Los muchos que estuvimos allí, capoeiristas o no; angoleros o no, sabemos que fue alucinante. Como el buen vino, el Mestre Cobra Mansa mejora con los años y a su deslumbrante –y permanente- técnica angolera le suma dosis cada vez mayores de sabiduría y experiencia histórica. Pocos -muy pocos- fueron como él testigos y protagonistas privilegiados del renacimiento angolero en la década de 1980. En su paso por Buenos Aires desparramó simpatía, calidez humana, paciencia de santo ante las mil preguntas que todos le hacían en cualquier momento y lugar, así como para los pedidos de fotografiarse con él. Capoeristas hay cada vez más. Mestres, con los quilates que él demostró poseer, muy pocos.
En la charla pública que tuve el privilegio de incentivar y compartir con él, desparramó sapiencia, experiencia, detalles y reflexiones de la historia, el propósito y la situación actual de la capoeira angola. Nos fuimos porque nos cerraban el espacio, pero la seguimos –unas cuarenta personas que lo seguíamos como al flautista de Hamelin- en la plaza del obelisco por un buen rato más. La roda del domingo fue increíble, el tipo jogó dos horas y media seguidas, con absolutamente todos. Principiantes, intermedios, mestres. En momentos picantes o relajados del jogo, la mejor onda. Un viaje en puerta me impide dar más detalles. Se Deus quiser , la seguimos a la vuelta.
Fotos: Alejandro Frigerio
Fotos: Alejandro Frigerio