Orula tenía tres hijos a los que había enseñado con paciencia.
Pero los muchachos resultaron ser soberbios y querían saber más que el padre.
Elegguá, enterado de todo, preparó la manera de encontrarse ellos.
–Elegguá, ¿qué llevas ahí?– preguntó el mayor, que fue el primero en verlo e intrigarse por una cazuela que llevaba el dueño de los caminos debajo del brazo.
–Esta cazuela que yo he preparado hace milagros –repuso Elegguá.
El pequeño e inquieto Elegguá les explicó cómo con aquella cazuela ellos podrían cortarse la cabeza, tirarla para el aire y luego caería en el mismo sitio.
–Con esto sí que podemos dejar al viejo atrás– dijo uno de los hermanos.
Después de varios arreglos, le compraron el artefacto a su dueño y partieron raudos a casa del padre para demostrarle su poder.
Elegguá, que los siguió discretamente, se escondió en la copa de árbol muy próximo a la casa de Orula.
Los hermanos salieron para mostrarle al padre de lo que eran capaces.
El primero de ellos se cortó la cabeza y la tiró al aire, pero Elegguá la cogió desde su escondite y el cuerpo cayó inerte.
El segundo en edad, al ver el fracaso de su hermano afirmó:–Ese no supo hacerlo.
Ahora usted verá cómo se hace.
Y le sucedió lo mismo.
El más pequeño de los tres, en su ceguera por querer ser más poderoso, aseguró que sus hermanos eran unos ignorantes y que él sí sabía hacerlo.
Su cabeza también fue a dar a manos de Elegguá.
Los tres murieron en el intento de ser más sabios que aquel que los había enseñado.
Por eso se dice que la oreja no puede sobrepasar la cabeza.
Fuente del dibujo y del patakí: http://patakiyoruba.blogspot.com
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