En febrero se produjo un debate en el blog a raíz de una nota sobre el candombe porteño aparecida en la edición online de La Nación.
Agregamos una nueva opinión. Las anteriores se pueden leer en
Comentario de Natalia Storino (estudiante de Letras Modernas de la U. N. de Córdoba)
A pasos del bicentenario de lo que vino a constituirse en el punto de partida de nuestra nación, es interesante advertir la vitalidad del debate en torno a los sujetos y prácticas culturales que constituirían, o no, una identidad nacional (y/o regional).
Básicamente, lo que Cirio y Fernández Bravo discuten, a mi entender, es la identidad que debe darse al candombe que es practicado en Buenos Aires por una comunidad de sujetos afrodescendientes. ¿Candombe a secas? ¿Candombe rioplatense? ¿Candombe afroargentino, afroporteño?
Considero que no habría un nombre “dado” de antemano, un “a priori” ontológico que implicaría una única nominación. Sin embargo, en cada palabra acarreamos una visión de mundo, valores y criterios con que construir nuestros imaginarios regionales, nacionales, continentales, así como la idea de lo que somos, de lo que consideramos “el Otro”, de nuestras memorias y devenir.
La posición de Cirio, la de los sujetos con que trabaja, conlleva la búsqueda por el reconocimiento de los mismos (con sus manifestaciones culturales) como “afros” y como “argentinos”. Un par de reflexiones: sus prácticas ¿son resultado de condiciones y experiencias vitales desarrolladas históricamente en este suelo? ¿Se practicaba este candombe antes de haber una “nación Argentina”? ¿Se continuó practicando a lo largo de procesos, reproduciéndose, resistiendo, cambiando? Hoy ¿reconocemos la existencia de un candombe que encuentra su memoria en el pasado colonial, pero que es una realidad aún viva? Las naciones ¿no arraigan sus memorias también en hechos que le preceden a su existencia propiamente dicha?
La de Fernández Bravo, a mi entender, concibe a estos sujetos y su candombe en el marco de un imaginario más bien regional. Uno de los argumentos es que habrían surgido antes que los Estados Argentino / Uruguayo, y al margen de políticas que querían acallar sus tambores. Además, su posición busca evitar la fragmentación que llevaría a rivalidades. Cuestiona, de este modo, la pretensión de “nacionalizar” el candombe (y los sujetos “afros”). Algunos interrogantes: ¿Se nacionaliza la cueca al salir de Perú y se especifica que es “cueca chilena”? ¿Se aclara que se trata de “capoeira angola” o “capoeira regional”? ¿Cuáles serían las consecuencias al nombrar al candombe practicado por sujetos “afro(argentinos)” de un modo que le de entidad territorial (“de acá”)?. ¿Porqué no historizar señalando que tales sujetos y sus prácticas tendrían una identidad que se arraiga en la memoria del pasado esclavista-colonial en este suelo?
Brevemente mi visión. Me parece que es importante considerar con qué imaginario estamos discutiendo. En este caso me estoy refiriendo a las “ficciones fundacionales” de nuestra argentinidad blanca y europea (Solomianski, Identidades secretas…). Frente a eso creo positivo “nacionalizar” el candombe y los sujetos de tales prácticas en la medida en que se busque desmontar tal ficción (fraguada con “nuestros padres de mayo” y generaciones posteriores), comprometiéndonos con lo que habita este suelo y su historia, develando el dibujo de nuestra negritud argentina.
Mi aporte no quiere ser el de una respuesta definitiva a este “ptroblema” en torno a las identidades “afro” y “afroargentinas”, sino el de un grano a la reflexión. Me pregunto: ¿Qué incluimos y qué dejamos fuera a la hora de pensarnos como Nación? ¿Qué sucede con los sujetos culturales que, además de encontrarse en el espacio de este territorio (compartir códigos e historias comunes que los hace “argentinos”) comparten una serie de características que los haría “diversos” y miembros de otras diásporas? ¿En qué tradición nos inscribimos, y desde qué punto de vista, a la hora de “nombrar” al “Otro”? ¿Qué pasa si dejamos que se escuche su propia voz, su autoadscripción identitaria?
A pasos del bicentenario de lo que vino a constituirse en el punto de partida de nuestra nación, es interesante advertir la vitalidad del debate en torno a los sujetos y prácticas culturales que constituirían, o no, una identidad nacional (y/o regional).
Básicamente, lo que Cirio y Fernández Bravo discuten, a mi entender, es la identidad que debe darse al candombe que es practicado en Buenos Aires por una comunidad de sujetos afrodescendientes. ¿Candombe a secas? ¿Candombe rioplatense? ¿Candombe afroargentino, afroporteño?
Considero que no habría un nombre “dado” de antemano, un “a priori” ontológico que implicaría una única nominación. Sin embargo, en cada palabra acarreamos una visión de mundo, valores y criterios con que construir nuestros imaginarios regionales, nacionales, continentales, así como la idea de lo que somos, de lo que consideramos “el Otro”, de nuestras memorias y devenir.
La posición de Cirio, la de los sujetos con que trabaja, conlleva la búsqueda por el reconocimiento de los mismos (con sus manifestaciones culturales) como “afros” y como “argentinos”. Un par de reflexiones: sus prácticas ¿son resultado de condiciones y experiencias vitales desarrolladas históricamente en este suelo? ¿Se practicaba este candombe antes de haber una “nación Argentina”? ¿Se continuó practicando a lo largo de procesos, reproduciéndose, resistiendo, cambiando? Hoy ¿reconocemos la existencia de un candombe que encuentra su memoria en el pasado colonial, pero que es una realidad aún viva? Las naciones ¿no arraigan sus memorias también en hechos que le preceden a su existencia propiamente dicha?
La de Fernández Bravo, a mi entender, concibe a estos sujetos y su candombe en el marco de un imaginario más bien regional. Uno de los argumentos es que habrían surgido antes que los Estados Argentino / Uruguayo, y al margen de políticas que querían acallar sus tambores. Además, su posición busca evitar la fragmentación que llevaría a rivalidades. Cuestiona, de este modo, la pretensión de “nacionalizar” el candombe (y los sujetos “afros”). Algunos interrogantes: ¿Se nacionaliza la cueca al salir de Perú y se especifica que es “cueca chilena”? ¿Se aclara que se trata de “capoeira angola” o “capoeira regional”? ¿Cuáles serían las consecuencias al nombrar al candombe practicado por sujetos “afro(argentinos)” de un modo que le de entidad territorial (“de acá”)?. ¿Porqué no historizar señalando que tales sujetos y sus prácticas tendrían una identidad que se arraiga en la memoria del pasado esclavista-colonial en este suelo?
Brevemente mi visión. Me parece que es importante considerar con qué imaginario estamos discutiendo. En este caso me estoy refiriendo a las “ficciones fundacionales” de nuestra argentinidad blanca y europea (Solomianski, Identidades secretas…). Frente a eso creo positivo “nacionalizar” el candombe y los sujetos de tales prácticas en la medida en que se busque desmontar tal ficción (fraguada con “nuestros padres de mayo” y generaciones posteriores), comprometiéndonos con lo que habita este suelo y su historia, develando el dibujo de nuestra negritud argentina.
Mi aporte no quiere ser el de una respuesta definitiva a este “ptroblema” en torno a las identidades “afro” y “afroargentinas”, sino el de un grano a la reflexión. Me pregunto: ¿Qué incluimos y qué dejamos fuera a la hora de pensarnos como Nación? ¿Qué sucede con los sujetos culturales que, además de encontrarse en el espacio de este territorio (compartir códigos e historias comunes que los hace “argentinos”) comparten una serie de características que los haría “diversos” y miembros de otras diásporas? ¿En qué tradición nos inscribimos, y desde qué punto de vista, a la hora de “nombrar” al “Otro”? ¿Qué pasa si dejamos que se escuche su propia voz, su autoadscripción identitaria?
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