viernes, 15 de febrero de 2008
Los africanos, los medios y la política
Los africanos, los medios y la política
Por Nicolás Fernández Bravo
El reciente revuelo creado por la visita del ignominioso presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema Mbasogo (ver http://www.lanacion.com.ar/p987306 y otras fuentes relacionadas), sobre quien la prensa y el poder público súbitamente demostraron un meticuloso interés que contrasta con la histórica ignorancia vernácula hacia la realidad contemporánea africana, amerita una reflexión sobre el sentido de los gestos públicos y su relación con la conciencia ciudadana. Los medios masivos de comunicación suelen tener una cuota importante de la responsabilidad colectiva en la creación de una imagen de África y los africanos asociada la tribalismo, la corrupción y la violación de los derechos humanos – como si los vecinos de Buenos Aires, los electores del Estado de la Florida o los directores de la multinacional Enron desconocieran el significado concreto de tales palabras.
Recientemente, un comentarista radial posando de “comprometido” afirmó sin el menor interés en argumentar su pensamiento, que “la sociedad norteamericana aún no está preparada para tener a un presidente de origen africano”. ¿Porque los argentinos sí lo estarían? ¿Estaría la ciudadanía en condiciones de “tolerar” (pues tal es el concepto que cierto progresismo utiliza) a un presidente afro-argentino,… o afro-argentina? Es ciertamente indignante la incapacidad reflexiva que encierran ciertos comentarios oportunistas sobre “los africanos” y la larga lista de males esenciales que probablemente habitan en ellos. Es necesario distinguir entre el indudable carácter cleptocrático de cierta dirigencia (africana, europea, latinoamericana, norteamericana, china) y los descomunales esfuerzos llevados a cabo por organizaciones de la sociedad civil en África que, sin todavía rebelarse, reciben los maravillosos beneficios de los acuerdos que habitualmente se establecen entre los cómplices locales y los distintos organismos públicos, privados y multilaterales que cotidianamente alimentan a los Estados africanos bajo la forma de "ayuda humanitaria", acuerdos de cooperación bilateral y programas de “alivianamiento de la pobreza”, "resolución de conflictos" y "democratización". Tales acuerdos reproducen fielmente las viejas pero persistentes prácticas del indirect rule ideado por la administración colonial británica y exportada cual receta pragmática a los más diversos contextos coloniales.
Las complicidades – escritas o tácitas – tienen consecuencias en el tiempo. Las tuvieron en África, enriqueciendo tanto a los jefes de la administración local del poder colonial como al capital fundamentalmente Europeo (marcando importantes diferencias cualitativas, pues nadie cuestionará quién se llevó la mejor parte), y empobreciendo a una enorme mayoría de personas. Y las tienen en el mundo contemporáneo, congelando la imagen de África y los africanos tejida por los medios masivos de comunicación – de los que se nutren muchas decisiones políticas –, reproduciendo el intercambio desigual en el conocimiento, la tecnología y el comercio, y perpetuando la marginación de la presencia y visibilidad de los africanos y su diáspora en todo el mundo.
La sociedad civil no solamente es un interlocutor válido sobre los procesos de transformación actualmente en curso en el continente y su población esparcida más allá de sus fronteras (como producto, recordémoslo: de la trata esclavista, el colonialismo y la migración contemporáneas por motivos políticos y económicos), sino que tal vez esté mejor posicionada para encarar los dilemas y desafíos de los africanos en la actualidad. Sin ir más lejos, la incipiente organización del movimiento de la diáspora africana en la Argentina es una muestra de la vigencia y complejidad de estos desafíos en el seno de nuestra sociedad. Saludamos las iniciativas del poder público al querer vincularse con un Estado africano, como así también el cuestionamiento allí donde corresponde. Pero consideramos que un adecuado asesoramiento es fundamental para que una iniciativa coherente no se vea inmediatamente sepultada por la misma ola de voluntarismo. Como comentara cierta vez un taxista porteño nacido en Guinea Ecuatorial (a quien saludo por este medio): “el problema es que la mayoría de los Argentinos no saben prácticamente nada sobre los africanos”. Habrá que educar a la ciudadanía y al poder, pues.