martes, 1 de julio de 2008

"1810: La Revolución de Mayo vivida por los negros"

El redescubrimiento de los afroargentinos, que hasta el momento abarcaba a los académicos, los medios y el INADI –también podríamos incluir al BID, al Banco Mundial, al otrora INDEC- llega ahora a la literatura. Washington Cucurto, que edificó su carrera sobre lo considerado “negro” socialmente (la cumbia, los inmigrantes, el curanderismo, los “negros cabeza”) y que, antes de D’Elia, lo ligó a lo negro fenotípico (ver los avisos de sus libros) ahora se dedica a contar la historia nacional desde el punto de vista de los “negros negros”.

(folleto de propaganda del libro El Curandero del Amor)
Tengo sentimientos muy encontrados respecto de Cucurto: por un lado, me parece necesario su rescate de un universo social que compone una parte importante de nuestra ciudad, y que siempre invisibilizamos o marginalizamos. Un universo social que quizás desde Jorge Asís nadie retrataba con una cierta densidad descriptiva (recuerdo “La calle de los canguros muertos”, creo que se llamaba el libro). Ojo, no soy un crítico literario, no tengo tiempo para leer ”literatura” -y cada vez menos para leer artículos o libros “académicos”- pero los pocos libros actuales que leí sobre la vida de los sectores populares (“pobres”, “villeros”) me parecieron artificiosos y superficiales. Con la excepción de Cristian Alarcón, el autor de “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia” a quien le sobra etnografía pero le puede faltar un poco(ito) de literatura.

Volviendo a Cucurto: me parece interesante su rescate de una temática y de una óptica marginalizadas. Me parece mucho más interesante, sin embargo, su fenotipo: es absolutamente meritorio que un tipo con esa cara (seamos neutros, con ese fenotipo) esté publicando en Emecé. Logró dejar de ser repositor en un supermercado y convertirse en escritor, y en uno exitoso, además. Las personas con ese fenotipo están, en nuestra sociedad, condenados a ser pobres, o ascender socialmente sólo mediante el fútbol , el boxeo, quizás la cumbia.
Como D’Elia, Santiago Vega (el nombre verdadero de Cucurto) sabe, por tener esa cara, que detrás de la categoría “negro” (cabeza, villero) por más que juremos o perjuremos que sólo hay un preconcepto de clase también se oculta un preconcepto racial. La ciudad y la Argentina, están (estamos) efectivamente dividida entre blancos y negros. No digo que sea la única división, o la más importante, pero sin duda tiene mucha más relevancia de la que usualmente le asignamos (que es ninguna).
Pero no me gusta mucho lo que escribe Cucurto. Su óptica “desde abajo” me parece terriblemente “desde arriba”, la confirmación de todos los estereotipos que los de arriba tienen de los de abajo. Parece a veces cumplir la función de los negros que se pintaban de negros para cantar las cosas que los blancos cantaban sobre los negros. O sea, la confirmación nativa del estereotipo de los sectores dominantes.
No leí su obra lo suficiente, ni con la debida atención como para emitir un juicio categórico (aún cuando éste lo parezca). Sólo me parece interesante llamar la atención hacia su obra, y este libro en particular. Después que cada uno juzgue por sí mismo…… (frase repetida en este blog ....). Para ello, van trechos de su último libro…..

(folleto de propaganda del libro El curandero del amor)
1810: La revolución de Mayo vivida por los negros

Contratapa del libro

"Esta es la historia de una revolución inexistente. ¿Y cómo contar un hecho que nunca existió si no es inventándolo o tergiversándolo todo? ¡La historia la puede escribir cualquiera!"
La literatura es una forma de conocimiento, y hay ficciones que cargan más verdad que el relato verídico de los hechos. 1810 es un fantástico ejercicio de imaginación histórica. Sólo la pluma agitada de Washington Cucurto podía reconstruir los hechos de la Revolución de Mayo tal como los sintieron y los vivieron los negros y los miembros de las clases sociales sumergidas.
Con golpes de boxeador desesperado, atizado por la realidad delirante que reina en América latina, Cucurto labra una picaresca social afroamericana, el lado oscuro de una aventura en la Buenos Aires colonial emprendida por hombres atolondrados y advenedizos a los que hoy llamamos próceres.
En 1810, en la aldea junto al Plata, no reina la calma: un general, José de San Martín, pansexual, contrabandista y fumanchero, es el protagonista de esta historia, junto a miles de descendientes del Africa a quienes libera en Buenos Aires para desencadenar una orgía sexual, social y política que dejará todo patas para arriba.

Fragmentos del libro

Querido General San Martín,
200 años después te escribo encerrado en una pieza del barrio de Constitución, te escribo como si fueras un hermano que no conozco. Te escribo desde mi condición de escritor cumbiantero contemporáneo que no acepta la historia como se la contaron otros. Desde mi corazón de admirador y enamorado tuyo, ahora que te descubrí 200 años después, desde un rincón del Río de la Plata que supo ser terreno de todas tus hazañas y amoríos tales. Hoy sos “el faro, el guía, el Libertador y prócer de América”, en los libros de historia y en la boca de los políticos revolucionarios de izquierda.
Yo te quiero como el hombre sencillo que fuiste y que ocultó su imagen de luchador de grandes gestas. Te quiero, como un muchacho porteño más, que bardeó todo lo que pudo, que “políticamente fue el más incorrecto y romántico de los héroes de la América mestiza”. Poco me importa tu cruce de la Cordillera (hoy es un trámite intrascendente y lo hago en dos horas por Lan Chile) o tu encuentro en Guayaquil con ese otro maricón como sos vos y como lo seré siempre yo, ni un pelo me mueve.
Me mueven, me sensorizan tus aventuras con negras y negros esclavos del África, con mujeres casadas; que te hayas atrevido a liberar 1600 esclavos en medio del Océano y en las narices del Rey de la Corona.
Me conmueve que hayas sido el padre del verdadero héroe negro de la revolución de Mayo y de nuestra historia argentina, negado por las plumas de historiadores blancos, que no podían aceptar el liderazgo de la negritud en nuestra historia. Me conmueve, oh dulce amado mío, tu “libertinaje a la hora de vivir”, y por eso sos para mí, Mi Libertador.
Oh, hermano, me importan un pito tus laureles, Libertadorcito de Argentina, Chile y Perú, te recuerdo como la primera vez que te vi en un cuadro del colegio, al lado de un cuadro de Perón, los dos montados en caballos blancos.
Querido San Martín, ahora que me hallo, 200 años después, enamorado de vos, mucho más allá y más alto que las Cordilleras de Chile e incluso todo el cielo de Chile (que es un blef), te quiero decir, ya para concluir esta carta carmesí de niña enamorada atemporal, que la revolución sigue en pie. Y sobretodo sigue en mí, nuevo Libertador de América, de la música y del lenguaje. Sigue en mí a través de ti, que has reencarnado dulcemente en mi espíritu.
Yo sé muy dentro de mí, que si vivieras en esta época serías cucurtiano. Por ahora te traigo a la realidad a través del velo mágico y comercial de la empresa editorial argentina, el libro.
Para todos los mequetrefes, sotretas y zoquetes que no saben un pito de historia ni te aceptan por puto, ni menos que hayas puesto el cuerpo en la Revolución de Mayo (esto no consta en ni un libro de historia). Los intelectuales referencistas de nuestro pasado, los grandes escritores de best sellers te niegan rotundamente. Se ciegan a la liberación que significó tu vida y tu lucha. Contra ellos es este libro. Y también contra la ignorancia existente en torno a ti, tanto la del agreste maestro rural con barba guevariana o la del Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, señor Hugo Chávez (le he escuchado decir auténticas bestialidades acerca de vos).
Por último, me despido con una sonrisa de tránsfugas picardías de putañero que descubrió su hombre; te mando un beso con saliva de guitarrero infame de sambas berretas, de gavilán de tierras malas.
(….)

(folleto de propaganda del libro El curandero del Amor)

10. En el barco de la revolución

Desde el centro del río, sobre el gran barco “carbonero”, lleno de esclavos, la ciudad apenas se disimulaba detrás de una bruma negra de humo, que de seguro sería producto del trajín de las carretas y carros que no dejaban de levantar polvo con sus ruedas bartoleras de maderas y el patalear de sus caballos criollos. Había llovido unos días antes, así que se habían formado grandes baches de barro y agua en las calles, lo que armaba un quilombo bárbaro en el tránsito carretil, incluso hasta algunos caballos se ahogaban al hundirse con carreta en estos pozos profundos. La ciudad prontamente se convertía en un lugar intransitable de barro y mierda.
De seguro tal masa asfixiante de polvo provenía del conchetísimo barrio del Retiro, en el puerto, gran zona comercial, más precisamente en la calle Real, que conecta el puerto con la plaza Buenos Aires. Pese a la inmensa nube de polvo se divisaba desde el centro del río, los faros de la South Sea Company.
El General se asomó a la escotilla del barco, fumándose un cigarrón de tabaco y algo más...
—¡Estos garcas, están vendiendo sacos de carbón de cuarta categoría! ¡Son unos chantas totales estos inglesitos de poca monta!
Reflexionaba para sus adentros el Generalísmo galán y mujeriego incurable del Río de la Plata.
—¡Solo a ellos se los ocurre vender esclavos de 25 años para arriba, sin dientes, llenos de escorbuto y sarna! Por suerte yo me traje 1600 lolitas y lolitos oscuros de 14 años, merca de Primera A total! ¡Sobre ellos construiremos la base de la Revolución del Río de la Plata!
Acomodándose el sajal, nuestro prócer seguía reflexionando en voz alta, Olga Cucumbú, la negrita, lo escuchaba.
—¡Sos un tétrico, estás decadente, libertadorcito de América!
Mas el General no respondió, seguía absorto en sus pensamientos mirando el río cristalino, lleno de peces que se pescaban a red y caballo y luego se vendían en la Feria gigantesca del Retiro. Un último, efímero y snob pensamiento se le coló: “que hubiera sido de América sin la sangre del África”. Pregunta sin duda irrespondible a esta altura de la existencia humana...
El General sabía más que nadie, que esos negros eran la base del ejército, la carne de cañón que iría al frente ante el poderío guerril de la Corona de España. No quedaba otra, a cualquier sangre había que liberarse.
El General dejó de pensar, pegó una ultima pitada a su cigarrón de tabaco y algo más... y se metió a las bodegas del barco a contar los esclavos, no vaya a ser que en los bolonquis que armaron se le haya piantado alguno. Faltaba media hora para que desembarcaran en el Puerto de la gran Capital del Sud, conocida por todos como Buenos Aires, en tiempos actuales, locura de los turistas.
La negrada en la bodega del barco era un descontrol. A pesar de venir encadenados tenían un gran entusiasmo por conocer una nueva ciudad.
Las morochas estaban en conchas, mostraban sus culos increíbles, sus pechos de martillo, sus caderas hechas para el parimiento y el gire del nabo. Los negros, por su lado, exhibían sus grandes huevos, sus pijas asombrosas, sus piernas perfectas, sus barcas salomónicas. De la bodega subía hacia el exterior un tufito, una baranda imbancable, que sólo los negros agrupados de a miles pueden largar. Sonaba un tambor y los negros agitaban todo, encarcelados y llenos de cadenas, pero todos sabemos que no hay cadenas que encadenen a los espíritus libertinos, a las almas tiradas a la joda, no hay barrotes, no hay rejas, no hay celdas ni ataduras, no hay matrimonios, que los separen de su realidad, de su manera de ser tan alegre y desmesurada, “y si no hay vino nos emborrachamos igual”. Por lo cual estos negros eran unos genios, y, ¡cómo no iban a hacer la revolución con muchachos tan pilas!
Al General, aunque fingía que todo era un cumplimiento del deber, le encantaba bajar a la bodega con los negros, que lo piropeban de lo lindo y el general se excitaba como un chancho. Unas veces se calentaba con una morocha, otras veces se ruborizaba con un morocho...
Por eso, Olga Cucumbú, siempre le decía “milico y puto”. Sobretodo puto, porque al general, lo que realmente le molestaba era que lo tildaran con el mote violento y represivo de milico.
—Soy un soldado de América, negra olor a patas, berenjenera de cuarta —le decía en joda, siguiéndole el juego nuestro héroe.
—Sí, pero al fin y al cabo, no sos más que un milico sudamericano, golpista, represivo, dictador y chorro como todos...
—Cómo se equivoca la gente. Los militares estamos para servir al pueblo y el pueblo tiene que dejar de leer tanto los diarios opositores.
Esta conversación la vamos a escuchar a lo largo de todo el libro, así que volvamos a la bodega llena de esclavos.
(….)

Fuente del texto (hay un capítulo entero)
http://www.elinterpretador.net/32WashingtonCucurto-1810.html
Fuente de la foto de Cucurto: Revista Hombre (incluye reportaje):
http://www.hombre.uolsinectis.com.ar/edicion_0045/entrevistas/nota_00.htm