martes, 22 de septiembre de 2009

Graffitis y tango (y candombe ..)

Caminando por San Telmo el domingo me llamó la atención el contraste que muestran estas fotos. Habia visto otras veces las pinturas tangueras pero siempre enmarcando los negocios que venden objetos “argentinos”: artesanías (en la foto vertical) o cuadros de tango (abajo de la/s pareja/s danzante/s). Pasando de noche se puede ver cómo lo que de día es tango de noche se “vuelve” graffiti. Una forma de cultura sigue en el curso del día a la otra y se pasa de lo (supuestamente) local a lo global, en pocas horas. La imagen de las fotos evoca, también, otra serie de contrastes, además de cultura local- cultura global, Si olvidáramos (como sucede con cada vez mayor frecuencia) las (fuertes) raíces negras del tango, podríamos decir también cultura blanca-cultura negra, O si obviáramos su actual renacimiento y popularidad en diversos ámbitos sociales, cultura adulta-cultura juvenil.
La dicotomía cultura local-cultura global también se puede pensar, en términos algo menos contemporáneos –pero que aún tienen vigencia en determinados ámbitos- como cultura “nacional” – cultura “foránea”. Sería fácil quedarse con la primera impresión de que a lo “auténticamente” “nuestro” se le agrega o superpone algo “foráneo”. Ahora bien, si uno ve los objetos en venta –al menos en la tienda de cuadros- uno puede presuponer que son, más bien, for export o para turistas.
Por otro lado, el carácter fuertemente sexualizado de las imágenes tangueras dibujadas arriba de las ventanas y persianas –la mujer con mucha menos ropa de la que se usa para bailar el tango- sugiere que no están hechas principalmente para locales, sino para adecuarse a un estereotipo foráneo. Están hechas para vender productos (subrayo vender y productos) locales adaptados a criterios foráneos de exoticidad y erotismo.
El graffiti, por otro lado, está pintado sólo por el placer de hacerlo. Unicamente se verá a la noche; nadie lo compra; el artista no hace ni adapta su arte en función del comprador. Lo hace porque quiere, porque le sale. Es probable que se identifique principalmente en términos de su quehacer artístico:. “Yo soy un graffitero” -o como se diga estos dias-. Pensado en estos términos (admito, conjeturales y valorativos, pero nada más que para el desarrollo del argumento, ya que no conozco a ninguno de los involucrados) la ecuación valorativa puede invertirse. El arte local, tradicional, nacional, está hecho primordialmente en función del consumo externo; la manifestación global se hace por el valor expresivo y estético que tiene para individuos locales.
¿En términos de producción artística, cuál es la genuina?


Esta reflexión viene probablemente a colación de una pregunta similar, realizada algo antes esa misma tarde. Primero, tengo que confesar que el paseo dominical multitudinario en que se convirtió la calle Defensa me perturba un poco: me molesta la comercialización (la comodificación o mercantilización) de nuestra cultura y símbolos nacionales varios. No me llega a gustar esa feria exagerada en función del turismo, de lo que se pueda vender a los extranjeros: principalmente todo lo que tenga que ver con tango, filete, imágenes de argentinos célebres, etc. Además de, o quizás por, su propósito eminentemente comercial, me parece que generalmente son cosas bastante –voy a ser valorativo, pero franco- berretas. Me da pena ver tanto filete apresurado (debe haber algunos bien hechos también, no hice un estudio al respecto, pero gran parte de los que se ven son bastante flojos), tanto cuadrito de tango hecho para sacarle unos mangos a los paseantes. En esto nos hemos convertido: en mercachifles de nuestra argentinidad. Es lo que nos queda. Cómprennos en nuestra versión mas berreta.
En medio de esta desazón que me suele producir la feria, mientras esperaba que pasara una comparsa de candombe, miraba cómo una pareja de tangueros bailaba una milonguita para los flashes y cybershots de gringos varios y hermanos latinoamericanos ídem. No me gustó mucho lo que ví: era obvio que era para el turismo, y, al contrario de otras parejas que hay por allí, no me parecía que lo hacían muy bien. (Hoy estoy demasiado valorativo, lo reconozco). Tanto entrevistar tangueros viejos algunos criterios estéticos suyos se me pegaron. No me parecía que seguían demasiado el ritmo, su postura no era elegante –aún para una milonga- y el brazo izquierdo de él flameaba como una bandera y parecía guiar el movimiento del torso en vez de ser al revés. Tampoco transmitían esa sensación que –verdadera o falsa- logran comunicar otras parejas del baile como de disfrute supremo del aquí y ahora. Parecían pensar más en el después (de la performance) que en el ahora.


Ahí recordé las declaraciones de (algunos) vecinos de San Telmo vertidas en la reunión que habían tenido con representantes del Movimiento Afrocultural unos díás antes y en la cual habían defendido la identidad “tanguera” del barrio en contraposición a una “candombera” –representada por la avanzada de la invasión negra. (Ver las opiniones en el escrito de Viviana Parody unos días antes en este blog). Pensé que, irónicamente, el tango en el barrio estaba principalmente en función del turismo externo. Para venderse. Lo específico del tango en San Telmo (respecto de otros barrios que se podría argumentar son “más” tangueros) es que está principalmente para el consumo turístico. No únicamente quizás, pero sí principalmente.
Por el contrario, el candombe actualmente está en San Telmo porque a quienes tocan los tambores les gusta hacerlo. Nadie les paga nada, ni siquiera –en general- pasan la gorra . Lo hacen porque es lo que más les gusta y quizás, también, lo que los identifica. En un primer momento eran mayormente (afro)uruguayos, pero ahora son centenares de argentinos quienes, desde hace diez o quince años, adornan con su sangre los cueros de los tambores que pasean por Defensa y calles conexas. Como los graffiteros, aún si el último turista dejara de venir al barrio, todavía estarían allí, marchando, tocando y bailando. Se ha vuelto lo que hacen, lo que ellos son. No lo hacen para los demás ni por su dinero.
De nuevo, ¿cuál es, en estas condiciones y en este contexto, la cultura genuina?

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