miedo de quedarse en la calle. Lo judicial y lo cultural van por carriles distintos. Nosotros no podemos pasar por arriba de la Justicia”, dice Merchensky.
Entonces, ¿qué opciones propone el Gobierno para que no se corte abruptamente la tarea del Movimiento Bonga? ¿Existe voluntad política de reconocer a la cultura afro y a sus ceremonias? “Estamos viendo –afirma Merchensky– la forma de que se llegue a la cesión en uso precario de algún inmueble en Buenos Aires, pero son trámites legislativos que llevan tiempo y exceden a Cultura. Insisto: no pueden basarse en la presión de un desalojo como argumento. La expropiación no era la salida más simple y a la cesión la debe tratar la Legislatura.”
Pero hay una responsabilidad que sí debe discutirse, afirma Diana Maffía, legisladora por Coalición Cívica: “El rol de Cultura de la Ciudad es integrar a las diferentes culturas. Si el trabajo que llevan adelante es válido, habrá que garantizarles otro espacio. Si bien el PRO mostró buena voluntad, aún no se está tratando: esperamos que llegue a tratarse esta semana”.
Los plazos son inminentes: el desalojo debía llegar a fines de mayo y con la intervención de Maffía –ante la jueza que instruye en la causa– lograron demorarlo. “La cesión es la forma más viable –dice Maffía–. Ellos no quieren ser propietarios, sino trabajar en un espacio y ponerlo en funcionamiento.
En un primer momento la Ciudad propuso cederles unas horas en alguno de los 44 centros culturales que existen. Decir eso es no entender a la cultura afro, a sus prácticas, ya que la capoeira y el baile implican tiempos que no se resuelven en dos horas: hay toda una puesta del cuerpo, y una espiritualidad, que lleva horas. Además, el templado de tambores requiere un lugar especial”. Para Maffía, “ceder espacios vacíos es constante en Buenos Aires: basta ver todos los que se cedieron entre octubre y diciembre de 2007, antes de que se fuera Telerman”.
De los espacios sin uso con que cuenta la Ciudad, los Bonga solicitaron uno en Isabel la Católica y Suárez, a pocas cuadras. “Tenía que ser en una zona cercana, ya que es un barrio vulnerable y a la gente le cuesta trasladarse. Allí hay un proyecto de contención social, que no hace el Gobierno, para jóvenes que de otro modo no tendrían forma de expresarse: están involucradas más de 200 personas”, cuenta Maffía, y apela a la voluntad política del PRO –con mayoría legislativa– “para evitar el desalojo violento: si uno castiga la usurpación, pero no da alternativas, ¿cuál es el mensaje? Que no se le da importancia a un centro que sostiene la identidad negra en Buenos Aires. Sería dar pie a que no exista la cultura afro, que se la siga negando. Eso es no reconocerles sus derechos”.
Y la comunidad negra en Buenos Aires aún espera alzar la voz para proyectarse al futuro. Diego Bonga evalúa: “Cuando hablo de ayudar al Movimiento Afrocultural, no digo ‘vengan a ayudarnos a nosotros’. Ayúdenos a ayudarse, porque somos los pocos que vamos quedando que tenemos algo para transmitir”.
Los Bonga seguirán batiendo parches adonde sea: confían en sus ancestros y en los negros viejos que “no están en la universidad sino en las villas”, y que les transmitieron su bendición, los valores, el respeto por la naturaleza y por los demás.
El Estado –dice Diego– debería considerar a las tareas del Movimiento Afrocultural como patrimonio cultural inmaterial. “Tienen la obligación de ampararnos y está en la Constitución. Nosotros no somos dinosaurios desaparecidos sino sobrevivientes. Hemos resistido desde siempre: es algo que llevamos en las venas.”
Fuente: http://www.criticadigital.com.ar/impresa/index.php?secc=nota&nid=5991
Bonga Bonga o desalojo
La comunidad negra en la Argentina reclama al Gobierno de la Ciudad un nuevo lugar para el centro que desde 2000 funciona en una fábrica abandonada. La respuesta oficial.
Por Patricio Féminis
Diario Crítica, 11.06.2008, sección Culturas
“Sí, me agarró la máquina.” Javier Bonga se mira el dedo lastimado por la pulidora con la que fabrica tambores de candombe y sus palabras flotan con un eco opaco: en el inmenso galpón de Herrera 313, en el barrio porteño de Barracas, faltan días para el desalojo anunciado, la orden que no tardará en llegar para el Movimiento Afrocultural Bonga, al que el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad aún no le garantizó un espacio nuevo para poder seguir llevando adelante su proyecto de difusión, rescate e investigación de la identidad afro en Buenos Aires. “Fue la máquina”, repite Bonga, mientras un pedazo de venda cae al suelo y la herida queda expuesta. Alrededor suyo, niños y adultos se preparan para la clase de candombe que dictará, en una ceremonia de tambores fabricados a mano que se templan sobre llantas viejas, alrededor de una fogata.
Los hermanos Javier y Diego Bonga –referentes del Movimiento– saben que el desalojo es inminente pero dicen que resistirán, ya que eso es lo que hacen desde el 87, cuando llegaron desde las villas de Montevideo.
En ese año empezaron en la calle Perón y en el dos mil tomaron esta fábrica de ascensores abandonada que transformaron en centro cultural, a pulmón, para mantener y revalidar la cultura afro, que aún sigue acallada en Argentina. O debería decirse, negada: condenada al recuerdo pintoresco de los repartidores de velas y empanadas en el 25 de Mayo, aunque los negros hayan puesto el cuerpo como esclavos y en las guerras de independencia, una realidad que el discurso estatal y educativo procuraron ocultar.
El ayer y el hoy tienen signos en común: en el Centro Cultural Bonga aún pelean para que se reconozca esta tradición viva, para que una vez más la historia no los abandone.
En este galpón de chapas de Barracas, un barrio partido en dos por la autopista, se dictan clases de candombe, capoeira de Angola y danza afro; los mellizos Bonga –de 45 años– forman a diversas generaciones en este arte que moviliza, pero a la vez esperan –sin disimular tensiones– la carta de desalojo que les dará un plazo de 5 a 10 días para dejar el lugar. Y todo podría quedar en el aire: los proyectos de integración social; el diálogo con la comunidad; la propuesta del director general de Promoción Cultural en el Ministerio de Cultura porteño, Baltazar Jaramillo: relocalizarlos en alguno de los tantos espacios vacíos con que cuenta la Ciudad, para que perdure el que llaman el “último quilombo de Buenos Aires”.
Es jueves y a las ocho de la noche empieza la clase: son negros y blancos reunidos por este ritmo que hace latir los cuerpos, en diálogo secreto con la tradición negra, pero el tiempo y las opciones se alejan para el Centro Bonga, que participó del resurgimiento del candombe por las calles de San Telmo.
¿Adónde irá la Hermandad Afrocultural Bonga, que agita tambores y una cultura que no se calla? ¿Adónde se radicarán las mujeres y hombres que viven en este profundo galpón que reclama Solci S.A., una empresa que nadie sabe si existe o no? “Deberán sacarnos por la fuerza.
Resistiremos hasta el final, igual que los ancestros.” Es Diego Bonga el que habla con años de experiencia como docente de capoeira: “Si bien esto se trata de lo afrocultural en movimiento, es también la reivindicación que la sociedad y el Estado deben hacer sobre el aporte de nuestros ancestros durante quinientos años. Pero aún están el racismo, la discriminación, y no nos contemplan. No hay una visibilidad de los negros en Argentina”.
A principios de año la actividad del Movimiento Afrocultural Bonga fue declarada de interés cultural en Buenos Aires. “Hemos hecho todas las gestiones legales –dice Diego Bonga–. Agotamos todas las medidas pero todavía no tenemos una respuesta concreta. Son muy lentos los pasos burocráticos. No contamos con los recursos como para tener un abogado que se dedique a pleno: si lo tuviéramos, más de una cosita se destaparía. Los terrenos de Barracas están muy valorados.”
Pero para Máximo Merchensky, asesor de Baltazar Jaramillo, el problema no es de Cultura de la Ciudad: “Ese es un espacio intrusado: es propiedad privada. Si bien lo han puesto en funcionamiento y llevan adelante un trabajo cultural, eso no tiene nada que ver con el desalojo que decidiría la Justicia porque han ocupado un espacio ajeno”.
Y habla de propuestas y requisitos: “Es una actividad interesante, sí, pero no pueden agarrarse de su trabajo cultural para tomar un espacio que no les es propio, o para reclamar una vivienda ajena porque hay problemas habitacionales”. La lógica es clara: “El problema central no es de Cultura, sino que tienen miedo de quedarse en la calle. Lo judicial y lo cultural van por carriles distintos. Nosotros no podemos pasar por arriba de la Justicia”, dice Merchensky.
Entonces, ¿qué opciones propone el Gobierno para que no se corte abruptamente la tarea del Movimiento Bonga? ¿Existe voluntad política de reconocer a la cultura afro y a sus ceremonias? “Estamos viendo –afirma Merchensky– la forma de que se llegue a la cesión en uso precario de algún inmueble en Buenos Aires, pero son trámites legislativos que llevan tiempo y exceden a Cultura. Insisto: no pueden basarse en la presión de un desalojo como argumento. La expropiación no era la salida más simple y a la cesión la debe tratar la Legislatura.”
Pero hay una responsabilidad que sí debe discutirse, afirma Diana Maffía, legisladora por Coalición Cívica: “El rol de Cultura de la Ciudad es integrar a las diferentes culturas. Si el trabajo que llevan adelante es válido, habrá que garantizarles otro espacio. Si bien el PRO mostró buena voluntad, aún no se está tratando: esperamos que llegue a tratarse esta semana”.
Los plazos son inminentes: el desalojo debía llegar a fines de mayo y con la intervención de Maffía –ante la jueza que instruye en la causa– lograron demorarlo. “La cesión es la forma más viable –dice Maffía–. Ellos no quieren ser propietarios, sino trabajar en un espacio y ponerlo en funcionamiento.
En un primer momento la Ciudad propuso cederles unas horas en alguno de los 44 centros culturales que existen. Decir eso es no entender a la cultura afro, a sus prácticas, ya que la capoeira y el baile implican tiempos que no se resuelven en dos horas: hay toda una puesta del cuerpo, y una espiritualidad, que lleva horas. Además, el templado de tambores requiere un lugar especial”. Para Maffía, “ceder espacios vacíos es constante en Buenos Aires: basta ver todos los que se cedieron entre octubre y diciembre de 2007, antes de que se fuera Telerman”.
De los espacios sin uso con que cuenta la Ciudad, los Bonga solicitaron uno en Isabel la Católica y Suárez, a pocas cuadras. “Tenía que ser en una zona cercana, ya que es un barrio vulnerable y a la gente le cuesta trasladarse. Allí hay un proyecto de contención social, que no hace el Gobierno, para jóvenes que de otro modo no tendrían forma de expresarse: están involucradas más de 200 personas”, cuenta Maffía, y apela a la voluntad política del PRO –con mayoría legislativa– “para evitar el desalojo violento: si uno castiga la usurpación, pero no da alternativas, ¿cuál es el mensaje? Que no se le da importancia a un centro que sostiene la identidad negra en Buenos Aires. Sería dar pie a que no exista la cultura afro, que se la siga negando. Eso es no reconocerles sus derechos”.
Y la comunidad negra en Buenos Aires aún espera alzar la voz para proyectarse al futuro. Diego Bonga evalúa: “Cuando hablo de ayudar al Movimiento Afrocultural, no digo ‘vengan a ayudarnos a nosotros’. Ayúdenos a ayudarse, porque somos los pocos que vamos quedando que tenemos algo para transmitir”.
Los Bonga seguirán batiendo parches adonde sea: confían en sus ancestros y en los negros viejos que “no están en la universidad sino en las villas”, y que les transmitieron su bendición, los valores, el respeto por la naturaleza y por los demás.
El Estado –dice Diego– debería considerar a las tareas del Movimiento Afrocultural como patrimonio cultural inmaterial. “Tienen la obligación de ampararnos y está en la Constitución. Nosotros no somos dinosaurios desaparecidos sino sobrevivientes. Hemos resistido desde siempre: es algo que llevamos en las venas.”
Fuente: http://www.criticadigital.com.ar/impresa/index.php?secc=nota&nid=5991
desde el pacifico sur , que vivan las nuevas generaciones afrodesendintes! viva el centro cultural bonga!! mucho axe!! mucha paz y prosperidad!!!
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