lunes, 24 de febrero de 2014

Gabino Ezeiza -según Clarín


Diario Clarín, 24 de febrero de 2014
El payador que 150 años después sigue dando que hablar
Por Eduardo Parise
Gabino Ezeiza nació en 1858 y de la mano de la improvisación y la guitarra hizo historia. En su honor existe en el país el Día del payador.

Algunos historiadores fijan su fecha de nacimiento el 3 de febrero de 1858. Otros, el 19 de febrero de ese mismo año. De lo que no hay duda es que Gabino Jacinto Ezeiza, nació en una modesta casa de Chacabuco al 200, en el barrio de Monserrat, por lo que era bien de esta Ciudad que después lo iba a convertir en un ídolo. Ahora, más de un siglo y medio después, su imagen de cantor popular sigue intacta aunque su nombre no le diga mucho a las nuevas generaciones.
Gabino era hijo de Joaquín Ezeiza y de Joaquina García. Lo curioso era que siendo de raza negra tuviera ese apellido europeo. La explicación no tiene misterios: su padre había servido a la familia Ezeiza y, como muchos herederos de viejos esclavos, lo había incorporado a su identidad. El primer vasco con ese apellido que llegó a estas tierras fue Jerónimo Antonio de Ezeyza Urrutume e Irazábal Pagola, un hombre nacido en Albistur, provincia de Guipuzcoa. Fue entre 1740 y 1770. Y seguramente alguno de sus descendientes fue quien contó al papá de Gabino como sirviente.
Lo cierto es que desde muy chico, el negrito Gabino se entreveró en las pulperías de su barrio y de San Telmo. Huérfano desde pequeño (su padre, como tantos de su raza, murió en 1867 en la guerra con Paraguay; su mamá había muerto un par de años antes), en esas pulperías conoció a Pancho Luna, un pardo anciano quien le enseñó los rudimentos de la guitarra.
Después de haber pasado por publicaciones de su comunidad (firmaba con el seudónimo de “Liberato” y hasta fue director literario del semanario La Juventud) Gabino Ezeiza optó por dedicarse al canto en forma permanente. Tenía poco más de 20 años, vivía en San Telmo y, aunque figuraba como de profesión jornalero, ya se perfilaba como payador. Su calidad de orador, capaz de improvisaciones impactantes, hacía que la gente lo siguiera en cada presentación.
Desde 1880 en adelante, su fama de gran improvisador y filoso contrincante en los contrapuntos, lo llevarían a la mayor popularidad. Sus enfrentamientos verbales con Nemesio Trejo, Pablo José Vázquez o Pedro Vázquez (dicen que lo enfrentó dos veces y en ambas Gabino fue derrotado) lo hacían figura. Pero para los historiadores, el mayor logro de Ezeiza fue cuando en esos choques de palabras venció a Juan de Nava, un payador uruguayo, a quien enfrentó en Montevideo. Fue el 23 de julio de 1884, en una cancha de pelota de la calle San José, entre Quareim e Ibicuy. Cuentan que más 300 personas se agolparon para ver esa tenida, consagratoria para Gabino. Por ese hecho, en la Argentina, se considera al 23 de julio como “El Día del Payador”.
Además, de sus muchas visitas a Uruguay quedaría aquel famoso saludo a Paysandú ( “Heroico Paysandú, yo te saludo / hermano de la patria en que nací / tus hechos y tus glorias esplendentes / se cantan en mi patria como aquí” ). Y también se haría leyenda su militancia política, primero en las huestes de Leandro Alem (Gabino participó en algunos enfrentamientos de la Revolución del 90 y hasta terminó preso) y después con Hipólito Yrigoyen. Curiosamente, Ezeiza murió a los 58 años en su casa del barrio de Flores el 12 de octubre de 1916, el mismo día en que Yrigoyen asumía su primera presidencia. Como herencia, quedarían diez hijos de su matrimonio con Petrona Peñaloza, al parecer bisnieta del “Chacho”.
Su fama de guitarrero payador y cantor siempre dijo presente en conocidos boliches de la Ciudad. Así lo vieron por ejemplo en el Café Oviedo, de Mataderos, o en el Café de los Angelitos, en Rivadavia y Rincón, donde cuentan que compartía mesa con Carlos Gardel y José Razzano. También grabó algunos discos con acompañamiento al piano de Manuel Campoamor. Este hombre está considerado entre los pioneros del tango. Y tal vez su obra más conocida sea el tango “La C…ara de la L…una”, dedicado a chicas que trabajaban en prostíbulos. Pero esa es otra historia.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Cuando El Negro mató a Martín Fierro (2) - versión de Alberto Breccia del cuento de Borges


En la entrada anterior reproduje el cuento "El Fin", de Jorge Luis Borges (del libro Ficciones, 1944). Ahora, la versión dibujada por Alberto Breccia









lunes, 17 de febrero de 2014

Cuando El Negro mató a Martín Fierro -según Jorge Luis Borges..

(dibujo: Alberto Breccia)

          El Fin (Jorge Luis Borges -Ficciones, 1944)

         Recabarren, tendido, entreabrió los ojos y vio el oblicuo cielo raso de junco. De la otra pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y desataba infinitamente…
         Recobró poco a poco la realidad, las cosas cotidianas que ya no cambiaría nunca por otras. Miró sin lástima su gran cuerpo inútil, el poncho de lana ordinaria que le envolvía las piernas. Afuera, más allá de los barrotes de la ventana, se dilataban la llanura y la tarde; había dormido, pero aun quedaba mucha luz en el cielo. Con el brazo izquierdo tanteó dar con un cencerro de bronce que había al pie del catre. Una o dos veces lo agitó; del otro lado de la puerta seguían llegándole los modestos acordes. El ejecutor era un negro que había aparecido una noche con pretensiones de cantor y que había desafiado a otro forastero a una larga payada de contrapunto. Vencido, seguía frecuentando la pulpería, como a la espera de alguien. Se pasaba las horas con la guitarra, pero no había vuelto a cantar; acaso la derrota lo había amargado. La gente ya se había acostumbrado a ese hombre inofensivo. Recabarren, patrón de la pulpería, no olvidaría ese contrapunto; al día siguiente, al acomodar unos tercio de yerba, se le había muerto bruscamente el lado derecho y había perdido el habla. A fuerza de apiadarnos de las desdichas de los héroes de la novelas concluímos apiadándonos con exceso de las desdichas propias; no así el sufrido Recabarren, que aceptó la parálisis como antes había aceptado el rigor y las soledades de América. Habituado a vivir en el presente, como los animales, ahora miraba el cielo y pensaba que el cerco rojo de la luna era señal de lluvia.

(dibujo: Alberto Breccia)

         Un chico de rasgos aindiados (hijo suyo, tal vez) entreabrió la puerta. Recabarren le preguntó con los ojos si había algún parroquiano. El chico, taciturno, le dijo por señas que no; el negro no cantaba. El hombre postrado se quedó solo; su mano izquierda jugó un rato con el cencerro, como si ejerciera un poder.
         La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta, como vista en un sueño. Un punto se agitó en el horizonte y creció hasta ser un jinete, que venía, o parecía venir, a la casa. Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la cara del hombre, que, por fin, sujetó el galope y vino acercándose al trotecito. A unas doscientas varas dobló. Recabarren no lo vio más, pero lo oyó chistar, apearse, atar el caballo al palenque y entrar con paso firme en la pulpería.
         Sin alzar los ojos del instrumento, donde parecía buscar algo, el negro dijo con dulzura:
         —Ya sabía yo, señor, que podía contar con usted.
         El otro, con voz áspera, replicó:
         —Y yo con vos, moreno. Una porción de días te hice esperar, pero aquí he venido.
         Hubo un silencio. Al fin, el negro respondió:
         —Me estoy acostumbrando a esperar. He esperado siete años.
         El otro explicó sin apuro:
         —Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos.
         Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas.
         —Ya me hice cargo —dijo el negro—. Espero que los dejó con salud.
         El forastero, que se había sentado en el mostrador, se rió de buena gana. Pidió una caña y la paladeó sin concluirla.
         —Les di buenos consejos —declaró—, que nunca están de más y no cuestan nada. Les dije, entre otras cosas, que el hombre no debe derramar la sangre del hombre.
         Un lento acorde precedió la respuesta de negro:
         —Hizo bien. Así no se parecerán a nosotros.
         —Por lo menos a mí —dijo el forastero y añadió como si pensara en voz alta—: Mi destino ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano.
         El negro, como si no lo oyera, observó:
         —Con el otoño se van acortando los días.
         —Con la luz que queda me basta —replicó el otro, poniéndose de pie.
         Se cuadró ante el negro y le dijo como cansado:
         —Dejá en paz la guitarra, que hoy te espera otra clase de contrapunto.
         Los dos se encaminaron a la puerta. El negro, al salir, murmuró:
         —Tal vez en éste me vaya tan mal como en el primero.

(dibujo: Alberto Breccia)

         El otro contestó con seriedad:
         —En el primero no te fue mal. Lo que pasó es que andabas ganoso de llegar al segundo.
         Se alejaron un trecho de las casas, caminando a la par. Un lugar de la llanura era igual a otro y la luna resplandecía. De pronto se miraron, se detuvieron y el forastero se quitó las espuelas. Ya estaban con el poncho en el antebrazo, cuando el negro dijo:
         —Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga todo su coraje y toda su maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando mató a mi hermano.
         Acaso por primera vez en su diálogo, Martín Fierro oyó el odio. Su sangre lo sintió como un acicate. Se entreveraron y el acero filoso rayó y marcó la cara del negro.
         Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música… Desde su catre, Recabarren vio el fin. Una embestida y el negro reculó, perdió pie, amagó un hachazo a la cara y se tendió en una puñalada profunda, que penetró en el vientre. Después vino otra que el pulpero no alcanzó a precisar y Fierro no se levantó. Inmóvil, el negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.

jueves, 13 de febrero de 2014

Los peligros de ser africano en Buenos Aires


Estremecedora crónica de Lucía Cámpora acerca de los abusos de la Policía Metropolitana contra inmigrantes senegaleses:

"Nar, Thierno y Macoeou comparten habitación en un conventillo de Balvanera. (...) La semana pasada, la Policía Metropolitana les secuestró la mercadería en el marco de un allanamiento, realizado en la madrugada y a la fuerza. Entraron a todas las habitaciones del edificio, maniataron a menores y desnudaron a mujeres. A los senegaleses los obligaron a firmar -a punta de pistola- documentos que no entendían porque no hablan español. La Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires denunció por los hechos a la fuerza de seguridad y a funcionarios del gobierno porteño.".. 


Agradezco a Maricel Martino

miércoles, 12 de febrero de 2014

Documentos sobre la esclavitud en Argentina (AGN)

En su página de facebook, el Archivo General de la Nación viene reproduciendo y divulgando parte de su valiosísimo patrimonio. En los últimos días, mostraron algunos documentos respecto de la esclavitud que aquí reproduzco:


Decreto de la Asamblea General Constituyente del Año XIII que limita el decreto del 4 de febrero de 1813 sobre la libertad de esclavos, 21 de enero de 1814.

Documentos escritos. Sala X 23-5-3.

Transcripción:
La Asamblea General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata en sesión de este día ha expedido el decreto siguiente
El decreto expedido por la Asamblea General Constituyente en 4 de febrero del año pasado de 1813, en que declara libres a todos los esclavos que de cualquier modo se introduzcan desde dicho día de países extranjeros por solo el hecho de pisar el territorio de las Provincias Unidas, se deberá entender para con aquellos que sean introducidos por vía de comercio o venta contra las disposiciones anteriores prohibitivas de dicho tráfico, y de ningún modo para con los que hubiesen transfugado, o tránsfuga sen de los otros países, ni los que introducidos en estas Prov. por los viajantes extranjeros en calidad de sirvientes, se conserven en su propio dominio y servidumbre que no podrán pasar al de otro por enajenación, o de otro modo alguno, sobre cuyo particular se encarga al S. P. E. la mas estrecha vigilancia para que de ningún modo sea eludido el presente decreto en esta parte” .
Lo tendrá así entendido el Supremo Poder Ejecutivo para su debida observancia y cumplimiento. Buenos Aires 21 de Enero de 1814.
Valentín Gomez
Presidente
Hipólito Vieytes
Secretario



Permiso al Conde de Liniers para introducir los negros que quiera y también las producciónes de Naturales de África. Madrid, 1793. 

Documentos escritos. Fondo Biblioteca Nacional. Legajo 215.

Transcripción:

Permiso al Conde de Liniers para introducir los negros que quiera, y también las producciones naturales de África.

Excelentísimo Señor. El Conde de Liniers ha recurrido al Rey, solicitando que el permiso que se le concedió para introducir dos mil negros de las costas de África en ese Virreinato, se le amplíe a cuatro mil, y que igualmente se le permita traer a bordo de las embarcaciones negreras las producciones naturales del África, como gomas, marfil, especias, ébano, (vapor) y cristal de roca. En su vista se ha dignado S. M. resolver que mediante a estar habitando Montevideo para el comercio libre de negros, introduzca Liniers los que tenga por conveniente, concediéndole el permiso que solicita para introducir las producciones naturales del África, pero pagando los mismos derechos que adeudan estos artículos a su introducción en esta península. Lo que de su Real Orden participo a V.E. para su inteligencia y cumplimiento. Dios guarde a V.E. muchos años. Madrid y enero 3 de 1793. Gardoqui. Señor Virrey de Buenos Aires.



Concesión a Matías López Arraya -comerciante portugués-para conducir 600 negros al puerto de Buenos Aires, 1784. Firmado por José Galvez Titular de la Secretaría de Indias. 

Documentos escritos. Biblioteca Nacional. Legajo 215. 

Transcripción:
Concesión a López Arraya para conducir negros a Buenos Aires según las condiciones que se previenen.

El Rey se ha servido conceder permiso a Matías López Arraya natural del Reino de Portugal para conducir a ese puerto seiscientos negros bozales bajo las condiciones siguientes: Ha de pagar todos los derechos establecidos. No podrá llevar efectos comerciables; y víveres únicamente los precisos para el viaje, pena de comiso. A la llegada de la embarcación se pondrá a su bordo el resguardo, que sea necesario para evitar fraudes; celando con la mayor vigilancia sobre este particular. Lo participo a V.S. de orden del Rey para su inteligencia y cumplimiento. Dios guarde a V.S. muchos años. San Lorenzo, diez de noviembre de mil setecientos ochenta y cuatro. José Gálvez.
Señor Intendente de Buenos Aires

lunes, 10 de febrero de 2014

miércoles, 5 de febrero de 2014

Mazamorrero afroargentino (1900)


Una de las imágenes más conocidas de los afroargentinos de la época:

"Juan José de Urquiza, mazamorrero y sirviente de la familia Urquiza, combatió en la batalla de Caseros.
Foto año 1900.
Documento Fotográfico. Inventario 94059"


Fuente: Facebook del Archivo General de la Nación