Comparsa Iyákereré Lelikelen - Foto: Alejandro Frigerio
Las 12, suplemento de Página 12, viernes 23 de noviembre de 2012
El cuerpo como resistencia
Grupos de mujeres se unen para tocar y bailar candombe o
afro y se adueñan del espacio público para apoyar distintas protestas. La danza
es su modo de militancia, una forma de expresar y decir desde el baile en las
calles.
Caminan lento, avanzan a un ritmo extraviado de silencio y
acompañan los sonidos que hacen las palmas de sus manos cuando rozan los
círculos del tambor. Alrededor los cuerpos bailan, fluyen y se deslizan por los
adoquines y la tierra gastada debajo de las antiguas vías de la Plaza de los
Bomberos en La Boca. El barrio se congregó para acompañar la convocatoria
abierta de IyaKerere Lelikelen, una cuerda de candombe compuesta sólo por
mujeres, que invitó a participar con danza y música en el Día Internacional
contra la Explotación y la Trata de Personas, con el lema “Bajale la mano a la
trata”.
Las agrupaciones de tambores y danza se adueñan de las
calles para apoyar causas sociales. Se congregan en alguna esquina de la
ciudad, se cuelgan los tambores y marchan en fila para tocar y bailar siguiendo
el compás del candombe o la música afro. El espacio público se vuelve escenario
de una manifestación artística con una fuerte tradición de resistencia, que
estas nuevas formaciones recuperan para hacer visibles reclamos actuales, a
través de encuentros festivos. “Creemos que la vida es militancia. Los tambores
surgen desde las personas esclavizadas, víctimas de la trata. Era la forma de
expresarse de los esclavos, representaba la libertad y la sigue representado
desde la toma de un espacio en la calle”, dice María Navarro, una de las
integrantes de IyaKerere Lelikelen, que reunió en 2007 a un grupo de mujeres
que además de bailar quería tocar candombe. “La resistencia de las mujeres es
distinta, a nosotras estar en la calle nos genera problemas, hay denuncias y
contravenciones. Y siempre lo resolvimos sin violencia, desde la palabra”,
afirma sentada en la vereda, frente a la casa donde ensayan y se reúnen, a una
cuadra de La Bombonera, para debatir y decidir entre todas, por consenso, en
qué movilizaciones participar. IyaKerere quiere decir en yoruba, “madre
pequeña” y Lelikelen, en mapuche, “abrir los ojos”, dos nombres que unidos
reflejan ese nacimiento para hacerse ver y expresarse con el cuerpo y con el
ritmo de los tambores. Por lo general, son los hombres los que tocan y las
mujeres las que bailan, pero esta formación porteña quiso revertir esa
tradición, calzarse los tambores para salir a tocar y transformar la fuerza
masculina en una energía femenina muy personal. “Se genera otra energía desde
lo natural, por la cuestión física. Y como somos mujeres participamos en
cuestiones que tienen que ver con el género porque nos sentimos más
responsables”, agrega Laura Ruffa, otra de las integrantes de la comparsa
autogestionada.
Ponerse en movimiento
“Mujer que quiere ser, mujer que se libera saliendo de la
quietud, mujer que se estremece tocando un tambor” es la frase de presentación
de Mwanamkembe, otra cuerda de candombe también compuesta sólo por mujeres de
La Plata que participa con su música en movilizaciones. “Tenemos una
extraordinaria fuerza de transmisión respecto de lo que comunicamos. Somos un
grupo de mujeres luchadoras y creo que eso se transmite en nuestro candombe, ya
sea en el toque o en la danza. Además, en tanto mujeres seguimos siendo un
grupo minoritario y eso nos conduce a tomar más postura al respecto. La
justicia y la libertad se pueden reclamar de muchas maneras, en nuestro caso el
cuerpo es nuestra herramienta, como lo fueron para los negros en la época de la
esclavitud”, dice Gabriela Hoz, integrante activa de la comparsa compuesta por
psicólogas, biólogas, periodistas, docentes, diseñadoras, artistas, artesanas,
abogadas de entre 22 y 40 años. Cuando se juntan a tocar y bailar, sus cuerpos
se ponen al servicio de la misma causa, enfundados con calzas o babuchas de
colores. Gabriela aclara que su participación es política, pero no partidaria:
“El candombe es militancia y está cargado de ideología. Toda decisión acerca de
dónde y cuándo o en qué contexto tocar es una decisión política. Nosotras
debatimos en dónde participamos y por qué lo hacemos. Estos cuatro años de
constitución de la comparsa fueron de buscar caminos. Siempre tuvimos claro que
no queríamos vincular nuestro candombe con cuestiones partidarias, por eso no
tocamos en actos políticos ni nada por el estilo. Pero sí creo que hicimos
camino en debatir ciertas cuestiones ideológicas de fondo, como la
inclusión/exclusión”.
Los Tambores no Callan - Foto Cecilia Galera
Los tambores no callan
Antes de empezar una movilización por los derechos de los
Qom, por la legalización del aborto, en contra de la megaminería a cielo
abierto o en un nuevo aniversario de la masacre de Avellaneda, suele verse
sobre el asfalto una fogata rodeada por tambores acostados. Es un ritual que hacen
para templar el cuero de los tambores y lograr que se endurezca y adquiera más
sonoridad. Luego se los cuelgan al hombro y antes de iniciar el baile se toman
unos minutos para comentar los motivos para apoyar cada protesta. Los tambores
no callan es una construcción colectiva que se arma y desarma en cada encuentro
y que realiza convocatorias abiertas cada vez que se reúne para acompañar
alguna causa.
“Danzar es un acto de libertad, es gritar, decir y ser libre
desde el cuerpo”, explica Lorena Tapia Garzón, integrante de La Revuelta
Candombe Cimarrón, y participante habitual de las convocatorias de Los tambores
no callan. “Es para mí un modo de hacer escuchar un reclamo colectivo o una
reivindicación colectiva, pero desde la danza, porque es cuando bailo en las
calles el momento en el que más libre me siento”, agrega.
Danza que habla
Desde 2001, el grupo de danza afroamericana Oduduwa convoca
cada 24 de marzo a marchar bailando hasta la Plaza de Mayo para recordar el
aniversario del último golpe militar. El primer año fueron cuatro bailarinas y
el último pasaron el centenar. “Se genera una energía que tiene que ver con las
mujeres llegadas de diferentes lugares que intentan encontrarse con ellas
mismas. La danza relata historias y personajes, que convocan a un encuentro
diferente. Significa una nueva instancia de comunicación porque el cuerpo habla
mucho más que lo que se puede decir con palabras. El cuerpo es el que está
contando”, dice Cecilia Benavídez, una de las mujeres que inició la
convocatoria.
Los últimos años las marchas comenzaron a filmarse y las
imágenes quedarán plasmadas en el documental Piedra Libre, que incluyó una
campaña de financiamiento colectivo. Cecilia apunta que se trata de “un
proyecto colectivo que tiene vida en sí mismo. En manos de más de 100 mujeres.
Todo hecho artístico es político, construimos ciudadanía y una sociedad más
justa a través de manifestaciones estéticas. El arte y la política están
unidos, no se los puede pensar por separado”. Cecilia cree que el baile de cada
24 de marzo sirvió para apoyar la nueva etapa de los juicios a los represores
de la dictadura y que se abre un camino para generar nuevos espacios de
participación, para ella “podemos hacer mucho poniendo el cuerpo”.
Foto: Cecilia Galera
Alejandro:
ResponderEliminarComparsas integradas sólo por mujeres ¿no es discriminación inversa? (Comparsas sólo de negros, comparsas sólo de blancos, comparsas sólo de varones, comparsas sólo de uruguayos, comparsas sólo de porteños).
(Seguro que sos KW) :) No es una pregunta fácil de responder, y como viajo mañana a la noche -y como siempre tengo una conferencia que terminar antes de irme- va una respuesta (más) corta.
ResponderEliminarDe manera general, hay que partir del supuesto -creo que correcto- de que a la discriminación sólo se la empieza a combatir con acciones afirmativas -o discriminaciones positivas, al menos en un primer momento como una única manera de que "un empujón" a favor comience a compensar muuuchos años de "empujones" en contra. Como díficilmente se puedan eliminar en un principio las variables que coadyuvan a -o estructuran- la discriminación, entonces la fuerza o los beneficios extra son absolutamente necesarios en un principio.
Para el caso de las comparsas femeninas, pensemos que dado el machismo imperante en las comparsas comunes -donde la mujer díficilmente tocó el tambor sino que bailó- cuando las mujeres empiezan a tocar siempre quedan relegadas a posiciones muy subordinadas. Con argumentos naturalizantes que pueden ir desde la falta de aguante, a falta de fuerza o insuficiente conocimiento de la técnica. Por ello, creo, la única manera de tener el control de un proyecto (percusivo, de comparsa) es armando una propia, donde son mujeres las que planean todo y hasta adaptan el ritmo a sus posibilidades y/o preferencias. O sea, la única manera de dejar de tener un rol subordinado es hacer una comparsa propia. Los varones hacen ésto todo el tiempo -por eso siempre se fundan nuevas comparsas. Como hay muchas otras comparsas que haya algunas "de mujeres" no impide que los hombres toquen en otras y por lo tanto no habría discriminación. Sobre otras variables ("raza", nacionalidad, etc.), bueno, ya hubo ejemplos históricos y por motivos diversos y con consecuencias diversas. Un muy buen ejemplo es Ilê Aiyê. Otro día la seguimos... :)