domingo, 27 de enero de 2013

Django y Lincoln: La esclavitud revisitada por Tarantino y Spielberg


Llegan a Buenos Aires -ya las tiene el kiosquero amigo, antes que el cine- dos películas realizadas por famosos directores norteamericanos que tratan, de manera muy diferente, el tema de la esclavitud en Estados Unidos: Lincoln, de Steven Spielberg, y Django Unchained, de Quentin Tarantino.
Ambas vienen precedidas de polémicas, en su país de origen, acerca de las visiones que transmiten sobre "nuestra peculiar institución" -como se la denominaba en el sur norteamericano, en momentos en que la palabra "esclavitud" era considerada impropia. Critic@s o cineastas afronorteamerican@s, especialmente, han cuestionado los motivos y consecuencias que estas visiones de "hombres blancos privilegiados" (privileged white men) puedan tener en la sociedad actual.
La más polémica, como podría esperarse, ha sido la de Tarantino, que narra la alianza entre un cazarecompensas alemán y un esclavo que compra para que lo ayude a identificar a determinados fugitivos, relación que acaba transformándose en una parceria (amistad?) e intento conjunto de recuperar a la mujer de Django, esclavizada en una de las grandes plantaciones de Mississippi.
La mecha probablemente se encendió con la declaraciones de Spike Lee, quien en un tweet afirmó que "la esclavitud americano no fue un western spaghetti de Sergio Leone. Fue un Holocausto. Mis ancestros son esclavos. Robados de Africa."  Y en una difundida entrevista a la revista Vibe, señaló que  "no iba a ver la película", porque le parecía "una falta de respeto a sus ancestros". Aunque aclaró que esa era su opinión personal, y que no estaba hablando en representación de nadie.


En una nota ya más extensa y reflexiva,  la cineasta y crítica de cine afronorteamericana Tanya Steele cuenta que fue a ver ambas películas el mismo día, curiosa por aprender "cómo sería la esclavitud en la imaginación de los hombres blancos". Señala que, como cineasta negra, se preocupó siempre por "cuestiones de 'responsabilidad', 'quién la va a ver', 'qué impacto tendrá sobre el discurso en América', 'qué imágenes estará proyectando a nuestra juventud o el mundo', pero que, por el contrario,  los cineastas blancos no parecen tener estas preocupaciones -ya que aparentemente la carga racial parecía serles ajena. Existiría, por lo tanto, "un arte privilegiado, una cinematografía privilegiada: las películas actuales de Hollywod no parecen responsables por nada ni ante nadie".
La película Lincoln, afirma, le despertó emociones mixtas. Por un lado, la llevó a preguntarse "¿por qué pone el foco en este aspecto de la esclavitud? (aún considerando que antes hizo la película Amistad). ¿Por qué necesitan concentrarse en Lincoln o en ese momento de la historia? ¿Por qué no muestra por lo que estos hombres blancos están luchando: la experiencia del esclavo? (...) Los esclavos aparecen bien vestidos y no muestran las cicatrices de la esclavitud. Esto me pareció problemático".
Su opinión final de la pelicula, sin embargo, es positiva, ya que:
"No todos los personajes no son la misma cosa, no piensan de una sola manera. Muestra lobbies ocultos, vanidad y arrogancia. Hasta Lincoln, quien parece haber pronunciado sólo palabras que brillaban poéticamente, no aparece enteramente inmaculado. La película no es sobre el noble hombre blanco.  Es sobre hombres blancos que son llevados, pateando y gritando, hacia el futuro".



Sus apreciaciones sobre Django son algo más críticas:
"Hay momentos en la película que pueden parecer nuevos para quienes saben poco sobre la esclavitud -cosas que no se han visto previamente en la pantalla cinematográfica. Momentos cautivantes de la película, presentados de manera interesante y creativa. Comprendo la necesidad de divertir, fantasear, crear una nueva mitología a su alrededor, para distraernos de la locura que reside en el pasado de nuestra nación. Pero, si fuera fácil escapar de la esclavitud, como lo hizo Django, estaríamos en otro lugar en este momento de la historia. Si hubiera sido tan fácil salir, lo hubiéramos hecho. (...) Hay un momento en la película (que no revelaré) donde me pareció que Tarantino creía que si no fuéramos tan sumisos no estaríamos donde estamos. Django y su mujer fueron la excepción. El resto de los esclavos parece aceptar su destino, algunos con felicidad. (...) Los esclavos de Tarantino son lo contrario de los de Spielberg -no son nobles, son caricaturas.. (...) Django era el 'super-negro', el que era único, inteligente, rebelde, diferente del resto. Ninguno de los esclavos intenta ayudarlo. Era el negro especial. (...) Esto funciona bien para una cultura que no quiere reconocer las maldades del sistema de la esclavitud. Queremos creer que no fue tan mala. Que era soportable, escapable, brindaba oportunidades para los héroes. Las personas negras fueron esclavas porque no luchamos lo suficiente. Django es un personaje creado por un hombre blanco privilegiado. (..) Tarantino es el cineasta perfecto para estos times. Queremos nuestra información de manera rápida, graciosa, presentada de una manera interesante y no demasiado complicada (...) Está nuestra cultura peor por 'Django Unchained'? No creo que estemos mejor por ella. Profundizará las discusiones sobre la esclavitud? Probablemente no (...) Pero tenía todo el derecho de hacerla. Es entretenimiento. Tiene una buena banda de sonido. Tiene gente bella. Es un escapismo. Es una obra de Arte. Hemos pasado muchos años escapando (into the) hacia el héroe blanco masculino, por qué no uno negro? 'Lincoln' es pensante. 'Django Unchained' es activo. Y nosotros estamos aún afuera, viendo como otros escriben nuestra historia"


Opiniones de otros críticos norteamericanos surgen de la extensa nota que el suplemento Radar de Página 12 le dedicó en una reciente nota de tapa.

Reproduzco una parte del artículo del periodista Mario Kairuz:
"El periodista del Los Angeles Times Erin Aubry Kaplan escribió que la esclavitud “es una institución cuyos horrores no hace falta exagerar, pero Django sin cadenas hace exactamente eso, ya sea para iluminar o para entretener. Un director blanco soltando a la ligera esa palabra con N (nigger: el uso más despectivo de “negro”) en un homenaje al blaxploitation de los ’70 como Jackie Brown es una cosa, pero el mismo director convirtiendo las salvajadas de la esclavitud en pulp fiction es otra”.
Para sus detractores no parece ser suficiente argumento a favor del estilo “irresponsable”, despojado de culpa, con que Tarantino se entrega a sus temas. Quentin insiste: “Todos ‘conocemos’ intelectualmente la brutalidad e inhumanidad de la esclavitud, pero tras investigar el tema deja de ser intelectual, ya no es un mero registro histórico. Uno lo siente en los huesos; te enoja, te hace querer hacer algo. Normalmente, cuando se filma el relato de la esclavitud, salen películas históricas con H mayúscula, polvorientos manuales escolares. Yo quiero romper para siempre esa vidriera con una piedra y llevarte adentro de la historia. Quiero hacer películas que lidien con el horrible pasado de los Estados Unidos, pero hacerlas como spaghetti westerns, no como películas de Grandes Temas. Quiero hacerlas como películas de género que tratan con todo aquello con lo que Norteamérica nunca ha lidiado porque está avergonzada de ello, y que otros países no tratan porque sienten que no tienen el derecho de hacerlo”.
Hay también un componente, dice, de “catarsis cultural” en el modo de representación del cine de acción. “Creo incluso que puede ser bueno para el alma. No quiero sonar como un bruto, pero todos esos telefilms sobre el Holocausto y la esclavitud son un bodrio. Contar una película de acción en el contexto histórico de la esclavitud es otra cosa: en mi película, los que normalmente aparecen como víctimas se convierten en ganadores y vengadores. No existe hoy una gran demanda de películas que asimilen esta parte oscura de la historia por la que aún estamos pagando. Y creo que EE.UU. es uno de los pocos países que no han sido forzados por el resto del mundo a mirar sus pecados pasados completamente a la cara. Esa es la única manera de superarlos. No es como los turcos, que no reconocen la masacre armenia, mientras los armenios siguen reclamando que se lo reconozca: acá nadie quiere reconocerlos. Si hiciera mi película mil veces más violenta, seguiría sin ser tan violenta como la realidad, por lo tanto, si me piden que la atenúe, me piden que mienta, que no cuente la verdad. No hay explotación, simplemente lo podés aguantar o no lo podés aguantar. (..)


En rigor de verdad, los críticos norteamericanos de los medios más influyentes acompañaron bastante de cerca las intenciones declaradas de Tarantino. Betsy Sharky escribe en Los Angeles Times que “su particular brillo proviene de tomar una página horrible de la historia, pasarla por su propia molienda, hacer una comedia audaz, irónica y graciosa y aun así, no permitirnos ni por un momento olvidar la brutal realidad”. En The New York Times, A. O. Scott compara a Django con el Lincoln de Spielberg: “(Ambas películas) son esencialmente soluciones diferentes para un mismo problema. Uno puede imaginarse a sus respectivos héroes decidiendo con el amable humor del estereotipo racial que solía ser usado en la comedia stand-up: ‘Los hombres blancos abolimos la esclavitud así’ (aprobando una enmienda constitucional), ‘Pero los tipos negros, la destruyen así’ (vuelan en pedazos la plantación). Django es desvergonzada y autoconscientemente artificiosa, con movimientos de cámara y guiños musicales que evocan tanto los westerns alimentados a maíz de los ’50 como a su progenie alimentada a pasta de la siguiente década. Digresiva, humorística, vertiginosamente brutal y ferozmente profana. Una película problemática e importante sobre el racismo y la esclavitud”.


En The Village Voice, Scott Foundas muestra su aprecio por el “ajuste de cuentas” que emprende Tarantino sobre una hipócrita tradición narrativa de su país. “Es una coincidencia que Django sin cadenas se estrene en la misma temporada que el segundo film de Spielberg sobre la esclavitud (Lincoln, el anterior fue Amistad, hace 16 años) que no muestra las duras realidades de la vida de una plantación. Spielberg trabaja sobre una tradición honrada en el tiempo: desde El nacimiento de una nación, con sus risibles escenas de esclavos liberados violando y saqueando a las blancas sureñas, las películas han tratado durante un siglo a esta institución ‘peculiar’ mayormente con distancia; desde los felices esclavos de Lo que el viento se llevó y Canción del sur a las alegorías simiescas de King Kong y El planeta de los simios. En televisión, Raíces y La autobiografía de Miss Jane Pittman intentaron una aproximación más honesta, aunque dentro de los límites que impone la censura del buen gusto del horario central. Solo un gran film de estudio de la era moderna, el notable Mandingo de Richard Fleischer, se atrevió a encontrarse con la esclavitud en sus propios términos: una bacanal de sadismo, incesto, cruces interraciales, coronada por un final inolvidable en el que el amo blanco hierve vivo en una caldera al epónimo luchador. Escandalosamente extravagante, ferozmente inteligente, Django sin cadenas es un acto de provocación y reparación a la vez, no solo por la esclavitud sino por décadas de negros y laderos de habla canchera en Hollywood, y su blanqueo de la historia, desde ¿Sabes quién viene a cenar? a Historias cruzadas.”
En su artículo para Esquire titulado “Por qué Django sin cadenas es mejor que Lincoln”, Stephen Marche argumenta sobre la necesaria violencia de la película de Tarantino: “Si uno ve Lincoln cree que la esclavitud era un asunto de debate y política, que era una cuestión legal y que la gente blanca solo debía corregir su error de considerar a otras personas como su propiedad. Django necesita ser física: para una película sobre la época más sangrienta de la historia, a Lincoln le falta sangre. Tarantino necesita una reacción física a un crimen físico”. "

Nota de Radar completa en:

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