Por Nicolás Fernández Bravo (texto y fotos)
Hasta donde mis registros tienen alcance, y posiblemente
esté equivocado, no hay en la ciudad de Rosario organizaciones de
afrodescendientes y mucho menos de afroargentinos. Apenas si guardo en mi
pequeño archivo portátil, el recuerdo de mi amigo Black Doh, un refugiado
guineano cuya llegada a Rosario como polizón en un buque transatlántico fuera
brillantemente documentada por el cineasta Rubén Plataneo en el film “El Gran
Rio”. Sí existen conocidas instituciones en la provincia, como es el caso de la
Casa Indo Afro Americana de la ciudad de Santa Fé, liderada por Lucía Molina.
Sin embargo, es en Rosario donde la Fundación Litoral decidió montar una
espectacular muestra sobre la esclavitud, con la colaboración del Museo
Internacional de la Esclavitud de Liverpool, para problematizar también las
formas contemporáneas del llamado “trabajo esclavo”.
La representación museológica de un tema como la
esclavitud es ciertamente difícil. Que una Fundación privada haya tomado la
iniciativa es un aspecto que merece una discusión madura, toda vez que las
iniciativas públicas de distinto orden han dado mas bien muestras de su
perfectibilidad. Según mi propia valoración, la exhibición, presenta un enfoque
respetuoso, sin golpes bajos o amarillismos innecesarios. Hay información clara
sobre lo que fue la esclavitud y el proceso abolicionista en la Argentina – que
en modo alguno supuso un quiebre radical con la libertad de vientres de 1813.
Se exhiben cuidadosamente además, 7 documentos (resoluciones, actas de compra
venta, disputas judiciales) que tienen por protagonistas a personas
esclavizadas en las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Uno de los desafíos que se propuso la exhibición, para lo
cual fui invitado a hablar, fue el de establecer relaciones entre el pasado y
el presente, con lo cual la muestra se completa con un conjunto de testimonios
que dan cuenta de las formas en las que el mercado de trabajo continúa, en la
actualidad, operando con criterios de selección étnico-racial. Si bien la
discusión sobre la misma categoría “trabajo esclavo” sigue presentando
resistencias, por lo menos permite nombrar cómo las jerarquías pigmentocráticas
coloniales no han sido completamente desmontas en las relaciones laborales. Por
el contrario: el trabajo rural a destajo, el trabajo hacinado en talleres
textiles clandestinos, la industria de la construcción sin mínimos cánones de
seguridad y el trabajo doméstico “de pago arbitrario pero trato cariñoso”, son
apenas algunos de los ámbitos en donde la trata de personas con fines de explotación
laboral (tipificada penalmente como delito), presenta mayores índices. Siete
mil casos, la punta del iceberg, llegaron a instancias judiciales. Y no son
precisamente “eurodescendientes” quienes ocupaban mayormente esos puestos de
trabajo.
Una ligera mirada a la fisonomía del público asistente el
día de la inauguración, da la pauta del perfil de los que pueden asistir a este
tipo de ágapes en lugares como el coqueto Palacio Fuentes. No es un dato menor,
siendo que la lógica de acumulación del capital probablemente los interpele
directamente a ellos. Entonces, acaso el recorte de la audiencia no haya sido
errado: en el mundo actual, se ha vuelto un poco adormecedor convencer a los
convencidos, como me hacía saber recientemente una afroargentina cuyo testimonio
es parte de la exhibición.
Creo que vale la pena hacer el esfuerzo de ir a Rosario a
verla.